Deberíamos remontarnos atrás para encontrar alguna situación análoga en cuanto al porcentaje de población mundial afectada, si bien en términos de cantidad no existe situación que se le pueda acercar pues nos referimos a cerca de 1.000 millones de personas los que no reciben la dieta mínima. Es una catástrofe de una dimensión tal que el mundo civilizado y bien abastecido no debería obviar. Pero, a juzgar por los resultados de la última cumbre de la FAO (la llamada “cumbre del hambre”) que recientemente se celebró en junio en Roma, queda un largo recorrido para encontrar soluciones consensuadas entre los países que se agrupan alrededor de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Las cifras que se manejan entre la población que tiene hambre son tan disparatadas que acaban tratándose como una estadística: hay que buscar fórmulas para que 200 millones de africanos dejen de pasar hambre, 820 millones de personas tienen problemas de alimentación en los países de desarrollo, y un largo etcétera de titulares que ilustran la prensa escrita. Si tuviéramos que elegir uno entre los derechos fundamentales de las personas (después del de la vida) sería con toda seguridad el de la alimentación. Con el hambre no se debe jugar y de persistir esta situación están garantizados severos conflictos sociales que sólo pueden aumentar en número (afectarán cada vez a un número mayor de países) y en creciente intensidad. Las previsiones señalan que nuestra población aumentará en 2.500 millones más para situarse en 9.000 millones de habitantes en los albores de 2050. Una humanidad que crece de manera geográficamente no homogénea de modo que, de hoy al 2050, se prevé que el 85 por ciento esté focalizado en los países menos desarrollados del planeta. Todo ello hace suponer que el déficit alimentario ha de aumentar si no tomamos medidas concretas desde hoy. A continuación trataremos algunos aspectos de esta crisis y esbozaremos algunas posibles respuestas o sugerencias para afrontarla.
El aumento del precio de los alimentos
Una crisis siempre aparece por la coexistencia de varias causas. Por el lado de la oferta se puede señalar que las malas cosechas de los principales productores de cereales y arroz, los efectos del cambio climático que ha provocado situaciones extremas en muchas partes del planeta, el aumento del precio del petróleo, etc… han mermado considerablemente la productividad global de nuestra agricultura. Asimismo por parte de la demanda existe un fuerte crecimiento del consumo en países emergentes (la creación de una nueva clase media en India y China por ejemplo) y la apuesta de los países industrializados por el uso de los biocombustibles. La subida de los precios de las semillas, los carburantes y los abonos (se establece en un 42% el aumento de los costes de cultivo) hace difícil aumentar la oferta de los alimentos. Todo ello sumado a la crisis bursátil de las “subprime” que impulsa al dinero de los especuladores a invertir en mercados de materias primas como refugio y el “pánico” del desabastecimiento influyen en el elevado nivel de precios de productos considerados básicos para la cesta de la alimentación.
Existe asimismo una corriente de pensamiento que es escéptica en cuanto a dejar total libertad al mercado de los productos alimenticios. Esgrimen que hay que garantizar la “seguridad alimentaria”, que el reciente aumento del coste de ciertos productos básicos (como el arroz, los cereales o el trigo) es una prueba de que dejar libertad al mercado es un negocio como mínimo riesgoso. Cualquiera que piense que la autarquía es el camino a seguir para la “seguridad alimentaria” debe mirar la hambruna que se ha adueñado de Corea del Norte. Propugna la intervención pública para paliar el efecto de los altos precios para los consumidores y potenciar la producción agrícola, aduciendo que la falta de acción es más negativa que la intervención estatal. A continuación señalaremos algunas actuaciones concretas donde ya se ha producido intervencionismo estatal.
