Por esa vía llegué a comprender, entre otras cosas, que el movimiento aparente del sol alrededor de la tierra dio lugar no a una creencia, sino a un sistema de ellas que se fue prolongando como una retícula hasta llegar a la novela El Exorcista, cuando las palabras del Maligno sólo son comprensibles al grabarlas en cinta y reproducirlas al revés, y hasta llegar también al equívoco término siniestro, que aunque sólo significa que alguien se conduce con la mano izquierda, es un adjetivo vinculado en forma poco definida al mundo de las tinieblas.

El hombre prehistórico se lanzó a la tarea de identificar y aislar las claves que gobernaban el movimiento de los astros y los ciclos de las estaciones, y a partir de esas claves que creyó descubrir, elaboró ciertas leyes que creía que eran las que efectivamente ordenaban el universo visible.

Una de las diferencias entre el hombre prehistórico y el hombre moderno, además de los niveles de colesterol, es que si bien ambos experimentan la necesidad de saber, el primero no sufría interferencias en sus procesos mentales. A nosotros, en cambio, nos cuenta pensar a consecuencia del exceso interesado de información que coloniza nuestra mente como legiones de okupas no autorizados.

Para resolver esto es preciso imitar la empresa del hombre prehistórico atisbando el cielo en busca de las claves. Debemos mirar alrededor y tratar de ver más allá de la ya famosa pantalla del mundo ficticio que el sistema nos proporciona totalmente gratis para que creamos que somos felices y que todo está bien. Este trabajo es imprescindible para cambiar las cosas. No es suficiente decir que no, ni repetir que esto no nos gusta o aquello no lo queremos. Para cambiar el sistema es preciso saber cómo funciona.

¿Cómo funciona el bipartidismo? Con dinero. Con mucho dinero. Entre cuatro o cinco podríamos fundar un partido político que cambiara la sociedad para bien, pero esto es imposible porque carecemos de ese dinero.

¿Por qué es necesario ese dinero? Principalmente para financiar unas campañas electorales, que suelen ser carísimas.

¿Por qué las campañas electorales son caras? No existe ningún motivo derivado de la necesidad de hacer llegar el mensaje electoral. Simplemente las campañas son caras porque los partidos quieren que lo sean.

¿Por qué los partidos quieren que las campañas electorales sean caras? Porque sólo de esa manera pueden asegurarse la hegemonía, ya que ellos tienen dinero y nosotros no.

¿Habéis visto un mitin o una convención del partido demócrata o de sus amigos republicanos? ¿Habéis visto esos globitos flotando, esos focos, esos auditorios, esa megafonía, todo eso? ¿Alguien piensa que es posible hacer política en Estados Unidos (y por extensión en cualquier otro país) afuera de esos dos partidos? Pues no. A la democracia le sucede lo que al Movimiento Nacional del general Franco: Que si quieres ser alcalde, presidente de diputación, ministro o algo parecido, o entras por los cauces oficiales o ni te canses.

Una campaña electoral, y el mundo de la política en general, es como un club selecto al que tú no puedes pertenecer porque no puedes permitirte pagar las cuotas. Todo lo que se hace en ese club lo puedes hacer tú lo mismo que lo hacen sus miembros: Sentarse en un sofá, pedir una bebida y conversar. Pero ellos se aseguran de que sólo puedan entrar los ricos. También tú puedes hacer política y podrías gobernar el país haciendo lo mismo que hacen ellos, pero no puedes porque se han ocupado de que la política sea un club privado por el sencillo procedimiento de imponer unas cuotas de ingreso prohibitivas. Esas cuotas de ingreso, en política, son los desmesurados costes de toda campaña electoral.

Hace falta un trabajo primero de análisis y posteriormente de decodificación del sistema para traer de vuelta la democracia (si es que alguna vez estuvo aquí). Un análisis de las claves que mantienen activo y saludable el bipartidismo podría ser el anterior: Esa pujanza se debe a la absoluta imposibilidad de que pueda llegar a la sociedad el mensaje de otros partidos nuevos por falta de dinero.

Si nos pusiéramos al consiguiente trabajo de decodificación, la cosa resulta simple: Para que la democracia sea verdad, hay que suprimir el gasto en las campañas electorales. Ya he contado muchas veces cómo habría que hacer estas campañas: Sin invertir un céntimo (más o menos) y a través de espacios gratuitos en radios y televisiones públicas y privadas (aprovechando que el espacio radioeléctrico es público). Sólo entonces se convertiría en realidad el estupendo propósito de que triunfen las mejores ideas y no los talonarios de cheques más espesos.

Es por esto por lo que he propuesto en mi texto de reforma de la Constitución una imposición de austeridad en la campañas electorales y por esto también os invito a propagar esta propuesta, introducirla en el debate, refinarla y si puede ser llevarla a buen fin. Como sabéis, la reforma de la Constitución está condensada en el Manifiesto 2012.

La democracia, por definición, es imprevisible. Cualquiera que convenciera a la mayoría podría vencer en unas elecciones y gobernar según sus principios y su programa. Pero tendréis que convenir conmigo en que esa imprevisibilidad es como azúcar en el carburador de un sistema que necesita que los políticos sean sus muñecos dúctiles y maneables. Los bancos, las farmacéuticas, petroleras, fabricantes de armas y demás gremios de gente honesta, necesitan que esos muñecos les garanticen una sociedad a la medida de sus necesidades de enriquecimiento bestial. Por tanto, no se pueden permitir las sorpresas de una democracia auténtica.

Por esto, no se trata de un problema de los políticos. Los políticos no son nada. Son tristes muñones de madera podrida repitiendo discursos rancios. Ni siquiera son los políticos los responsables de las listas cerradas ni de la ausencia de toda democracia interna en sus partidos. Sus amos no les permiten sorpresas tampoco dentro de casa en forma de líderes elegidos por las bases o diputados elegidos por el pueblo. Todo esto viene de arriba.

Vamos a dejar ya de repetir que si Rajoy debe dimitir, que si Zapatero era medio tonto y que si Rubalcaba es un Rasputín: No son nadie. Tienen capacidad de hacernos llorar, pero son los chicos de los recados de la dictadura mundial. Es mejor que utilicemos la energía para analizar, decodificar y sobre todo unir. La prohibición de gasto en las campañas electorales como fórmula para liquidar la dictadura bipartidista es sólo una de las propuestas de la reforma de la Constitución que escribí hace ya tiempo, pero ese texto lo someto también a debate y mejora. Pero hagámoslo. Lo peor es la indiferencia.

Están surgiendo como rosquillas partidos, asociaciones, plataformas, grupos y colectivos críticos con el sistema. Todos están destinados a unirse en una gran plataforma que vaya a las elecciones para ganarlas, pero esa unión no se va a producir por el mismo mecanismo por el que el campo florece en primavera, es decir, por naturaleza. Es necesario impulsar ese proceso y trabajar para él. El colectivo inorgánico Manifiesto 2012 ya ha dado un primer ejemplo al firmar un acuerdo de colaboración con el partido Alianza Blanca, que promueve la espiritualidad y la ética en la actividad política y que también ha adoptado en su programa la Economía del Bien Común.

El inmenso vacío que están dejando los siervos del sistema en la arena electoral puede ser recogido por un partido democrático sólo si nosotros somos capaces de hacer algo tan simple como ponernos de acuerdo. No hace falta ser héroes, ni desangrarse en la barricada, ni asumir tareas insuperables: Sólo hace falta ponerse de acuerdo.

José Ortega es abogado y autor del blog de José Ortega