No es sensato ni saludable vivir así, con ansiedad. Es peligroso y desagradable, aunque muchas personas “lo llevan a gala”; llevan a gala el tremendo estrés que viven y no… no es gracioso, no es algo de lo que autohalagarse. La ansiedad y el estrés continuado, pasan factura. Ya hemos tratado en otras ocasiones sobre el síndrome de estar quemado o burnout.
En el caso de las mujeres, sobre todo, en torno a los 50, pueden encontrar ciertas dificultades debidas a muchas razones, no solo a los cambios hormonales.
Ansiedad y mala alimentación
Veamos brevemente qué relación existe entre ansiedad y una mala alimentación.
En términos generales, podemos encontrar dos tipos de personas:
Quienes dicen, “con la ansiedad, se me cierra el estómago”. Es una sensación real. Parece que se pierde el hambre, y molesta incluso duele el estómago. Se puede desarrollar una gastritis y activar hernias de hiato.
Con las prisas del día a día: comemos poco, a veces incluso se olvida comer, pero claro, para saciarse se comen cosas “rápidas”, cualquier cosa que nos calme, que generalmente están procesadas y tienen un alto contenido en grasa y azúcar, calman, no nutren realmente y encima tienen muchas calorías.
En estos casos puede existir una pérdida de peso importante lo cual es ya grave. En otros casos, con el tiempo y debido al cambio hormonal, se produce un ligero aumento y una estabillización, y viene esa frase de “no como para como estoy”.
Por otra parte, están quienes parece que tienen hambre todo el día, todo el rato y comen demasiado y a todas horas. Lo que ocurre en estos casos es que se cansa el sistema digestivo, porque está trabajando, o intentándolo todo el tiempo, sin descanso. Y no suele ser que se coma saludable… no nos engañemos.
Como vemos en ambos casos, sea por comer poco o por comer continuamente, la dieta no es nada saludable, ni por calidad, ni cantidad, ni ritmo.
Consecuencias debidas a una mala alimentación y ansiedad
Esencialmente podemos encontrar como consecuencias estos factores:
Sobrepeso general o sobrecargas localizadas (vientre, piernas) acompañado o no de celulitis: la persona no se siente cómoda consigo misma, y por otra parte es un reto negativo para la salud y en bienestar.
Frustración: se sabe que no se está haciendo bien… pero ¡cuesta tanto cambiar! O eso parece.
Desnutrición: puede llamar la atención, pero las dietas en los casos que mencionamos pueden ser deficientes en nutrientes como vitaminas, minerales, aminoácidos, enzimas, nutrientes funcionales… y si pasa mucho tiempo, ¡cuidado! Si pasa mucho tiempo, la salud física y mental se ve mermada. Puede darse el caso de personas que no están aparentemente desnutridas (delgadas) pero lo que acumulan es grasa, tanto funcional como analíticamente se denotan deficiencias nutricionales.
La falta o deficiencia de nutrientes importantes y demasiada toxicidad que se puede acumular puede ser origen de numerosos desequilibrios tanto físico como mentales, y emocionales.
Muchos trastornos alimentarios comienzan con ansiedad, y se pierde el control.
Momento de cambios
Aprender a vivir un estilo de vida saludable, con un ritmo en la alimentación, realizar las elecciones saludables de alimentos, aprender a comprender y controlar la ansiedad, son clave.
En torno a los 50 ocurren muchos cambios en el cuerpo de una mujer, así como en su vida personal y profesional. Comprenderlos y afrontarlos es la mejor manera de vivir plenamente la larga vida que hoy día queda por delante, felices y saludables.
Es por ello importantísimo, en cualquiera de los casos, buscar ayuda profesional que pueda atender tanto a nivel físico como mental y emocional, y establecer nuevos hábitos.
No Comment