La cuarentena nos ha marcado con fuego. Ha quebrado la más o menos estabilidad del mundo conocido en el que nos sustentábamos. Unos con más fortuna que otros han ido acomodando sus días al incierto devenir de un confinamiento exasperante.

La parsimonia de las horas, de los días sin un fin concreto, el aburrimiento de mirar tras la ventana y como mucho salir a las ocho de la tarde a mostrar nuestras palmas, han propiciado una curiosidad malsana, una impertinente observancia, unas críticas aceradas hacia el quehacer de unos vecinos hacia otros.

En las redes sociales han reinado el insulto, la difamación, los bulos, la palabrería hueca. También el enfrentamiento entre los miembros de una misma familia. De unos amigos frente a otros.

La ansiedad, la duda, la quiebra de ilusiones, de proyectos, el aislamiento, el malsano clima político sustentado por inicuos intereses partidistas, han conducido a esta moribunda sociedad a un estado de anorexia cuyo final es impredecible.

Urge recomponerla. Prescindir de las malas políticas, de las burdas restricciones a nuestra libertad secuestrada. Agilizarla con otros planes llamados b, c, d… el nombre no importa. Ponerse a trabajar por encontrarlos. Unos planes que redunden en el beneficio de los ciudadanos y no en la merma de sus aptitudes. Hacer de la política un borrón y cuenta nueva sustentada en el consenso, en la lealtad, en la generosidad, en el interés por el bien común.

Tenemos que salir de esta con la frescura y la limpieza de un nuevo escenario que nos restituya la fe en nosotros mismos. Que reafirme nuestros valores y deseche nuestras impúdicas rencillas.