A veces se pasa por alto dichas informaciones, alegando que es perfectamente conocida la debilidad de las inhibiciones morales en esa época de la vida, y en general, no se intenta encuadrarlas en un conjunto más significativo.

Sin embargo, finalmente nos vemos obligados a estudiar la cuestión con mayor detenimiento, al encontrarnos con casos francamente expresados y muy demostrativos, acerca del hecho que habían incurrido en esos delitos, hallándose en un tratamiento analítico y siendo personas que ya habían pasado esos años juveniles.

La investigación analítica permitió llegar a la sorprendente comprobación de que estos actos eran cometidos, ante todo, por ser prohibidos y porque su ejecución procuraba, de alguna manera, un alivio psíquico al autor, por las razones que fueran. Éste sufría un opresor sentimiento de culpabilidad, de origen desconocido, cuya intensidad se reducía luego de haber cometido alguna falta. Al menos, de esa manera el sentimiento inconsciente de culpa, quedaba anexado a algo concreto y definido.

Y aunque parezca paradójico, debo decir que el sentimiento inconsciente de culpa era anterior al delito, que no surgía de éste, sino, por el contrario, el delito era su consecuencia. Era lícito entonces, denominar a estas personas: delincuentes por sentimiento de culpa.

La preexistencia de este sentimiento había podido ser comprobada, desde luego, mediante una serie de otras manifestaciones y consecuencias.

A pesar de todo, el trabajo científico no queda agotado al comprobarse la existencia de un hecho curioso. Debemos responder antes a otras dos preguntas: primero, de dónde procede el enigmático sentimiento de culpa anterior al hecho; luego, sí es probable que una motivación de este género intervenga en gran medida en los delitos humanos.

La respuesta a la primera pregunta prometería informarnos sobre la fuente del sentimiento de culpa en general. En tal caso, la investigación analítica nos ofrece invariablemente el resultado de que este oscuro sentimiento de culpa emana de lo complejo de la trama llamada del Edipo, donde se constituye el psiquismo humano, que resulta ser una reacción frente a los dos grandes propósitos criminales más elementales: el de matar al padre y el de tener relaciones sexuales con la madre.

Términos que no deben tomarse al píe de la letra sino a la letra del píe, es decir, son expresiones metafóricas que tienen un amplio espectro y múltiples maneras de expresarse y no deben simplificarse a su contenido lineal, porque de lo contrario, aparecen como figuras extremas de las cuales la gente normal, hace mofa y rechaza de plano, aunque si los viéramos en pequeños detalles de las relaciones, podríamos ver sus acepciones mínimas disfrazadas bajo otras facetas como la competitividad, o el cariño o la rivalidad fraterna, las disputas en temas triviales o la sublimación de afectos cotidianos.

Otro ejemplo lo encontramos en los niños, en los que se suele observar fácilmente que se “portan mal” para provocar un castigo, quedando tranquilos y hasta contentos después del mismo. Una investigación analítica ulterior, nos conduce muchas veces al origen del sentimiento de culpabilidad que les hizo buscar ese castigo.

Ciertamente será preciso excluir, entre los delincuentes adultos, aquellos que delinquen sin experimentar un sentimiento de culpabilidad, ya sea porque no han desarrollado ninguna inhibición moral, ya porque en su lucha contra la sociedad consideran justificadas sus acciones. Nietzsche conocía a estos delincuentes por sentimiento de culpabilidad.

El discurso de Zaratustra “Sobre el criminal pálido”, alude a la preexistencia del sentimiento de culpabilidad y a la realización del hecho con el fin de racionalizar aquél. Dejemos que la investigación futura decida cuántos de los delincuentes han de ser incluidos entre estos “criminales pálidos”.

Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.