“Me llamo Pilar y soy profesora de un Instituto en un barrio de Zaragoza. Imparto clase a chicos y chicas de 1° y 2° de ESO y desde hace un tiempo observo cómo un grupo de chicos intimida a dos alumnos que van muy bien en los estudios”. “Soy María, madre de una chica de 12 años que acude a un instituto de un pueblo de Aragón. Mi hija era una chica desenvuelta y sociable y desde hace sólo unos meses prácticamente no sale de casa. Ha dejado incluso de tener amigas y tampoco tiene ganas de ir al instituto. ¿Será que está siendo acosada por sus compañeros?”. Podríamos hacer un recorrido por diferentes periódicos y encontraríamos fácilmente noticias relacionadas con esta realidad. Debemos reconocer que es un tema fácilmente vendible en los medios de comunicación, en donde las noticias de sucesos, accidentes… copan su contenido. Pero ¿esto significa que la violencia en la escuela va en aumento? La respuesta, aunque parezca contradictoria, debería ser no. Es cierto que nuestros jóvenes disponen en los momentos actuales de más libertad, más autonomía, más posibilidades… y, por otra parte, unas referencias en cuanto a valores e ideas algo confusas, pero el tiempo que toca vivir a cada generación es el que es y no otro.
Los mismos conflictos en diferentes contextos
Hace ya muchos años, hablo de los años 80, cuando comenzaba mi andadura como maestro teníamos que lidiar en los cursos 7º y 8º de la anterior EGB –actualmente 1º y 2º de ESO con alumnos que tenían los mismos problemas que ahora y provocaban los mismos conflictos, eso sí en otro contexto diferente. Los problemas de disciplina que había en esos cursos eran los mismos que ahora. Algunas variables han cambiado, antes eran los maestros los que se ocupaban de estos alumnos, ahora son profesores de Secundaria; antes eran centros mas bien pequeños, ahora son centros excesivamente grandes; antes los alumnos tenían tres o, a lo sumo, cuatro profesores que les impartían todas las áreas, ahora pueden tener hasta ocho o nueve profesores diferentes; antes trabajaban en torno a pocas áreas diferentes de aprendizaje, ahora tienen ocho o nueve asignaturas distintas. Esto nos lleva a afirmar que la violencia no ha aumentado, los conflictos no tienen porqué ser diferentes ahora de antes, lo que sí ha cambiado es el contexto en el que se mueven estos alumnos. Los alumnos no son más agresivos o violentos que antes, son los que son en una edad determinada muy propensa a comportamientos extremos hormonales, pero ha sido siempre así.
Es cierto que se ha añadido otra variable importante, ahora todos están hasta los 16 años, se han añadido dos años más, que para aquellos alumnos que antes ya tenían problemas a los 14 años son un espacio más en el que van a crear situaciones conflictivas. Me preocupa como educador que solamente se ponga encima de la mesa lo que hacen los alumnos, que por otra parte tampoco podemos olvidar y los profesores lo están sufriendo en sus carmes, sin hacer referencia a otras variables que, desde mi punto de vista, sería imprescindible considerar si queremos afrontar esta realidad desde una perspectiva positiva y no punitiva. Me preocupa y mucho que se esté creando un estado de opinión en el que se afirma que la “culpa” de todo la tienen los alumnos, que la violencia aumenta de forma considerable, para después afrontar dicha situación con medidas exclusivamente punitivas. Es mucho más fácil y barato, desde una visión reduccionista y simplista, expulsar a un alumno del centro que estructurar y crear en el centro medidas positivas para afrontar esa situación, como podrían ser el desdoble de grupos para su mejor “manejo”, suficientes apoyos individuales… pero, claro, estas medidas no se venden fácilmente en las campañas para las elecciones y son excesivamente caras. Sigo manteniendo desde hace tiempo que una inversión importante en educación evitaría inversiones más caras después en policía y cárceles. No es demagogia, es una realidad. El problema que nos encontramos es que estas inversiones no se pueden vender fácilmente a corto plazo, sus efectos son a largo plazo y el partido político en cuestión no puede rentabilizarlas en las elecciones más cercanas. Comento en la última parte del artículo medidas y propuestas para intervenir.
Libertad con límites
Volvamos sobre los alumnos y su comportamiento. El reto que tenemos los educadores y los padres es estructurar espacios y tiempos de aprendizaje en los que nuestros adolescentes sepan e interioricen que su libertad es amplia y reconocida por todos, pero que tiene unos límites infranqueables con una responsabilidad clara si se traspasan. Por ejemplo, en una clase el profesor debe dejar bien claro una serie de normas, consensuadas con los alumnos nunca impuestas, que permitan el desenvolvimiento normal de una clase y que conllevan una responsabilidad para el que las incumpla. Eso sí, si en las normas está el no poder moverse nada o hablar en ningún momento está claro que están condenadas al fracaso. Deberían haber pocas normas pero claras y sencillas. El adolescente debe saber donde están los límites y, además y es muy importante, debe interiorizarlo y asumirlo. Para unos padres el modelo sería similar. Nos quejamos de que los adolescentes hacen lo que quieren, pero porqué no nos preguntamos si somos nosotros mismos con nuestra dejadez o falta de flexibilidad los que lo permitimos.
