“Tengo 50 años y soy campesina de la comunidad La Lupita, al norte de Guatemala. Durante mucho tiempo viví en México como refugiada. Cuando pude regresar a mi país, las tierras que habíamos trabajado se habían usado para cultivar algodón y habían usado pesticidas que las dañaron mucho. Estamos trabajando para recuperar la tierra, porque antes había bosques, animales, pero ahora con los productos químicos la tierra no produce suficiente. Estamos usando técnicas para que la tierra sea más fértil y ya estamos plantando maíz y otros productos. Yo soy copropietaria de esta tierra con mi marido. Era una de las primeras cosas por las que empezamos a luchar desde nuestra asociación. Aquí muchas mujeres han sido abandonadas por sus maridos. Y la mujer, ¿adónde va con sus hijos? No tiene dónde agarrarse. Ésa fue la lucha: que las mujeres seamos tomadas en cuenta como copropietarias. Ahora yo tengo el derecho de decir: mira, yo voy a sembrar la plantación, tengo derecho de decirlo porque también es mío. Mis abuelos me decían: tienes que obedecer a tu marido, a tu papá… todo era obedecer. Ahora en mi comunidad ya no hay tantas mujeres tímidas”.
Como María Tránsito, muchas mujeres de su comunidad son ahora propietarias junto a sus maridos, y de esta manera tienen derecho a una parte de los beneficios y pueden decidir a qué las destinan. Las mujeres, además de hacer las tareas de casa y cuidar de sus hijos, apoyan en las tareas del campo y se ocupan de los animales de corral. Un trabajo que no es reconocido ni remunerado. Cuando no tienen la tierra a su nombre, las mujeres no pueden acceder a créditos para comprar herramientas o ni hacer mejoras para conseguir mayores ingresos. Es un círculo vicioso que las hace dependientes de sus esposos y vulnerables ante cualquier imprevisto. Si se quedan viudas o las abandonan, puede que no tengan otra opción que emigrar a la ciudad o a otros países.
En Guatemala, sólo el 8% de las mujeres son propietarias de tierras a pequeña escala. Además, en los últimos años, el Gobierno promueve que las tierras donde antes se plantaba maíz, frijol y otros alimentos de consumo básico, se destinen a la producción de palma africana y caña de azúcar, productos que se exportan para fabricar biocombustibles. Por eso acompañamos a los pequeños productores y productoras organizados alrededor de la campaña CRECE para pedir que se frene el acaparamiento de tierras destinadas a la exportación. También damos apoyo a la producción local de alimentos y a las mujeres rurales para que se reconozca su aportación a la economía del país y puedan ejercer sus derechos.
El MAÍZ SE COME, LA PALMA AFRICANA, NO
En los años 80 medio millón de personas huyeron hacia México a causa del violento conflicto que vivía Guatemala. Los que regresaron luchan ahora por recuperar las tierras de sus antepasados, para los que el maíz ya era la principal fuente de alimentación y un producto sagrado ya que, según un mito maya, el ser humano fue hecho de maíz
Desde hace varios años, el Gobierno guatemalteco promueve el cultivo de caña de azúcar y palma africana para la producción de biocombustibles, y las empresas acaparan cada vez más tierra que podría destinarse a la producción de maíz o frijol para alimentar a la población. Además de fumigar los campos y contaminar agua y tierra, este acaparamiento obliga a la población guatemalteca a comprar maíz industrial, a un precio más alto.
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