La Inquisición fue creada como una institución eclesiástica para perseguir la herejía albigense en el Languedoc, en el sur de Francia, a finales del siglo XII, teniendo en el interrogatorio su método habitual para obtener confesiones de creencias o posturas disidentes con la doctrina de la iglesia, durante el cual se podían aplicar torturas para conseguir dicha confesión.

A lo largo de la historia a todo territorio dominante sobre los demás se le ha construido una leyenda negra, en el caso de los reinos hispánicos, Aragón dominaba el mediterráneo y fue en Italia donde nace el sentimiento antihispano que más tarde recogerían holandeses, alemanes e ingleses ante el auge de Castilla en la Europa Central, promoviendo una imagen de dichos reinos pobre, atrasada y dominada por la Inquisición. Difundida desde los púlpitos por los pastores protestantes, calvinistas y anglicanos, es recogida por los nobles holandeses y alemanes utilizándola como medio de propaganda (con la inestimable ayuda de la imprenta), contra el poder hispano. Esta falsa imagen ha llegado hasta nuestros días, obviando por ejemplo que en el territorio del Sacro Imperio Romano Germánico, en plena caza de brujas, (la mayoría de procesos tuvo lugar entre los siglos XVII y XVIII), la cifra total de víctimas oscila entre 22.000 y 25.000 (aunque hay autores que la elevan a 30.000), o que en un acta firmada por los Comisionados del Parlamento de Inglaterra, decretaron que cada “sacerdote romano” debería ser colgado, decapitado, descuartizado, sacarle las entrañas y quemarlas, así como colocar su cabeza sobre un poste en un lugar público; pero nada de esto parece haber transcendido tanto como lo terrible que fue la inquisición en los países en donde se instauro.

En Castilla la creación de la Inquisición fue tardía, los Reyes Católicos solicitaron al Papa Sixto IV una bula para la creación del Tribunal de la Inquisición del Santo Oficio,en respuesta, el 1 de noviembre de 1478 Sixto IV promulgaba la bula Exigit sincerae devotionis affectus, concediendo a los reyes la facultad de nombrar a los miembros del tribunal. En contra de lo que comúnmente se cree, el Santo Oficio no tenía potestad para perseguir a personas de otras religiones, su objetivo se centró en cristianos conversos y bautizados como judíos o moriscos que eran sospechosos de seguir practicando ocultamente su antigua religión, a los que posteriormente se sumaron los protestantes. Los inquisidores eran en su mayoría hombres de carácter humanista y sumamente formados que no daban mucho crédito a las supersticiones y si a la investigación exhaustiva, evitando de esta forma los linchamientos populares y creando un fuerte aparato burocrático que establece la diferencia fundamental de la Inquisición castellana y posteriormente española al unirse con la aragonesa, con otros sistemas procesales europeos dejando registrada la información detallada de cada proceso, lo que constituyó un gran avance en la legislación ya que descartó el uso de la Ordalía o Juicio de Dios como medio de obtener pruebas y lo reemplazó por el principio de la prueba testimonial, ofreciendo garantías procesales más amplias que otros tribunales civiles.Decir también que el uso de la tortura era excepcional (1 o 2% de los casos) y siempre en presencia de un médico. El resultado fue que, de las cerca de 125.000 personas acusadas de brujería ante la Inquisición española, solo un total de 59 fueron ajusticiadas.

Alonso de Salazar y Frías, nació en Burgos en 1564, en el seno de una próspera familia de comerciantes y funcionarios, su padre era el licenciado Bernardino de Salazar y su tío el doctor Frías Salazar, Estudió en Salamanca y Sigüenza, graduándose bachiller en derecho canónico el 22 de abril de 1584. Como miembro del séquito del obispo Francisco Sarmiento de Mendoza, se trasladó a Jaén siendo consagrado sacerdote cuatro años más tarde, nombrándolo racionero del Cabildo de la Catedral. En julio de 1600 fue designado procurador de la Iglesia de Jaén en la Congregación del Estado Eclesiástico de Castilla y León (1602-1603), participando con tal éxito en las deliberaciones que en 1602 por unanimidad esta institución lo nombró procurador general ante la Corte, cargo en el que se reafirma después de una protesta del procurador de Sevilla, que había estado ausente en la primera elección, en 1607 una nueva Congregación lo mantiene en el puesto, esto le permite entrar en contacto con el Duque de Lerma y diversos Consejeros.