El centro en su globalidad como punto de partida para mejorar la convivencia y prevenir la violencia
Si entendemos que el centro educativo debe ser un instrumento de cohesión social y de integración democrática, es necesario estructurar en el centro un clima que no solamente permita sino que también provoque espacios y tiempos adecuados para ese aprendizaje que se interioriza en el día a día, en lo que en cada momento vive el alumno. En el establecimiento de ese clima que potencie una convivencia positiva tiene mucho que decir todo el centro. Los procesos para tomar decisiones, el grado de participación de alumnos y padres, las normas de disciplina o convivencia, el papel que desempeña cada uno de los colectivos que está presente en el centro, la organización curricular, el desarrollo de la acción tutorial… representan dinámicas de funAcionamiento que implican un modo de entender las relaciones interpersonales, el afrontar los conflictos y, por lo tanto, la convivencia en sí misma.
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Si pensamos en estructuras que permitan la participación, el consenso, la mediación… desarrollando contextos en los que puedan participar de forma activa profesores, padres y alumnos favoreceremos un clima que actuará como un modelo preventivo. Un enfoque sancionador, punitivo… para afrontar los problemas de convivencia no lleva más que a una espiral de violencia con los resultados negativos ya conocidos por todos. Por ejemplo, si basamos la mejora del clima escolar en la segregación de todos aquellos alumnos con especial índice de conflictividad, seguramente provocaremos a largo plazo situaciones de conflicto difícilmente manejables para un centro educativo. Es necesario asumir el reto y apostar con seriedad y convencimiento por una organización de los centros que favorezca y potencie los valores de respeto, participación, cooperación y solidaridad, ya que los alumnos van a interiorizar esencialmente lo que viven, no lo que se les dice.
Además, este planteamiento global que deberían hacer los centros tendría que venir acompañado de una sintonía con la sociedad y la familia. Es cierto que estamos en una era de incertidumbre, de cambios, pero sería imprescindible que los diferentes espacios en los que se mueve el alumno dispusieran de valores y referencias similares. En este caso, debemos fijarnos en la familia y el centro educativo como espacios de convivencia en donde podemos intervenir como profesores. De ahí la importancia de la participación de los padres y de la consideración del centro educativo como una globalidad con la implicación de todos.
Así pues, la convivencia se debe abordar como una cuestión de centro, no como un problema del profesor x o de unos alumnos determinados. El aprendizaje de la convivencia, la interiorización de relaciones interpersonales positivas, el desaArrollo de hábitos democráticos, la práctica de actividades colaborativas… debe surgir de la propia organización del centro y del desarrollo de su currículo. Tendremos que hablar cada vez menos de programas específicos para afrontar problemas concretos y desarrollar estructuras organizativas democráticas y participativas, así como currículos adecuados para afrontar esta realidad.
Para educar a un niño hace falta la tribu entera
Como dice J. A. Marina “los padres solos no pueden educar a sus hijos, hagan lo que hagan, porque no pueden protegerlos de otras influencias muy poderosas. Los docentes solos no pueden educar a sus alumnos, por la misma razón. La sociedad tampoco puede educar a sus ciudadanos, sin la ayuda de los padres y del sistema educativo. La intervención de padres y maestros es imprescindible, pero todos debemos conocer sus limitaciones y reconocer que, en la tupida red de influencias en que vivimos, todos ejercemos una influencia educativa, buena o mala, por acción o por omisión…Es imprescindible una movilización educativa de la sociedad civil, que retome el espíritu del viejo proverbio africano: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera.” (Marina J.A., 2004: 9) En este caso, deberíamos decir que para educar a un alumno se necesita el centro entero contando con la implicación de todos los que intervienen en él.
Cualquier situación conflictiva que se genere en el centro no se debería afrontar desde medidas puntuales, sino con una respuesta colegiada y global de toda la comunidad educativa en un centro en el que se disponga de elementos, estructuras y órganos adecuados para afrontar esas situaciones. Hay que entender que el propio centro desde su organización es un ámbito específico y muy importante de aprendizaje. Indico a continuación algunas propuestas organizativas que pueden ayudar al desarrollo de una convivencia adecuada en el centro: Los programas de Diversificación Curricular y Cualificación Profesional AInicial en Secundaria, los planes de acogida para alumnos inmigrantes y alumnos 1º ESO, la Constitución del centro en el Proyecto Educativo, la comisión de convivencia, la acción tutorial, los Consejos Escolares de aula, los programas de mediación y de ayuda entre iguales. Además, deberíamos ir hacia centros pequeños, habitables y manejables. La ratio profesor/alumno en las aulas debería permitir la atención individualizada, la proximidad al alumno y la atención a la diversidad. Los grupos de alumnos deberían reflejar la realidad social, o sea mantener su heterogeneidad. La Comisión de Coordinación Pedagógica debería ser un órgano importante para la coordinación de todos los programas y actuaciones que se llevarán a cabo en el centro.Finalmente, es necesario ir incorporando a nuevos profesionales, como trabajadores sociales, personal sanitario… que trabajen en el propio centro o en conexión con el centro.
No puedo terminar sin insistir en que cualquier programa, cualquier medida que se plantee en un centro en torno a la convivencia dejará de tener sentido si no existe un planteamiento global del centro, una implicación de toda la comunidad escolar, una actitud de querer afrontar esas situaciones… Como decía J.A. Marina, para educar a un niño hace falta la tribu entera.