Los gobiernos de ciertos países, especialmente asiáticos, ya se han puesto en movimiento para contener el aumento del coste de los principales productos agrícolas. Existen algunas actuaciones gubernamentales relevantes en esa dirección: India, que en el ranking mundial es el tercer exportador de arroz, a finales del año pasado prohibió la exportación del mismo (salvo el del tipo basmati); Indonesia, el mayor consumidor de arroz del sudeste asiático, en el mes de abril anunció una reducción en el arroz de grado medio para mantener su stock y estabilizar los precios locales; Rusia introdujo controles en varios productos básicos alimenticios a finales del 2007 e impuso elevados aranceles para la exportación de trigo; Egipto, líder en exportación de arroz, en marzo pasado impuso una prohibición en la venta del producto al exterior para bajar los precios locales del mismo; Argentina, su gobierno introdujo una escala móvil en los aranceles de exportación por encima del 44% en granos y cereales (como reacción los agricultores iniciaron una huelga de 21 días en marzo); Kazakhstan, uno de los países lideres en la exportación de grano, implantó una prohibición total en abril en la exportación de trigo para controlar su precio. Una larga lista de actuaciones que evidencian la gravedad de una hambruna que acecha también en el corazón de los países productores. Uno de los efectos inmediatos de las restricciones en las exportaciones, por ejemplo en el arroz, fue una mayor demanda de la habitual por parte de operadores y también de gobiernos para crear stocks sin que exista oferta suficiente para hacer frente a la misma. La consecuencia fue que en abril el precio del arroz se encontraba al triple que tenía en esas fechas el año anterior. Parece que las restricciones unilaterales que han adoptado ciertos países pueden haber empeorado transitoriamente la situación del mercado. Las restricciones provocan un efecto perverso en el libre mercado que se acentúan cuando los agricultores deciden dejar de producir más o dirigen sus explotaciones hacia otros productos y con ello se resiente el suministro global. Estamos ante una situación que combina el pánico comercial ante una posible escasez con el oportunismo comercial propio de los especuladores.
Esta crisis alimentaria ya se ha convertido en algo habitual y no parece que los precios altos en la alimentación vayan a ser temporales. Los gobiernos no pueden ignorar por más tiempo los gritos de los hambrientos: tienen que arbitrar nuevas fórmulas en común y no de manera unilateral que garanticen precios asequibles. Las consecuencias sociales de esta situación ya se dejan ver y pueden llegar a ser mucho más adversas.
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El aumento de superficie de tierra dedicada a los biocarburantes
Los biocombustibles se han convertido en un objeto de debate en la diplomacia mundial que debería hacer reconsiderar alguna posición de apoyo incondicional asumida por algunos líderes políticos. Reconsiderar ciertas políticas precipitadas sería una actitud inteligente ante una crisis alimentaria de esta magnitud. Parece más que probable que la rápida expansión de los biocarburantes haya contribuido al encarecimiento del precio de los alimentos. Convertir las explotaciones agrícolas en plantas energéticas pareció una de las posibles respuestas al elevado precio del petróleo y al problema acuciante de las emisiones de anhídrido carbónico. La crisis alimentaria replantea el papel de los biocarburantes en la seguridad energética y ambiental. Hoy ya existe una campaña en contra de los mismos que se centra fundamentalmente en dos aspectos: no ahorran emisiones ni energía fósil y son uno de los responsables de la elevación de los precios agrícolas.
El primer fundamento lo defiende Hartmut Michel, Premio Nobel de Química en 1988, y gran conocedor del detalle del funcionamiento de la fotosíntesis. Señala Hartmut Michel que “Los combustibles de origen vegetal no son una buena opción para combatir el cambio climático: no ahorran emisiones de CO2 y promueven la deforestación de la Amazonía”, continúa con su exposición diciendo: “… la producción y el uso del biogás o el biocombustible no son neutrales en cuanto a producción de CO2, porque al menos el 50% de toda la energía contenida en el biogás o en el biocombustible procede de fuentes fósiles”; ”Para producir el etanol hace falta invertir mucha energía en forma de fertilizante, de transporte…Y también en el destilado del alcohol; “…Si obtienes esa energía de combustibles fósiles, acabas emitiendo más CO2, de lo que emitirías simplemente usando gasolina en el coche”. En contraposición a Michel los defensores del uso del bioetanol señalan que los detractores se centran en las consecuencias ambientales y energéticas de un empleo masivo de bioetanol derivado de los cereales, cuando la industria y los gobiernos que lo impulsan están pensando que pronto se va a producir una sustitución del etanol de primera generación (producido con caña de azúcar y cereales) por bioetanol celulósico, de modo que más adelante no habrá que utilizar grano.