En 1609 el Arzobispo de Toledo e Inquisidor General, Bernardo de Sandoval y Rojas, le nombra inquisidor para el Tribunal de Logroño, en donde se había iniciado el “Proceso de las brujas”, al que Salazar se incorpora ya comenzado. La jurisdicción del Tribunal comprendía el reino de Navarra, el señorío de Vizcaya, las provincias de Guipúzcoa y Álava, la diócesis de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada y gran parte del arzobispado de Burgos.

El caso había comenzado cuando huyendo de la cacería de brujas que ejecutaba en Francia el juez del Parlamento de Burdeos, Pierre de Lancre, la joven María de Ximildegui regresó a Zugarramurdi tras vivir en la localidad francesa de Ciboure. Ximildegui se presentó ante el vicario municipal dando todo tipo de detalles de los aquelarres en los que participo en Francia y en su propio pueblo, inculpando a María de Jureteguía que a su vez inculpó a su tía María Chipia de Barrenechea como iniciadora de su ritual de brujería, a partir de aquí la cadena de falsas acusaciones creció sin freno, al principio y tras un intento de venganza personal entre los vecinos, muchos de ellos con relaciones de parentesco entre sí, todo parecía quedar entre ellos, pero entonces alguien, probablemente el abad de Urdax, fray León de Araníbar, en cuya jurisdicción entraba también Zugarramurdi, fuera quien dio parte a la Inquisición, comenzando entonces la persecución para erradicar la herejía, la caza de brujas. Cuatro frailes se desplazaron a diversas zonas de Navarra, al llegar a cada pueblo proclamaban un bando para averiguar quien era sospechoso de brujería bajo pena de excomunión, esto provocaba confusión y temor en las gentes del lugar, reunidos en la iglesia se les decía a quien se perseguía y al que debían delatar, pronto comenzó una cadena de falsas acusaciones en las que el miedo, las envidias y las enemistades entre las distintas familias salieron a la luz; fueron acusadas en firme 300 personas de las que 53 fueron encarceladas.

A primeros de enero en Logroño se nombró el Tribunal de la Inquisición compuesto al principio por Juan del Valle Alvarado, hombre totalmente intolerante que creía en las brujas y en su castigo para erradicar la herejía. El segundo inquisidor era Alonso Becerra Olguín, caballero de la Orden de Santiago, hombre con fama de arbitrario y al parecer de gesto áspero y rictus amargo, que solía decir:

«no soy mejor ni peor que mis cofrades de oficio, aunque vuestras mercedes piensen lo contrario: tan sólo trato de cumplir con celo exquisito mis deberes pastorales y mantener aparejada la máquina de este santo tribunal».

Ambos inquisidores tenían claro que la herejía era un delito que había que castigar duramente, dentro del cual se encontraban la magia y la brujería, por lo que procedieron con todo rigor contra lo que consideraban un peligro para la religión. El tercer inquisidor fue Alonso de Salazar; se incorporó al Tribunal a partir del 20 de junio de 1609, hombre recto, de educación humanista y buen corazón, no daba pábulo a las declaraciones hechas por gentes campesinas llenas de temor, mezcla de superstición y leyendas sin una investigación fehaciente.

Becerra y Valle Alvarado siguieron al pie de la letra el canon de la época para delitos de brujería, el  Malleus Maleficarum (Martillo de las Brujas), y con él las primeras detenciones y confesiones fantásticas y sin sentido del poder de los brujos, como las pérdidas de cosechas o terribles crímenes como infanticidios así como la existencia de una secta adoradora del demonio cuya jerarquía, organización, ritos y costumbres son relatados por los acusados: adoración del demonio como el “Señor”, con figura de macho cabrío y extremidades de aves, de olor nauseabundo, celebración de los aquelarres o sabbat, (en esta época la palabra aquelarre sólo existía como topónimo o sea como nombre de determinados prados: Akelarre (Prado del Macho Cabrío) o Alkelarre (Prado de las Flores de Alka – Latin dactilis hispanica), pero tras el comienzo de dicho proceso cambia el sentido de la palabra y pasa a definir la “reunión de brujas y brujos”, por su parte el termino sabbat, tiene origen antijudío (al ser el sábado su día de descanso), vuelos hacia la asamblea tras darse ungüentos,  relaciones sexuales promiscuas y contra natura, ritos de iniciación de los neófitos, transformaciones en animales, misas negras, venenos, ungüentos, daños sobre personas, etc.

