El panorama internacional se mueve entre el unilateralismo de EEUU, y la pérdida de influencia de la Unión Europea, que parece haber abandonado su papel de contrapoder frente al gobierno Bush. Surgen, sin embargo, con papel emergente los países que se agruparon en la pasada reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en defensa de los agricultores de los países más empobrecidos. La complejidad de los problemas ambientales ha aumentado con el paso del tiempo, y también son más complejas las soluciones. El blanco y negro van desapareciendo del debate ambiental, para dar lugar a multitud de matices que en ocasiones contienen auténticos avances, pero en muchas otras esconden esfuerzos de lavado de imagen de industria y gobiernos. Sin embargo, queda cada vez más clara la necesidad de cambios profundos en la relación de la actividad humana con su medio ambiente, para garantizar la sostenibilidad. El reto para el movimiento ecologista es enorme, ya que, como dijo el fundador de Greenpeace, David McTaggart, “hasta ahora sólo nos hemos estado preparando para la lucha contra el
cambio climatico”. Por ello, este movimiento social debe adaptarse para trabajar igualmente en lo global y en lo local. El viejo slogan de “piensa globalmente, actúa localmente” se ha quedado obsoleto ante la fuerza de la globalización financiera que tiene capacidad para arrasar cualquier buena iniciativa local. Tampoco la situación internacional puede ser ajena a esta lucha: la negativa del gobierno Bush a ratificar Kioto, hace que las miles de iniciativas positivas que en todo el mundo se desarrollan en contra del aumento de la emisión de gases de
efecto invernadero, puedan quedar en lo meramente simbólico frente a la dejación norteamericana. No debemos olvidar que los EEUU con un 5% de la población glo bal, emiten más del 25% de los gases de
efecto invernadero.
Por ello, de cara a las próximas décadas el esfuerzo debe ir en las dos direcciones: la lucha por un cambio profundo de organismos de carácter global como la Organización Mundial del Comercio (OMC) o el Fondo Monetario Internacional (FMI), compaginada con acciones locales efectivas que muestren la capacidad de transformación hacia un modelo sostenible en el ámbito local.
La pasada Cumbre de Johannesburgo mostró que hay un movimiento ciudadano cada vez más fuerte y con mayor implantación, que exige a los gobiernos que cumplan su mandato de defender los intereses comunes frente a los intereses particulares de las corporaciones. Cada vez las redes entre los distintos movimientos son más sólidas, lo que facilita el intercambio de experiencias y de información, así como la acción común. La defensa ambiental, la lucha contra la pobreza o los derechos humanos y sociales, forman parte de ese otro mundo posible por el que muchos luchamos.
Los gobiernos deben recuperar un papel relevante en un mundo que avance hacia el multilateralismo y el diálogo. Frente al modelo actual de servilismo hacia el único polo de poder, Naciones Unidas debe recuperar la iniciativa y capacidad de influencia.
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La Unión Europea ha ido perdiendo peso en el ámbito internacional en la medida en que ha sido incapaz de defender con voz firme y unánime los esfuerzos multilaterales de acción. Es necesario que esto cambie, y que Europa, de la mano de países empobrecidos, lidere el proceso de cambio necesario hacia un modelo sostenible.
La guerra de Iraq ha puesto de manifiesto que cuando están en juego intereses económicos concretos –en este caso el acceso a las segundas reservas de petróleo más importantes del mundo hay países que están dispuestos a saltarse las reglas del juego establecidas por ellos mismos a través de acciones unilaterales. Denunciarlo es una obligación, no sólo de la opinión pública sino, esencialmente, de aquellos gobiernos que opten por defender el interés de los ciudadanos, y no el de los poderes económicos.
Si la Cumbre de Río, allá por el año 1992, empezó a fracasar al día siguiente de su clausura, por la falta de voluntad de los gobiernos para aplicar las medidas allí acordadas, tal vez debamos empezar por exigir a todas las partes que vayan más allá de los pobres resultados de Johannesburgo. El éxito o el fracaso de cualquier esfuerzo lo mediremos en resultados reales para el planeta. Ese es nuestro reto.
Greenpeace lleva desde 1971 promoviendo cambios a través de sus campañas. Desde la prohibición en la caza de grandes ballenas, hasta la protección de la Antártida o la prohibición de los vertidos radiactivos al mar, son el resultado de años de esfuerzo y de trabajo. A lo largo de más de treinta años hemos visto crecer la conciencia sobre los problemas ambientales. Lo que en 1971 era un pequeño grupo de activistas, hoy se ha convertido en una organización con millones de socios y miles de activistas en todo el mundo.
Pero el reto de la Humanidad es ahora mayor que nunca. Está en juego la supervivencia de nuestra especie sobre la Tierra, y los plazos se van agotando. Por muy oscuro que parezca el futuro, el cambio es posible, pero sólo desde la movilización individual y colectiva por un futuro sostenible.