No es nuestra intención crear polémica acerca de si fue necesario o no traer este virus a España, pero sí hay que tener presente que ese fue el primer eslabón de la cadena a la que luego se soldaron el resto.

Que si fallo humano, que si fallo técnico… y que si mil argumentos más. La realidad es que no es tan importante meter el dedo en aquello que ha generado una crisis sanitaria de la que no se sabe hacia dónde puede derivar. Lo importante es que ese virus podía llegar a España por caminos diferentes, pero uno se lo hemos despejado.

Cuando se toma una decisión sobre algo peligroso de lo que se desconocen todas las variables hay que evaluar y sopesar el riesgo. Y en ese riesgo está incluido el posible fallo humano porque no somos dioses sino simples mortales.

Los responsables de la salud pública no eran ajenos al peligro y tampoco a las circunstancias sanitarias que existían realmente para tratar con dicho peligro o, lo que es peor, creían que dominaban dichas circunstancias. Se dijo que existía riesgo cero, se dijo que existía un equipo altamente cualificado para tratar enfermedades infecciosas de alto riesgo, algo así como un grupo de élite totalmente preparado y similar a los formados en la policía o en el ejercito, por ejemplo… Se dijeron muchas cosas y se dirán, pero la realidad es que ha sucedido como en el chiste que hace tiempo circulaba por ahí y que, en resumen, venía a decir que un condenado al infierno prefería el español al alemán porque en el primero cuando no faltaba el fuego faltaba el demonio.

Si, ha pasado lo más parecido al chiste mencionado. Una chapuza que no palia la suerte del infectado y que pone en riesgo la vida de aquellos que están sanos, ya que los mismos implicados denuncian que sólo con cursillos de última hora y voluntariado casi a la fuerza se pusieron delante de los enfermos.

Además de la alarma que crea inexorablemente una enfermedad letal como esta, hay que tener en cuenta la que se crea en la sociedad. ¿Cómo fiarnos de los que mandan, aunque estos operen con buena intención?, ¿cómo se puede afirmar que estamos preparados para afrontar el ÉBOLA? Acaso, ¿hay una vacuna o un remedio eficaz que el resto de ciudadanos desconocemos?

No, definitivamente no se debe perder el tiempo culpando a una enfermera o a quien se contagie por un descuido, o a cualquier candidato posible porque le quede corto el traje de alta tecnología o… Asimismo no se debe centrar los ánimos en que se deba o no sacrificar a un perro porque no son los temas relevantes.

Esto no es la peste bubónica de la que se pensó incluso que era un azote divino después de culpar a grupos humanos, por supuesto. Esto es algo igual de letal pero de lo que afortunadamente se tiene absoluta información y frente a lo que, de momento, únicamente queda unir esfuerzos, recursos y medios que no corresponden únicamente a iniciativas privadas o de equis países que lo sufren; esto es algo que viaja hoy más rápido que nunca y que no entiende de fallos humanos o de otro tipo.

Es lógico que nos alegremos todos de que las cosas no vayan aquí, de momento, a peor y de que ciertas personas sospechosas de contagio no lo sean porque nos libera del miedo y a muchos políticos también de una responsabilidad mayor. Pero el ÉBOLA es algo que conculca a toda la humanidad aunque se quedase confinado para siempre entre determinadas fronteras. Y lo es, porque representa la muerte de aquellos que tampoco son responsables de su infección y de infectar deliberadamente a otros.

No estamos en la Edad Media. Pero como no se tomen medidas internacionales meramente científicas, libres de otro tipo de connotaciones incluidas las políticas, y estas tengan incidencia directa en el mismo campo donde el virus actúa con más virulencia, puede que luego se llegue tarde porque la experiencia nos dicta que de la progresión aritmética se pasa velozmente a la geométrica en enfermedades de este tipo.