Las confesiones se hacen tras la encarcelación e interrogatorio de los encausados, para lo cual no se dudó en utilizar el tormento aunque este no era propio de la Inquisición, sino de los tribunales civiles, algunos de los reos murieron en las cárceles secretas a cargo de Alonso de Becerra debido a las epidemias que hubo entre 1609 y 1610, concluyendo finalmente en el Auto de Fe de Logroño en 1610 en donde se condena a los reos.  

Cuando Salazar se incorpora el proceso está muy avanzado, pronto comenzó a discrepar de la opinión de sus dos compañeros, culpándolos de no haber realizado una investigación firme, falta de evidencias y el haber utilizado unos métodos que pervertían los testimonios, rechazando el poder de la brujería e incluso la existencia de los brujos. Salazar no solo era teólogo, sino que también era jurista por lo que buscaba pruebas que sustentaran la acusación, esto provocó un enfrentamiento con sus compañeros, que vemos claramente en las relaciones dirigidas a la Suprema, escribiendo Valle Alvarado:

“Estamos seguros que viéndose nuestros papeles con la atención y consideración que aquellos señores (los supremos inquisidores) acostumbran constatará con grande claridad y evidencia, por fundamentos certisimos e infalibles la verdad de esta secta (de brujas)… que van real y verdaderamente y se hallan corporalmente en las juntas… (aquelarre); creen firmemente que aquel demonio es Dios”.

A lo que Salazar respondió:

No he hallado… ni aún indicios de qué colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado… Se comprovó… haber sido todo irrisorio, fingido y falso… Y así todo es demencia que pone horror imaginarlo”.

La crispación entre los inquisidores llego al extremo de que Valle Alvarado y Becerra acusaron de endemoniado a Salazar ante la Suprema, el propio Salazar llego a decir:

“Mis colegas dicen que ciego del demonio defiendo yo a mis brujos.”

Alonso de Salazar y Frías

Finalmente firmó la sentencia condenatoria aunque resaltando su voto en contra; celebrando el Auto el 7 de noviembre de 1610, en él 21 reos serian reconciliados, es decir, perdonados al haber reconocido ser brujos, 14 fueron en persona y 7 en efigie representando a los que habían muerto en la cárcel; otros 21 fueron condenados a ser azotados por diversos delitos menores y otros 11 condenados a la hoguera por brujería, de los cuales 6 en persona y cinco en efigie ya que habían fallecido.

Lo primero, cincuenta y tres personas que fueron sacadas al Auto en esta forma: Veinte y un hombres y mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cinto y con una vela de cera en las manos, y los seis de ellos con sogas á la garganta, con lo cual se significa que habian de ser azotados. Luego se seguian otras veinte y una personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados, que también llevaban sus velas en las manos, y algunos sogas á la garganta. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas con sambenitos de relajados, y otros cinco ataudes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas. y las últimas iban seis personas con sambenito y corozas de relajados, y cada una de las dichas cincuenta y tres personas entre dos alguaciles de la Inquisicion.

Este fragmento corresponde a la: “Relación de las personas que salieron al Auto de la Fe… que celebraron en la ciudad de Logroño, en siete y en ocho días del mes de noviembre de 1610 años, y de las cosas y delitos porque fueron castigados”, impreso en enero de 1611 por Juan de Mongastón, tenía un objetivo moralizante siendo encargado seguramente por la propia Inquisición. Posteriormente Leandro Fernández de Moratín lo reeditó con el pseudónimo de Ginés de Posadilla con la intención contraria de burla y de repulsa que parece pudo influir en la supresión del Santo Oficio de la Inquisición en 1834.

La cifra de denunciados involucró a la mayoría de la población que vivía en las montañas de Navarra, que en aquella época rondaría las 10.000 personas, sobrepasando las 8.000 denunciadas por brujería, según estas cifras la cantidad de reos que participaron en el Auto de Fe debería de haber sido mucho mayor y aquí aparece la diferencia principal del catolicismo español con el francés o con los protestantes y es que su objetivo no era exterminar a los pecadores sino hacerles regresar a la fe católica, para ello contaba la posibilidad de perdón a los arrepentidos, mientras que los que persistían en negar la herejía eran los que, declarados culpables, acababan en la hoguera.

