El aborto en todo el mundo es una práctica constante, legal o ilegal. Por más que la ciencia haya inventado la prevención, la vida se abre paso con y sin permiso, sin importar la religión, la cultura, la creencia, la inocencia o inteligencia, mientras la discusión solo esconde el miedo que la sociedad se tiene a sí misma.

Es muy arriesgado juzgar a las personas que buscan un aborto. Existen las que adoptan métodos de prevención, pero ninguno es seguro y por más disciplinada que sea la pareja, el embarazo no deseado puede darse, así que ni siquiera la racionalidad absoluta aplicada a la vida sexual es suficiente para controlar una fecundación. Es más, entre los motivos para la existencia de cáncer de mama o cuello uterino, están justamente el uso de anticonceptivos en pastilla o inyección, así que ¿cómo prevenir el cáncer y el embarazo al mismo tiempo?, la ciencia aquí no tiene la última palabra.

A pesar de la ilegalidad, el aborto se lleva a cabo con la complicidad conjunta de la sociedad, y las mujeres acuden todos los días tanto a personas inescrupulosas que lo practican de las maneras más inseguras pensables, como a clínicas muy costosas que aprovechan para lucrar.

Y aunque parezca imposible,  existen también redes de centros de salud y hospitales con equipos de profesionales en salud que brindan una atención integral a las mujeres y siempre que sea posible, también a sus parejas, con precios solidarios e incluso gratuitos para mujeres en situación de pobreza o sometimiento.

En fin, se trata de todo un sistema funcionando en la clandestinidad, que solo expresa la hipocresía social que cree que el vientre materno es propiedad pública o incluso divina.  Pero sigamos debatiendo, sigamos hasta que nos llegue el momento en carne propia y ahí veremos cuán hipócritas podemos continuar siendo.  El aborto se practica y se practicará por siempre, esa es la única realidad, aunque nunca la aceptemos.