Todo empezó con algún comentario suyo sobre las temperaturas que teníamos y con respecto a los últimos fichajes de futbol que se estaban produciendo, propuesta ésta última de la cual tuve que zafarme de la mejor manera posible, ya que no poseo el don de ser un entendido en la materia.

Y como una cosa lleva a la otra y la actualidad social está muy presente desde que transitamos por esta lamentable situación que llamamos crisis, pues acabamos hablando de los recortes en educación y sanidad.

Dada la barrera inicial que supone tratar sobre temas así con personas desconocidas, ambos hicimos el esfuerzo de ser formales y objetivos con la pertinencia de las medidas que se están tomando, analizando los pros y los contras, valorando el mantra de que no se puede gastar el dinero que no se tiene, valorando si existían abusos en el uso de los recursos disponibles, y todos esos aspectos que suelen tratarse en charlas de ese tenor.

Con el discurrir de los distintos comentarios, ambos parece que convenimos en que había una situación, provocada por los recortes, que parecía claramente perjudicial para todos: la política de evitar puestos fijos que generen derechos laborales, con continuas rotaciones de personal y de interinos.

Tratando de ser inapelables para el otro, formulábamos preguntas del tipo ¿Qué clase de educación puede aportarse a los niños cuando se apuesta por la rotación de los profesores? ¿Qué atención médica podemos esperar cuando se apuesta porque cada vez que necesitemos acudir a una consulta tengamos un nuevo médico como interlocutor?

Así que en esas estábamos cuando llegó la hora de apurar el café y despedirnos con un hasta otro día.

Me encaminaba ya hacia la acera cuando mi contertulio me dijo en voz alta, pero no piense que es un problema de la sanidad o la educación, puede que sea un problema del sistema.

Así que volviendo a casa, me entretuve intentando comprender que había querido decirme aquel hombre con esa frase tan pesada. Y eso me hizo recordar las noticias que había leído los últimos días en relación con los consejos dados por el FMI a los países desarrollados y con problemas de crecimiento, o los datos aparecidos en relación con el tipo de contrato que se da últimamente. En ambos casos primaba la apuesta por la temporalidad laboral como base para un crecimiento “sano” de la economía.

Fue en ese momento cuando creí entender la despedida que me había brindado mi contertulio: ¿Qué clase de sistema estamos fomentando, que hace que cualquier empresa prefiera cambiar constantemente a las personas, en un ciclo sin fin de vuelta a empezar desde cero en su formación? ¿Qué clase de sistema estamos fomentando, que mantendrá a las personas con el desempleo como eterna espada de Damocles en sus vidas?

Claro, que a lo mejor no entendí bien lo que intentó decirme.