En cuanto al segundo fundamento que se refiere al efecto pernicioso de contribución al aumento de los precios agrícolas haremos algunas consideraciones. Una quinta parte de las cosechas de maíz en EEUU se usa para fabricar etanol como combustible de motores, de modo que los agricultores han reducido la superficie dedicada a otros cultivos, como la soja (entre otros) que ha ocasionado un déficit mundial de aceite para cocinar. De hecho el propio Presidente Bush reconoció que la producción de etanol era responsable del alza en un 15% del precio de los alimentos en los EEUU. Otro ejemplo bien pudiera ser el de Myanmar (antigua Birmania) donde se ha desmantelado una gran parte de la superficie de arroz que ahora se dedica al cultivo de la jatrofa, planta para producir biocombustibles de segunda generación que puede producir cuatro veces más biodiésel que el maíz y diez más que la soja. El gobierno ordenó cultivar tres millones de hectáreas para el horizonte de 2009. De todos es conocido la enorme hambruna que padece este país asiático, que además ha tenido el efecto devastador del ciclón “Nargis” por cierto muy mal gestionado por sus autoridades. Con el etanol extraído de la caña de azúcar brasilera se lleva experimentando desde los años sesenta. Entonces cada hectárea producía 2.000 litros de combustible, hoy se obtienen cerca de 6.000 (lo que evidencia el aumento de su eficiencia). Pero hoy se cultivan en Brasil alrededor de siete millones de hectáreas, cuatro veces más que en los sesenta y una de sus consecuencias es el aumento del precio de la tierra, que acaba encareciendo todos los productos agrícolas.
La lucha por la biodiversidad y cambio climático
Siguiendo el discurso del párrafo anterior se incentiva el motocultivo en grandes extensiones lo que elimina la biodiversidad y crea un desequilibrio con consecuencias en el clima y el medio ambiente. Harold A. Money, profesor emérito de la Universidad de Standorf (USA), señala que de seguir el ritmo actual de utilización de los recursos naturales llevaremos a nuestro planeta al colapso, una visión quizás algo apocalíptica pero a tener en cuenta. Comenta el emérito profesor: “El cambio climático tiene un innegable impacto sobre los sistemas naturales, de los que dependen nuestras estructuras agrícolas.” Propone crear un Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad semejante al IPCC que trata el cambio climático, además de la creación de un Observatorio. Su idea es compilar la enorme cantidad de datos de que se disponen para que, una vez ordenados adecuadamente, sirvan a todos los organismos competentes para que puedan administrarlos según sus necesidades. Agrupar información diseminada, enfocarla y hacerla asequible para que todos entiendan cuál es el problema, cuáles son los cambios y cuáles serán las consecuencias. Respecto al tema de subvencionar los biocombustibles señala: “La Unión Europea y los Estados Unidos tomaron una decisión política muy rápida ante la crisis energética. Se apoyó a los biocombustibles, pero no se analizó el entorno, no se dieron los pasos necesarios antes de dar el salto adelante. Cayeron en la precipitación…Se impone una reevaluación científica de todo el proceso.” Pensamos que no le falta razón y algunos de los gobiernos europeos ya están replanteándose la orientación del camino futuro que deben recorrer los biocombustibles.
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El desarrollo global en una economía globalizada
Existen siempre lecciones que aprender de las crisis. A continuación esbozaremos algunas sugerencias para apoyar a las economías que sufren con mayor crudeza sus efectos. El Banco Mundial tiene un nuevo presidente, Robert Zoellick, que se ha ofrecido a ayudar a financiar con nuevos sistemas. El Banco Mundial reconocía el año pasado que durante la crisis de endeudamiento de las décadas de 1980 y 1990, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligaron a docenas de países pobres, importadores de alimentos, a desmantelar los sistemas estatales de financiación de los insumos a los agricultores más pobres para salir de la pobreza y de la dependencia de la ayuda alimentaria. Fue un error pensar que unas “fuerzas del mercado” inexistentes proporcionarían los insumos. La asunción de errores es el inicio para las rectificaciones. Ha llegado el momento de restablecer los sistemas de financiación pública que permitan a los pequeños agricultores de los países más pobres acceder a insumos como las semillas de alto rendimiento, los abonos y el regadío a pequeña escala.
