«El día en que murieron los viejos dioses, yo estaba paseando por la playa. Ni tormentas, ni rayos, ni centellas, ni tan siquiera trompetas estridentes. El firmamento no se quebró desesperado y la mar estaba en calma.»
Por tanto poco hay que decir al respecto, ya que se antepone a la propia razón. En el concepto que le da el judaísmo, significa tres cosas: firmeza, seguridad y fidelidad. La palabra hebrea emuná, resume lo que dice la “carta a los hebreos”: La fe es la certeza de lo que se espera y la evidencia de lo que no se ve. Incluso cuando queremos elogiar a alguien utilizamos el axioma de: Es un hombre de fe.
La virtud de la fe, según la teología católica y otras, es la base que sustenta a las religiones, sin ella los creyentes pueden poner en duda mediante raciocinio las exactitudes o bondades de su religión, la “verdad” infusa de sus creencias queda así blindada de la praxis diaria y por ende de las tentaciones de los malignos.
Partiendo de esa indiscutible base, todo lo que se diga a un practicante de una filosofía religiosa puede ser obviado en función del convencimiento en su creencia. Decía Tolstoi: La fe es el conocimiento del significado de la vida humana. Si el hombre vive es porque cree en algo. Bellas palabras con las que todo el mundo puede estar de acuerdo, el significado de la vida y el objetivo de ésta son los pilares que soportan la propia existencia. Sin embargo, la fe no está reñida con la búsqueda de la verdad.
Desde que el mundo es mundo, el ser humano ha pretendido establecer lazos con los dioses. Nos sentimos tan pequeños y en ocasiones tan desolados, que la búsqueda de un ser superior que pueda paliar nuestros miedos se remonta a la primera noche de los tiempos. Aprovechando este deseo y esta necesidad de refugio, desde épocas inmemoriales, la humanidad ha recurrido a ritos y creencias y a partir de ellos los ha reestructurado como filosofías y derivado en religiones.
A partir de su establecimiento se crearon una serie de prácticas y normas que recogían las actitudes y pensamientos de sus seguidores, pero también los “intereses puntuales” de sus mandatarios del momento. La búsqueda para encontrar un elemento propio, distintivo y único, es el objetivo primordial de los distintos cultos en su afán de ser más numerosos, y no obstante, todos, se basaron en principios comunes y en rudimentos tan coincidentes que tal vez, la mayor verdad, sea la aceptación de que todos parten de una misma concepción y se van adaptando. La creación del universo; la lucha entre fuerzas del bien y del mal; la naturaleza humana de sus profetas y tantas otras cosas, demuestran una cognición común que ha ido adaptándose a tiempos, costumbres y necesidades políticas, étnicas y geográficas, según ha convenido. Los lances de los dioses egipcios y sumerios, tuvieron su alter ego en los griegos, fueron continuados por los de los romanos, corregidos por los monoteístas y adaptados por todos.
La religión cristiana se basa en la judaica y a su vez, la islámica, respetuosa y conflictiva con ambas, no sólo fundamenta sus creencias en un nuevo horizonte religioso, si no que ofrece un tratado político, social, además de una forma de vida. A su vez, los grandes cultos, derivan en otros que formulan visiones diferentes y estrategias distintas. Y para completar, hay religiones como el budismo y el taoísmo, que rechazan la existencia de dioses absolutos y que pretenden la formación espiritual como un medio de llegar a la luz del conocimiento y otras como el hinduismo que carecen de fundadores, profetas e incluso de órdenes sacerdotales al uso y que más que una religión, es la suma de distintas creencias, desde las rituales a las metafísicas, que acogen a costumbres y cultos ancestrales y que aglutinan a teístas, politeístas, panteístas, deístas, agnósticos e incluso ateos. Si bien estos cuatro últimos postulados poco tienen que ver con la fe.
Parece ser que la esencia de casi todas las religiones es la misma, la práctica del amor hacia nosotros y hacia los demás y el objetivo primordial, hallar la felicidad. Es decir, evitar el sufrimiento propio y compartir el ajeno. Ninguna filosofía religiosa plantea el supuesto de atormentar conscientemente a sus fieles; tampoco, ninguna, incluye entre sus postulados el mal a los otros seres humanos, sin embargo algunas sí promueven, directa o indirectamente, la persecución de los que no están con sus postulados y la mayoría de ellas, tienden a mostrarse excluyentes con las otras y no por razones exclusivamente dogmáticas. Y eso es en lo que no estamos de acuerdo.
