No me imagino al Jefe de Gobierno corriendo detrás de nosotros, como una madre atribulada, recogiendo las colillas, las latas de refresco, los cartones de las papas fritas y otras curiosidades que tenemos a bien arrojar por la ventanilla cuando fumamos o bebemos en el coche. Si pusiéramos las cosas en su lugar, entre ellas la basura, ahorraríamos dinero al erario, y a las tareas de limpieza pública una carga fabulosa de trabajo inútil y de tiempo perdido. Es una obligación del gobernante orientar a la gente para conseguir los objetivos comunes más barato, más rápido. Los gobiernos utilizan los medios de comunicación para decirnos que ahorremos agua, que no contaminemos y hasta que usemos el condón. Está bien. La educación masiva no puede ser sino permanente, pero es muy cara. Si aprendiéramos sin que nos tuvieran que repetir tanto los mensajes, el dinero ahorrado serviría para otra cosa.

Las mejores sociedades que ha conocido el mundo tuvieron sus puntos de apoyo en la solidaridad y el bien común, dos antiguallas olvidadas. Es más, quien las patrocina es objeto de burlas y señalado como un tonto.

¿A dónde va la sociedad del “sálvese quien pueda”?

[Dinero para tener poder. No es un círculo vicioso. Es un círculo infernal]

La ilegalidad es la impronta de la época, y también el individualismo rabioso. La palabra trabajo ha sido reemplazada por la palabra éxito. El listo desplazó al bueno. El yo devoró al nosotros. El ciudadano ya no es el ciudadano, es el consumidor. No somos gente con emociones, con sentimientos. Somos dinero. Y así nos va.


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“Lo que no es bueno para el enjambre no es bueno para la abeja”, dijo un emperador romano hace 2200 años, y el axioma no ha sido cuestionado porque su evidencia no admite réplica. Sin embargo mucho más tarde el filósofo inglés Francis Bacon explicaría que el vivir en la sinrazón es algo normal desde que en la naturaleza humana “hay siempre más del necio que del sabio”.

Alguna vez empecé y no terminé un proyecto de novela que se desarrollaba en una isla donde gobernaban niños, o gente muy joven, y los problemas comenzaban a resolverse, porque sí hay modo de vivir mejor, pero el egoísmo humano ha logrado minar las estructuras sociales hasta rebasar todos los límites imaginados.

El niño y el joven no saben nada de nada, pero tienen la capacidad de ser solidarios e idealistas. En el adulto parecen recidivar los valores enfermos.

¿Qué buscan los hombres que se destacan? Los que nuestra cultura llama exitosos. Poder y dinero. Dinero y poder. Poder para tener dinero. Dinero para tener poder. No es un círculo vicioso. Es un círculo infernal.

El individualismo no es malo en sí mismo, porque algunas de sus representaciones permiten al sujeto sublimar su espíritu. Grandes defensores del pensamiento individual fueron Nietzsche, Steiner y Kierkegaard. Lo social, por oposición, se suele asociar a ciertas formas de totalitarismo. El nazismo, el comunismo y el fascismo criticaron la libertad individual.

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Pero hoy no hablo aquí yéndome a profundidades filosóficas. Hablo en contra del individualismo egoísta de esta época. Del que impide ser buen vecino, mejor amigo y comprometido ciudadano, del que impide mejorar la ciudad, la comunidad, nuestro pequeño mundo.

[La pobreza deshumaniza y la pobreza de espíritu crea estupidos]

La sociedad padece un frío de muerte. A los políticos no les creemos, a los policías les tememos, a los vecinos no los conocemos. Indiferencia, emociones dormidas, insensibilidad. Parece que los ancianos no se han ganado el derecho al bienestar. Preservar del sufrimiento a los animales, no interesa. El cuidado del medio ambiente, no está en la agenda. De la salud para los enfermos, a ver quién se ocupa.


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Un sujeto le comentó a otro: “El cáncer de esta época es la indiferencia”. Y el otro le contestó: “Y a mí ¿qué me importa?”

“El diferente”, especialmente en lo sexual, no es digno ni de respeto ni de integrarse a la sociedad con normalidad. Es blanco de escarnio, de humillaciones y de burlas de baja especie. Se da por sentado que los patrones que marcan las mayorías son los normales, y lo demás, despreciable.

Jack El Destripador es el asesino más célebre de la historia con cinco asesinatos. En Ciudad Juárez han muerto algunos centenares de mujeres al conjuro del más riguroso misterio, sin que las voces de reclamo hayan logrado provocar más que un modesto escándalo por los sucesos.

La violencia en las familias, la inseguridad, las violaciones, la peste de las drogas, todo esto y más tiene que ver con los seres en que nos hemos convertido, portadores de indolencia a perpetuidad.

No me he propuesto redactar una encíclica, ni un compendio de virtudes morales. Sí hacer referencia a lo que nos toca en la vida comunitaria. La parte de cada uno que bien llevada a cabo haría posible todo o casi todo lo que expresamos como anhelos de una vida mejor, pero que no hacemos por conseguir.

Gobernantes ricos e insensibles. Pueblos paupérrimos y olvidados, ignorantes. La pobreza deshumaniza y la pobreza de espíritu crea estupidos. Con estos conductores y estos conducidos es obvio que no puede acechar en lontananza más que un destino umbrío.

Hubo otros tiempos, yo creo. Cuando los jóvenes no aspiraban a ser ricos, aspiraban a ser honorables. Cuando nuestra palabra valía más que nuestra firma. Cuando el prestigio personal era el patrimonio que se exhibía y esto tenía el valor hermético del honor invulnerable.

[El arte de las relaciones humanas es el más difícil, pero el más hermoso]
Me pregunto si en las escuelas todavía se enseña ética. Si se les enseña a los niños y a los jóvenes que esta disciplina nos dice mucho de los deberes que tenemos hacia nuestros semejantes, del respeto que merecen los seres vivos, de las normas que rigen la vida de una persona decente, de los valores que deben prevalecer para que una sociedad sea justa. Que, en suma, la libertad es maravillosa y hay que ejercerla y gozarla sin vergüenzas ni cortapisas, pero se termina cuando nuestros actos individuales comienzan a vulnerar los derechos de terceros.

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Si es cierto que el ser humano destruye el ámbito en el que vive, su propio hábitat social, es previsible que derrape hacia un destino inescrutable.

Ya es suficiente, vamos bastante mal como para que sigamos formando tan endebles hombres del mañana.

No pretendo ser apocalíptico. Mientras estemos aquí tenemos la obligación y el deseo de vivir. Y de vivir mejor, por la tendencia humana al peldaño superior.

Creo que al ser humano sólo lo salva el amor.

Pregúntese qué es lo que le toca. Porque usted, lector, tiene que ser madre, o padre, o hija, o hermano, o maestra, o bombero, o vecina, o servidor público, o amigo, o enfermera, o prójimo.

Ame.

¿Qué le toca y cómo lo está haciendo?

En las grandes crisis de fe se multiplican los pesimistas y los débiles, formando un inmenso ejército de hombres de brazos caídos, que sólo creen, paradójicamente, en el triunfo del fracaso.

Pero hay todavía, y siempre, los que conservan la acerada voluntad de seguir luchando, y que son el contrapeso de los peregrinos de la inercia, de los vencidos.

Ame y respete. Los mexicanos aprendimos hace mucho, con ejemplaridad, que el respeto al derecho ajeno es la paz.

Y, a lo mejor, el milagro necesario comienza a asomar por ahí, porque el arte de las relaciones humanas es el más difícil, pero el más hermoso.

Eduardo Lamazn