Es complicado hablar de apóstatas, porque cada uno de ellos nos daría una docena de razones del porqué han abandonado su credo, su religión o su doctrina. El cambio de ideales es una  posibilidad que admite la conciencia de cada uno.

Sin embargo, cuando la apostasía se realiza contra compatriotas, la acción no tiene excusa posible. Si además esas gentes a quienes hemos engañado, nos han elegido para su gobierno y bienestar, la acción sólo tiene un nombre: alta traición.

Ayer nos confirmó un valiente reportaje del periódico El País, pese a las presiones y a las amenazas, que la jerarquía del Partido Popular fue la destinataria de los sobornos o sobresueldos que su tesoreros, desde hace once años, iban repartiendo como prevaricadores reyes magos.

La contabilidad que nos mostró el rotativo es la típica anotación mafiosa de libretita y letra menuda, con iniciales y nombres familiares de aquellos que, periódicamente, iban recibiendo las bendiciones y las mordidas del capitalismo cagón.

Todavía ahora, niegan enérgicamente la veracidad de las anotaciones, incluso tratarán de demostrarlo con los argumentos más demagogos que encuentren. Tal vez las argucias legales o la  falta de pruebas puedan salvarles el culo. Pero hay algo que quedará para siempre muy claro: mientras el Pueblo sufre, mientras nos apretamos el cinturón, mientras tratan de quitarnos los logros que tanto costaron conseguir, se estaban riendo de nosotros llenado sus miserables bolsillos.

¿Que los hechos están todavía por demostrar? Disculpen ustedes, pero he dejado de confiar. Pueden decirme lo quieran pero las cuentas en Suiza, después de pasear el dinero por unos cuantos paraísos fiscales, debería taparles la boca. Me da igual que las iniciales de J.M. no sean las de José María Aznar; me importa un comino que la secretaria general sólo haya cobrado un par de veces y le doy una importancia igual a cero  que unas veces llamen a Rajoy: M.R. o M. Rajoy o simplemente Mariano, aquí lo vergonzoso es que han trincado la pasta de todos y encima no han declarado a Hacienda.

Cospedal, Rato, Mayor Oreja, Arenas, Acebes y Álvarez Cascos niegan haber recibido los pagos, entonces, ¿quién se ha quedado el dinero? Sospecho que son  excusas de  apóstatas. ¡Qué curioso que Rato esté en todos los fregaos!

Pero, ¿de dónde salía todo ese capital? ¿Cuál era la fuente de la que manaba la putrefacta agua que encauzaba el listillo de Bárcenas? Los constructores del ladrillazo, tres de ellos ya implicados en el caso Gürtel, y otras empresas, muy agradecidas con la gestión de esos dirigentes, proporcionaban regularmente cantidades, que ustedes, amables lectores, y que yo mismo, pagábamos de más en sus productos, solares y servicios a la Administración. ¿Me pregunto, cuántas empresas honradas, no han tenido su oportunidad, porque les han negado permisos, ayudas y concursos públicos, para beneficiar a los donantes? ¿Cuántos de los seis millones de parados se lo deben a las operaciones supuestamente fraudulentas de esos “mecenas”? ¿Qué parte de responsabilidad tiene en la crisis, la permisividad en los negocios de ladrillo, auspiciada por la feroz mordida?

Han sido once años de trueques, arreglos de trastienda, adjudicaciones al alza, bodas espectaculares y manejos inconfesables. Y todo a costa nuestra, y eso, amigos lectores, únicamente tiene un nombre: Traición.

Han traicionado a su Pueblo, han traicionado a sus votantes, a sus militantes, a sus cargos públicos. Han renegado de sus ideales de servicio a la nación y de su promesa de defender lo público. Apostasía absoluta.

He escuchado en algunos medios, que el hecho de haber recibido esos honorarios extras, solamente tienen un componente inmoral, pero no penal y que los que han delinquido son los que manejaban los capitales y únicamente contra la Hacienda pública. Tampoco me importa que esto sea así. Sin embargo hay una serie de medidas que se deben tomar:

En primer lugar, las empresas embaucadoras e inductoras, no deberían  tener nunca más  negocios con las Administraciones ni las Instituciones públicas.

En segundo lugar, considerar que los cargos públicos culpables de los hechos han cometido delito de traición y si es en tiempo de guerra el acto delictivo tiene agravante. ¿Y qué más guerra que lo que está cayendo? Ese debería ser el cargo acusatorio para los que se demuestre que ejercieron esas prácticas y los que se beneficiaron de ella. Y eso lleva  a un primer paso indispensable si todavía les queda un poco de vergüenza: Dimisión.

Pero, ¿de qué cargo habría que imputar a los mamporreros como Bárcenas? La justicia tiene  la palabra.