En un primer momento podríamos responder a la pregunta argumentando que históricamente se han vivido procesos de deslocalización en todos los ámbitos de la actividad humana, pero centrándonos en los relacionados con la economía sería ilustrativo recordar como han sido deslocalizados de las regiones periféricas diversos recursos naturales, yacimientos de materias primas y metales pre ciosos por las potencias hegemónicas de cada época, o los grandes traslados de mano de obra esclavizada que se llevaron a cabo entre los siglos XVI y XVIII, y que implicaron el desplazamiento de población africa na hacia el resto del mundo y especialmente hacia el continente americano; las abultadas migraciones de la población rural hacia las ciudades desde el inicio de la revolución industrial, con una agudización a partir de mitad del siglo XX, o la de mano de obra altamente cualificada hacia países con mayor potencial de investigación. Y podríamos continuar con una larga lista de ejemplos en la que veríamos que este tema de las deslocalizaciones ni es nuevo, ni se limita a aspectos puntuales.
Sin embargo se tiene la impresión de que este asunto ha surgido últimamente como consecuencia de la competencia de los países emergentes que, aprovechando las desiguales condiciones tanto sociales como salariales, consiguen atraer a las grandes empresas para que radiquen en su suelo las nuevas instalaciones e incluso trasladen las existentes en los países avanzados. Es decir, es cierto que asistimos por primera vez a un tipo de traslado en el que su flujo resulta claramente centrífugo, siendo motivo de controversia entre los especialistas determinar si el proceso resulta positivo o negativo para las economías desarrolladas. Parece que existe un relativo consenso respecto a que en un primer momento las deslocalizaciones provocan des empleo en occidente, pero sus efectos resultan positivos con un horizonte de medio plazo, ya que inducen a un mayor esfuerzo en competitividad, investigación, desarrollo y formación, asegurando de esta forma una ventaja competitiva para estas economías.
Igualmente, la mayor producción y demanda en nuevas áreas en desarrollo, aumenta y expande el comercio internacional, por lo que a la larga el proceso resulta positivo mientras los flujos de inversión no basculen bruscamente hacia los países emergentes, ya que un saldo neto deslocalizador de inversiones desde occidente a favor de otras áreas económicas, seguramente provocase desajustes que pondrían en aprietos a los países responsables del 85% del Producto Bruto mundial, lo cual es claramente desaconsejable a nivel global. Pero difícilmente se dará esta situación; hay que tener presente que los costes laborales, aún siendo importantes, no son el principal input en la creación o fabricación de productos con estándares medios/altos de calidad y tecnología. Un marco fiable y regulado, mano de obra cualificada, infraestructuras suficientes, así como una importante concentración de capacidad productiva de toda índole, confieren a los países desarrollados una ventaja competitiva difícilmente igualable, para bien o para mal, por las economías emergentes. En resumen, un mejor sistema educativo, la mayor inversión en investigación y desarrollo, la especialización de los trabajadores y un mayor potencial tecnológico, parecen ser la mejor vacuna para evitar los males de la deslocalización.
Sin embargo al producirse con las deslocalizaciones esta reubicación de la producción y consecuentemente de las rentas hacia algunas zonas menos desarrolladas, da la impresión de que nuevamente la economía es mucho más ágil y dinámica que los marcos legales de la sociedad, de tal manera que aún a pesar de la existencia de una tendencia clara en la voluntad política internacional por resolver los grandes desequilibrios, el propio mercado que ha favorecido aquellos entre los distintos países, es ahora el encargado de redistribuir el empleo y la riqueza, dando la razón así a quienes siempre han defendido que el sistema es objetivo y evolutivo, y no niega nunca una oportunidad a todo aquel país que está dispuesto a asumir y respetar las reglas del juego. Son las luces y las sombras del sistema con el que nos hemos dotado para regular las relaciones económicas en la sociedad.
Pero el final del siglo XX nos ha aportado unas herramientas cuya implementación se está llevando a cabo de forma cada vez más rápida y generalista. Pongamos un ejemplo simple de lo que me refiero para sacar dos conclusiones importantes: Hoy en día cualquiera de nosotros puede elaborar algún tipo de producto o artesanía en su propio hogar y proceder a su venta y distribución a nivel mundial mediante el empleo de los recursos que ofrece Internet. Pues bien, este ejemplo tan obvio es posible gracias a dos características con las que ahora cuenta el sistema económico.