Las necesidades básicas de los pueblos son la alimentación y el agua. Debemos potenciar las infraestructuras apropiadas para la producción de agua potable y la obtención de alimentos. Para ello no nos cansamos de repetir que debemos todos de disfrutar del conocimiento y de la formación necesaria, que es de gran urgencia trasladar nuestro saber con generosidad a aquellos que lo necesitan. Es imprescindible mejorar las prácticas de cultivo, especialmente en lo que se refiere al uso del regadío.
Es necesario afrontar el tema de los subsidios y otras formas de protección. Uno de los temas recurrentes es la política de aranceles y subsidios del sector agrícola en los países industrializados. Me referiré brevemente al tema con algunos apuntes para la posterior reflexión. Algunos analistas defienden que los consumidores pagan menos cuando sus gobiernos eliminan los aranceles en bienes alimentarios, y no ocurre lo mismo cuando se rebajan los subsidios agrícolas que provoca un efecto rebote al alza de los precios en el mercado mundial, en una cantidad que el Banco Mundial ha establecido entorno al 5,5% para los productos agrícolas primarios y un 1,3% para los productos procesados. En el corto tiempo ganan los países exportadores, mientras pierden aquellos países cuyo saldo neto de balanza comercial es claramente negativo.
La población más pobre del planeta está asentada en áreas rurales en países cuya balanza comercial es, paradójicamente, deficitaria en productos alimenticios. La opinión de expertos que escriben en la prestigiosa revista The Economist es que a la larga aquellos países cuyo saldo neto es negativo en la compraventa de productos agrícolas (especialmente países pobres) tienden a ser más ricos que aquellos que tienen un saldo positivo, de tal modo que los precios altos de los alimentos, por término medio, transfieren ingresos de los hogares ricos a los pobres. Varios estudios defienden la versión que se genera un mayor beneficio en la demanda laboral rural que el perjuicio ocasionado inicialmente por el efecto del aumento de los precios de los alimentos. Al final crece el sector agrícola predominante en los países emergentes. Desde Intermón Oxfam se cree que el cambio de tendencia de precios de los alimentos supone una oportunidad para los países pobres, es cierto que a corto plazo es un problema pero también una importante oportunidad para promover el desarrollo rural y combatir la pobreza. Debemos promover actuaciones urgentes tendentes a minimizar los efectos coyunturales de esta nueva situación que supongan asimismo un verdadero impulso a la agricultura.
En relación al criterio anterior otros estudios concluyen exactamente lo contrario: que los efectos del alza de los precios sobre ciertos países los empobrece más. Como ocurre a menudo con este tipo de análisis económicos, todo depende de que países se seleccionen, de la heterogeneidad o homogeneidad de la muestra, de su localización (específica o genérica), de su exposición al mercado exterior, y sobretodo, de quién los gobierne. Algunos economistas defienden que es más útil para la economía global y para la lucha contra la pobreza realizar políticas de retirada de aranceles antes que eliminar los subsidios en los bienes agrícolas estratégicos para el equilibrio de los precios de los alimentos a nivel transnacional. Una buena administración del mercado libre se hace indispensable para garantizar lo que hemos denominado “seguridad alimentaria”.
Como se puede apreciar en las líneas que anteceden no resulta fácil establecer conclusiones únicas acerca de cuál es el verdadero impacto de los precios de los alimentos en los pobres, salvo que cada vez hay más hambruna en el mundo (lo único en lo que nos hemos puesto de acuerdo hasta la fecha). En el año 2000 la ONU se propuso reducir el número de hambrientos a la mitad para el 2015. Acabamos de sumar un centenar de millones debido a la crisis en curso. Y ese objetivo representaba el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Como ya se ha comentado llegaremos en el 2050 a los 9.000 millones de habitantes. Tendremos que renunciar a las tres comidas diarias para garantizar la supervivencia de todos, y no solamente de algunos. No es mejor trabajar juntos desde ahora para evitar lo que nos espera, o bien ¿estaremos dispuestos a comer dos veces diarias para alimentar a toda la humanidad?.