Frente a esta situación, surge una pregunta inevitable: ¿realmente es posible volver al crecimiento? Para los autores del libro “Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible” (editorial El Viejo Topo), la respuesta es un no rotundo, debido a que el deseo de un crecimiento económico infinito choca inevitablemente con los límites físicos y ecológicos del planeta. Es hora por tanto de planear un nuevo modelo económico que nos permita satisfacer nuestras necesidades básicas dentro de dichos límites. De todo ello hablamos en esta entrevista con Florent Marcellesi, coordinador de Ecopolítica, centro de estudios dedicado a la ecología política, y uno de los coautores de la obra mencionada (junto a Jean Gadrey, economista y miembro del consejo científico de ATTAC Francia y Borja Barragué, investigador de la UAM y miembro también de Ecopolítica).

 

Noticias Positivas: Según explica el prólogo del libro, los partidarios de la ortodoxia económica apuestan por los recortes y la austeridad para hacer más eficiente el sistema económico y así volver a crecer. En cambio, la izquierda apuesta por estimular la economía para recuperar dicho crecimiento. Sin embargo, ustedes, los autores del libro, dicen que ninguna de las dos opciones es la adecuada, porque lo que en realidad es imposible en volver a crecer. ¿En qué se basan para hacer este planteamiento?

Florent Marcellesi: Nos basamos en el dilema del crecimiento. Según el mismo, en tiempos de recesión, la economía del crecimiento te lleva al colapso social, al paro, a la pobreza y a la miseria. En cambio, en tiempos de bonanza, la economía del crecimiento te lleva al colapso ecológico. Por tanto, para salir de este dilema hay que encontrar nuevas vías, ya que la vía de los ajustes solo provoca sufrimiento y ahondamiento en las dificultades de la población, mientras que la vía de la estimulación de la economía no funciona, simplemente porque el crecimiento infinito no es posible a nivel ecológico. No podemos consumir y producir por encima de los límites ecológicos del planeta.

Esta no es solo una razón ideológica, sino práctica, basada en la realidad material. Estamos viendo cómo se está terminando una era histórica, principalmente desde la Segunda Guerra Mundial, en la que todo se basaba en el crecimiento. Si miramos la evolución de las tasas de crecimiento durante las últimas décadas, es evidente que hay una decadencia estructural del crecimiento desde hace años. En definitiva, el crecimiento no puede volver ni volverá. Por tanto, nos toca imaginar una economía próspera sin crecimiento. Ese es el gran reto que tenemos ahora mismo.

¿Por dónde se debería empezar para encarar este reto?

Lo primero es pensar en términos de transición. Esa es la palabra clave. Ahora sabemos que nuestro modelo de vida es injusto e insostenible. Por tanto, debemos evolucionar a otro modelo de producción y consumo que nos pueda permitir vivir bien dentro de los límites ecológicos.

Esta transición tiene varios pilares. Uno de los principales es pensar y repensar qué tipo de actividades y empleos son deseables en una economía del poscrecimiento. En este sentido, tenemos que ser claros: hay actividades y empleos que no valen, como la fabricación de armas o como todas las actividades que vulneran la ética más elemental, así como las que no respetan los limites ecológicos del planeta. Pero a la vez, hay un montón de actividades y empleos que tienen cabida y que son necesarios, como todo lo que tiene que ver con la agricultura ecológica, las energías renovables, la rehabilitación de edificios, el  transporte sostenible, la gestión de residuos, las economía social y alternativa o la economía de cuidados.

Al final los pilares de esta nueva economía se basan en cuidar de las personas, de la naturaleza y también de las cosas, pues necesitamos que duren más y que se terminen prácticas como las relacionadas con la obsolescencia programada. Esta nueva economía también se apoya en valores, como son resaltar y reforzar la ecología, la solidaridad, la participación y la autonomía.

Entonces, habrá empleos que no tienen cabida en esa nueva economía, pero en cambio se impulsarán otros sectores. ¿El saldo resultante de lo que hay que sumar y restar sería positivo o negativo?

El balance neto sería positivo. Aunque es complicado sacar muchas cifras porque no hay tantos estudios que calculen los empleos perdidos, sí sabemos que podemos crear, según la OIT, hasta un millón de empleos en España de cara al año 2020 si invertimos en actividades y empleos verdes.

También sabemos que ecología y trabajo van de la mano. Y más en el futuro, debido a la crisis energética, que nos va a obligar a sustituir en parte las máquinas por más trabajo humano. Al haber menos energía, tendremos que volver a hacer más cosas con nuestros brazos, y eso supone más empleo. Por ejemplo, se calcula que en la agricultura ecológica se necesita un 30% más de empleo que en la agricultura industrial.

¿A qué se refiere con la crisis energética?

Me refiero al fin de la era del petróleo y de los combustibles fósiles baratos, abundantes y de buena calidad. Debido al agotamiento de estos combustibles, la energía será cada vez más cara, poco abundante y de mala calidad. Por tanto, la matriz energética de un mundo poscrecimiento tendrá que estar basada en otros pilares.

El primero de estos pilares es la reducción del consumo energético. Siempre digo que la energía más limpia es la que no utilizamos. Los otros dos pilares son las energías renovables y la eficiencia energética.