Aceptemos que, para los creyentes, la fe prime por encima del raciocinio; admitamos que, cada uno, puede abrazar la devoción que le plazca; condescendamos con los renglones torcidos de todos los textos sagrados; toleremos que cada uno rece hacia dónde quiera y al dios que prefiera. Todo, salvo lo que afecte a los Derechos Inalienables de la Humanidad. Lo pongo con mayúsculas para que se entienda bien.
El practicante debe desde su fe, pensar en sus actos, saber dónde está el límite. Meditar sobre lo que es bueno y es malo, al margen de lo que le dicten sus líderes espirituales. Decía San Agustín: Todo el que cree, piensa. Porque la fe, si lo que cree no se piensa, es nula. Todas, absolutamente todas las religiones, han roto el límite. Cuando son minoría y cuando están sojuzgados, apelan a su misticismo y a su amor a la humanidad; cuando son fuertes persiguen, torturan y matan en nombre de sus todopoderosos. Nadie está libre de culpa.
Alguien creyó que, el tiempo y sobre todo la razón, serían capaces de enterrar a los viejos dioses, no es cierto. Cada día aparecen nuevas formas de misticismo o se renuevan las antiguas, parece ser que el hombre actual necesita creer en el cielo, tanto como aquellos primeros homo sapiens. Los agnósticos seguimos sin comprender la forma de acceder a unas verdades que parecen tan universales y concedemos la posibilidad, donde a nosotros se nos niega. Escribía Descartes: Por cuanto la razón me convence de que a las cosas que no sean enteramente ciertas e indudables debo negarles crédito con tanto cuidado como a las que me parecen manifiestamente falsas. Por tanto el ser humano al debatirse entre la existencia o no de un ser superior, se justifica con la creencia de que todo no puede terminar aquí. Pero si eso fuese así, si los cielos están poblados, si debemos creer, hagámoslo con sabiduría y respeto a los demás. Así lo querrían los dioses.
Dicen los budistas «El budismo es un progreso espiritual que lleva a la verdadera felicidad”. Tal vez, la meditación, como medio de transformarse a uno mismo debería ser una práctica de obligado cumplimiento en todas las creencias, incluido el agnosticismo. Una meditación íntima, sosegada y consecuente puede darnos luz a través de la opacidad de los credos; no me imagino a alguien que esté en paz espiritual, persiguiendo a un semejante porque reza a una estrella distinta.
Por Jordi Siracusa
Con mi más profundo respeto para los creyentes tolerantes… y para los agnósticos.
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BUDHA Y CRISTO ENSEÑARON LA MISMA DOCTRINA Y PERSIGUIERON LOS MISMOS FINES: LA TRASCENDENCIA HUMANA Y LA SOCIEDAD PERFECTA: Budha es un iluminado, instruyó la doctrina; Cristo es la luz misma, ilustró lo que es la trascendencia humana. La búsqueda de la paz, la felicidad y la libertad es legítima en el ser humano. Pero sólo podemos alcanzarlas a través del auto descubrimiento, conociendo nuestros defectos y eliminándolos practicando las virtudes opuestas, hasta alcanzar el perfil de humanidad perfecta patente en Cristo (cero defectos), a fin de desarrollarnos espiritualmente y alcanzar la suprahumanidad. La comprensión de los fenómenos espirituales que se dan en los estados alterados de conciencia, para sanar el alma de sus heridas profundas, y propiciar trasformaciones convenientes para si mismo y la sociedad, mediante prácticas terapéuticas que armonizan el cuerpo, la mente y el espíritu. Son interés primordial del misticismo: budista, cristiano, hinduista, sufí, la filosofía clásica y moderna y la psicología clínica.
La fe atenta contra el derecho humano de ser educados en la verdad y no en la mentira diciendo que es palabra de Dios.Convencer a las personas que tengan fe acríticamente, es el instrumento que utilizan los charlatanes para castrar mentalmente a sus seguidores. En los Evangelios Cristo continuamente indicó a sus seguidores que tuvieran fe en sus potencialidades espirituales para decretar sobre la naturaleza y los elementos, como calmar la tempestad, expulsar a los demonios, etc; pero nunca les pidió creer acríticamente en los textos bíblicos; por ello, en el Evangelio del ciego de nacimiento, nos enseñó que es necesario el juicio justo a fin de disolver las falsas certezas de la fe que nos hacen ciegos a la verdad; ya que solo la verdad nos liberará de los laberintos mentales que nos impiden encontrar la salida. A demás nos indicó el criterio de verdad, para cerciorarnos de la bondad o el mal de una doctrina, señalándonos que por sus frutos se conoce al árbol.