Una vez finalizado el proceso Alonso de Salazar envía sus informes al Consejo de la Suprema Inquisición de Madrid, que a la vista de estos comienza a dudar sobre el fallo del proceso y el posterior Auto de Fe. Salazar apoyado por su amigo el Inquisidor General y por Venegas de Figueroa, obispo de Pamplona, consiguió que el Consejo de la Suprema le comisionara para estudiar e investigar el fenómeno de la brujería en Navarra, enviándole un “Edicto de Gracia” para aplicar en los casos de brujería, desde el 22 de mayo de 1611 recorrió durante ocho meses los pueblos de la cuenca del río Ezcurra, los del valle del Baztán, las Cinco Villas y otros, gracias a su método deductivo empírico basado en el análisis de las causas, llego a la conclusión que:                                             

“no hubo brujos ni embrujados hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos”.

Aquellas gentes no eran doctas sino de cultura sencilla y supersticiosa, la mayoría era analfabeta y no hablaban castellano sino vascuence, se dio cuenta de que al verle llegar a los distintos pueblos las gentes le rodeaban para delatar a familiares y amigos intentando esquivar la pena de excomunión, por lo que decide no anunciar su llegada para así evitar las falsas acusaciones, tras tomar miles de declaraciones nos dice:

“Que la gente creía en los actos de brujería de que unos a otros se acusaban, pero que se contradecían en todos los detalles que daban sobre metamorfosis, maleficios, etc., de suerte que «no se podía» considerarlos como «reales»”.

Su conclusión final quedó reflejada en un extenso informe que remitió al Consejo Supremo de la Santa Inquisición, el Consejo estudió minuciosamente dicho informe, en él se solicitaba el perdón para los acusados a falta de pruebas:

El problema es: ¿hemos de creer que en tal o cual ocasión determinada hubo brujería, solamente porque los brujos así lo dicen? No, naturalmente, no debemos creer a los brujos, y los inquisidores creo que no deberán juzgar a nadie a menos que los crímenes puedan ser documentados con pruebas concretas y objetivas, lo suficientemente evidentes como para convencer a los que las oyen”.

Tras duros e intensos debates dentro del Consejo, este dictó el 31 de agosto de 1614 basándose en el informe de Alonso de Salazar, una serie de preceptos para seguir en los casos de brujería, calificando los testimonios de brujería como una ilusión, concluyendo que las confesiones más graves fueron fruto del miedo, el engaño y la tortura, indultando a los acusados. A partir de aquí la Inquisición pone fin a los procesos de brujería a los que siempre había sido muy escéptica, aunque cierto es que hubo más procesos pero estos se englobaron en los términos de superstición y hechicería aplicando en todo momento el método racional de Salazar, exigiendo pruebas contundentes a los acusadores de que los acusados habían cometido dichos delitos (aquelarres, volar por los aires, etc), si estos no podían ser demostrados, no podía haber condena posible. Otra consecuencia fue que, aunque no hubo abolición de la pena en la hoguera, en la práctica no se quemaron más brujos en España excepción hecha de los casos donde la justicia civil se adelantara a la Inquisición en cuya jurisdicción entraban los delitos de brujería. La resolución también deslegitimó el libro martillo de brujas Malleus Maleficarum, que fue cayendo en desuso hasta su completo olvido. Se enviaron predicadores a las zonas donde el fenómeno se había producido con el objetivo de evangelizar y enseñar a las gentes del lugar apartándolas de las supersticiones, como nos dice Arthur Stanley Turberville:

“En el momento en que en otros países de Europa se atribuía a las brujas el poder de producir la esterilidad y el tener costumbres de vampiros, por las cuales iniquidades eran quemadas, esta junta decidió que las brujas acusadas de maquinar la muerte de personas y de chupar la sangre de niños, no debían ser entregadas al brazo secular como asesinos, puesto que no había nada que probase en verdad que se hubiese cometido algún asesinato. Acordaron que la Inquisición era el cuerpo apropiado para conocer de los citados delitos de brujería, pero considerando que era mejor la prevención que la cura, llegaron a la conclusión de que el primer paso a seguir era el de enviar predicadores a que instruyesen al pueblo ignorante”.

La enemistad entre Salazar y sus dos compañeros Becerra y Valle Alvarado continuó hasta la muerte de los segundos. Salazar consiguió llegar a su aspiración más alta, ser miembro del Consejo de la Suprema y General Inquisición, con un final agridulce debido a los pleitos que sostuvo con sus distintos caseros, pero con una vida ejemplar dedicada a la jurisprudencia y la investigación inquisitorial, falleciendo en Madrid el 9 de enero de 1636.

“La Inquisición podía haber causado un holocausto de brujos en los países católicos del Mediterráneo -más la historia nos muestra algo muy diferente- la Inquisición fue aquí la salvación de miles de personas acusadas de un crimen imposible”. Gustav Henningsen.