Precisamente, el modelo energético siempre aparece cuando se habla de otro tema fundamental por sus implicaciones ecológicas y sociales, como es el cambio climático, que no deja de ser a ojos de muchos expertos una consecuencia más de la política del crecimiento económico.

Está probado que a más crecimiento económico, se producen más consumo energético y más emisiones de gases de efecto invernadero. Es cierto que es posible reducir las emisiones por unidad producida. Por ejemplo, un coche último modelo produce por sí solo menos emisiones que un coche antiguo. Pero lamentablemente, como el consumo de coches y el número de unidades vendidas es mucho mayor, las emisiones globales al final son mucho mayores. Eso es lo que llamamos efecto rebote, que señala que, a pesar de las mejoras tecnológicas, el consumo global, impulsado por la lógica del crecimiento continuo, es tan elevado que hace perder todos los beneficios derivados de esas mejoras.

En su libro “Prosperidad sin crecimiento”, Tim Jackson afirma que es posible una nueva macroeconomía ecológica. Para ello, nos dice, el consumo debe dejar de ser la clave de bóveda del sistema económico.

Tiene toda la razón Jackson al decir que necesitamos una nueva macroeconomía. Es la única manera de salir del  círculo vicioso del crecimiento. Según esta lógica, siempre necesitas más producción para crear más empleo, y a más empleo, generas más poder adquisitivo, que te permite incrementar el consumo. De igual modo, el consumismo crea más empleo y más beneficios para el capital. Esa es la rueda creciente y sin fin que hay que romper cambiando claves básicas de la economía.

Para lograrlo, hay que dejar algunas cosas claras. Como que no nos vale cualquier tipo de productividad ni de poder adquisitivo. Es necesario que abandonemos la idea de que siempre va a aumentar la productividad.  También debemos ser conscientes de que la productividad tiene a menudo impactos sociales y ecológicos negativos. Por último, hay que sustituir el poder adquisitivo por lo que llamamos el poder de vivir bien, que incluye más que la capacidad de compra, dando cabida a valores humanos esenciales, como la solidaridad, la autogestión o la participación.

Tampoco nos vale la dictadura del PIB, que evidentemente no es un indicador del bienestar. De ahí que haya que sustituir el PIB por otros indicadores que tengan en cuenta los impactos sociales y ecológicos y además el bienestar real y la felicidad de las personas.

¿Sería la Economía del Bien Común de Christian Felber una de las claves para cambiar la manera de analizar los impactos y el producto de la actividad económica?

En realidad, existen ya muchos indicadores de riqueza alternativos. El problema no es tanto crear indicadores sino utilizar los existentes. Tampoco hace falta que vengan los expertos a decirnos cómo hay que crearlos, sino que debe ser la ciudadanía quien diga qué horizontes ecológicos y sociales quiere. Es decir, es la ciudadanía la que debe definir para qué que estamos consumiendo y trabajando.

Por otro lado, la Economía del Bien Común lo que nos aporta es sobre todo una herramienta muy útil. No es tanto una teoría, ya que en realidad retoma muchas cosas que ya existen, por ejemplo en la economía social y solidaria, pero lo que sí nos proporciona son herramientas muy prácticas para poder convencer a todo el sector empresarial.

Hablamos de un asunto bastante crucial, pues si defiendes una línea más alternativa cuesta que los empresarios te hagan caso, pero Felber tiene una capacidad de llegar muy potente que le permite decir a las empresas que lo importante no es tanto sus beneficios sino el balance social. Además, el bien común es un concepto muy potente porque suena a un cambio en positivo.

Si lo importante no son los beneficios, sino el balance social, ¿significa eso que hay que repartir más el fruto de esos beneficios entre la sociedad?

Evidentemente. Está claro que, además del cambio productivo, es necesario profundizar mucho más en la redistribución de la riqueza y del trabajo. El cambio que defendemos no puede funcionar en una sociedad desigual. Así lo defendemos en el libro, que no en vano ha sido escrito por gente que viene del mundo ecologista y de las luchas sociales.

Por esta defensa de la redistribución hablamos de cosas como la renta básica de ciudadanía o la renta máxima, dos de las principales reivindicaciones de los movimientos sociales que abogan por una mayor justicia económica. También apostamos por la redistribución del trabajo, tanto por sus efectos sociales como ecológicos. Un claro ejemplo es la reducción de la jornada laboral que se defiende en el informe 21 horas.

¿Y cómo se puede conseguir que las instituciones europeas y nacionales, tan fieles de momento a la ortodoxia neoliberal, viren hacia estos planteamientos tan alternativos que usted propone?

Debemos poner en marcha una doble estrategia. En primer lugar, una estrategia desde abajo, porque la mayor innovación procede de los movimientos sociales y de los nuevos colectivos que emergen y que desarrollan interesantes propuestas, como los sistemas de monedas locales, los huertos urbanos, la agroecología o las ciudades en transición. Ahí tenemos un laboratorio muy potente donde se experimenta de manera directa lo que puede ser el mundo de mañana.

Al mismo tiempo, no hay que quedarse solo en esta dimensión. De alguna manera, debemos encontrar la manera de institucionalizar estas formas desde abajo. Aquí entra en juego la dimensión política de nuestra lucha a nivel local, regional, estatal, europeo y global. Debemos ser capaces de entrar en las instituciones para que este modelo no sea solamente para unas pocas personas, sino que se pueda generalizar para el resto de la sociedad.

 

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