{salto de pagina}
En primer lugar el desarrollo de los medios de distribución de manufacturas a escala mundial ha sufrido una gran evolución en cuanto a sus medios y control, de forma que es posible garantizar plazos de suministro dentro de márgenes de tiempo cada vez más estrechos, pudiendo consultar incluso donde y a cuantas horas de su destino está cualquier tipo de trasporte terrestre, aéreo o marítimo.
En segundo lugar, la evolución y difusión de las tecnologías de transmisión de video, audio y datos, han alcanzado una madurez tal de desarrollo, que permite su aplicación instantánea en cualquier punto del planeta con independencia de sus infraestructuras de comunicación. Sistemas de transmisión vía satélite nos permiten enviar todo tipo de información hasta los lugares más recónditos, de tal manera que estamos a un paso de que varios departamentos de una empresa pudieran distribuirse por distintos países con razonable operatividad, y es solo el principio. Dicho de otra manera, el sistema económico ya puede ser considerado ciertamente global.
Partiendo de esta situación y teniendo en cuenta tanto la máxima económica según la cual la empresa que se queda quieta desaparece, y la constatación que se produce a finales de los ochenta de que la integración vertical no acaba de aportar las sinergias esperadas y en cambio tiende a generar cierto relajo en el proceso, es por lo que el nuevo modelo de crecimiento empresarial varía el rumbo hacia la consecución de integraciones horizontales que permitan mayores incrementos de masa crítica de negocio mediante la captación de nuevos mercados, y hoy en día esto se consigue mediante la expansión internacional. Tanto es así, que estamos acostumbrados a ver como las grandes compañías de los sectores industrial y de servicios tienen dimensión multinacional en un contexto en el que ser la primera empresa a nivel exclusivamente nacional no garantiza la supervivencia al próximo envite del competidor multinacional.
En definitiva, creo que hablar de deslocalizaciones implica afrontar un proceso que va más allá del simple debate sobre pequeños traslados de cadenas de montaje hacia localizaciones con mano de obra más barata. En el actual terreno de juego donde deben moverse las empresas, la competitividad pasa necesariamente por la adquisición del mayor tamaño posible frente a los competidores por lo que, en la lógica económica, toda empresa se ve obligada a maximizar su tamaño mediante el mejor empleo de los medios disponibles, en consecuencia y dado que los recursos tecnológicos ya permiten que el escenario de juego sea a escala global, el objetivo último pasa por la integración horizontal de actividades a lo largo de los cinco continentes. Nadie se extrañará si decimos que dentro de 20 años contaremos con multitud de empresas cuya implantación real y efectiva de actividades tenga escala mundial, con lo que una vez alcanzado este punto, y siguiendo con la continua necesidad de mejora competitiva, estas se verán enfrentadas a optimizar, entre otros, sus recursos humanos de forma igualmente mundial, decidiendo por ejemplo en cual de los países con implantación física permanecen las cadenas de montaje, los centros de desarrollo e investigación o los centros nodales de distribución, es decir, estaríamos hablando de una redistribución de asignaciones laborales a nivel internacional siguiendo criterios estrictamente empresariales, que aunque a priori no tiene mayores complicaciones, podría estar indicándonos que avanzamos hacia una reestructuración social con carácter global.
Si la capacidad que tenemos en estos momentos nos permite que surjan estructuras de índole mundial, el sentido común parece aconsejar que el sistema de gestión de la sociedad, el político, no debería quedarse atrás en esta constante evolución y en consecuencia ha de utilizar al menos los mismos medios y el mismo alcance que el resto de actividades, dado que es el que hemos determinado para marcar las reglas de juego de todos los demás. Mal papel estaría obligado a representar si no le dotamos de similar capacidad que a los elementos que debe gestionar, de tal manera que resulta interesante empezar a trabajar desde ahora en como estructurar los organismos políticos globales que en un tiempo no demasiado lejano vayan a necesitarse.
Podemos prever que el desarrollo del mundo económico siempre resulta más dinámico que el político, lo que nos lleva a estar atentos para que uno más de los “inventos” humanos para organizar nuestra forma de vida en común, en este caso el sistema económico, no se quede aislado y sin directrices por haber adquirido una preponderancia para la cual ni ha sido ideado, ni está adaptado.