El petróleo representa el principal producto del comercio internacional con aproximadamente el 7% del total. Ser la base energética del desarrollo mundial, su condición de agotable, sus periódicas fluctuaciones y sus repercusiones medioambientales, hacen que esta fuente de energía sea motivo de permanente debate. Mucho se ha hablado en los últimos meses acerca de la previsible evolución del precio del petróleo en un futuro próximo: insuficiente capacidad de refino, mantenimiento de Irak con escasa producción, demanda de los países emergentes, los desgraciados acontecimientos del golfo de México, etc., forman parte de la explicación instantánea de la espectacular escalada de precios que estamos viviendo pero, ¿qué puede depararnos en el futuro el llamado ORO NEGRO?.
Desde sus inicios allá por la década de 1860, la crónica de la industria petrolera ha sido la de una historia repleta de luchas, dinero, poder, oligopolios, chantajes y un largo etcétera de acontecimientos cada vez más relevantes debido a su condición de materia prima estratégica. Su facilidad de extracción y su relativamente sencilla transformación y transporte, consiguieron que el petróleo adquiriese rápidamente una enorme aceptación como fuente de energía alternativa al entonces omnipresente carbón. Pero sus inicios fueron caóticos: a períodos de gran escasez le seguían otros con enormes sobreproducciones conforme se realizaban descubrimientos de nuevos yacimientos, una situación en la que la elevada y constante oscilación de precios provocaba tales desequilibrios a los productores, que paulatinamente fue dejando fuera de un negocio no demasiado complejo técnicamente a todos aquellos que no tenían suficiente capacidad financiera para actuar en ese escenario. En el primer cuarto del siglo XX, confirmada la enorme influencia que esta materia prima iba a alcanzar, las siete mayores compañías productoras de petróleo existentes entonces en el mundo (British Petroleum, Exxon, Gulf, Mobil, Shell, SOCAL y Texaco) conformaron lo que vino a llamarse el acuerdo de LAS SIETE HERMANAS, con el objetivo de repartir y regular la producción de forma que se evitasen las derivas en el precio. Mediante el acuerdo “As Is” firmado en 1928, básicamente toda la producción mundial de petróleo de la época quedaba bajo su control. Y este cártel de compañías fue la inspiración de los principales países exportadores de petróleo cuando en 1960 crearon la OPEP, alentados tanto por la condición estratégica que tenía el petróleo, como por su desacuerdo con el control absoluto de la materia producida en sus territorios por parte del oligopolio de las siete grandes. Y aunque inicialmente sus principales objetivos se basaban en la obtención de ingresos más justos por la explotación de sus yacimientos, en la estabilidad de los precios en origen, así como en mayor capacidad de decisión sobre la política de producción, fue a partir de la década de los setenta cuando realmente esta organización adquiere un papel de primer orden en el mercado petrolero mundial conforme los países miembros llevaban a cabo la nacionalización de sus yacimientos.
En 1973, a propósito de la guerra del Yom Kippur, se produce el embargo de la producción árabe de petróleo desencadenando la primera crisis del petróleo cuyas repercusiones sobre la economía mundial fueron de tal calado, que los países miembros de la OCDE tomaron la decisión de crear la Agencia Internacional de la Energía como órgano autónomo cuyo principal objetivo sería evitar en el futuro nuevas crisis de suministro que afectasen al normal desarrollo económico de sus países miembros, coordinando su política de compras y generando la llamada reserva estratégica para evitar los temibles desabastecimientos.
Pero esta situación crítica vuelve a repetirse en 1979 a raíz del estallido de la revolución iraní conduciendo nuevamente a la economía mundial ante una situación de enorme tensión, lo que acabó por repercutir negativamente en los propios actores de los hechos. La convicción de que no era este el camino para lograr la necesaria estabilidad en los ingresos junto con la presión de distintos organismos internacionales y gobiernos, indujo a la OPEP a la adopción de una política más racional desde la década de los ochenta.
En la actualidad el mercado petrolero a pesar de su volatilidad posee una gran madurez y está polarizado, como cualquier otro, entre los países exportadores (OPEP) y los que dependen de las importaciones de crudo (AIE), es decir, entre la oferta y la demanda.
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Cierto es que las posturas de ambas partes se encuentran razonablemente asentadas con el fin de mantener la mayor estabilidad posible, pero acontecimientos como el trascendental cambio cultural, político y estratégico a nivel global que represento el 11-S, junto con la impredecible y unilateral política seguida desde entonces por la primera potencia económica y militar, trasladan al petróleo todas las incertidumbres y nerviosismos del mercado en relación con la estabilidad geopolítica a nivel internacional (el 31% de la producción diaria mundial se extrae en los países árabes de Oriente Medio, atribuyéndole al factor geopolítico una prima de más de 5 dólares), a lo que se suman incidencias temporales en la capacidad de producción de diversos países, como han sido los casos de Nigeria, Venezuela y Rusia, el fuerte incremento del consumo en China y en menor medida de la India, el mantenimiento prácticamente fuera de producción de Irak junto con el temor a inestabilidades y atentados en Arabia Saudí, el desembarco de los fondos de alto riesgo en el mercado de futuros del petróleo, a cuyas actuaciones especulativas se le asignan hasta 8 dólares de incidencia en el precio del barril y últimamente a la saturada capacidad internacional de refino.
Además y como causa puntual, los efectos del Katrina (el terrible huracán que hace unas semanas arrasó parte de tres estados norteamericanos paralizó el 25% de la producción diaria de crudo y el 31% de la capacidad de refino de Estados Unidos) han llevado el precio hasta límites desconocidos, cuyos efectos no sabemos calibrar todavía.
Pero si por un lado la demanda ha tenido un comportamiento previsible en función del crecimiento económico, con tasas razonables y asumibles en el incremento anual del consumo, y por otro la oferta disponible ha sido suficiente para abastecer el mercado con los 82 millones de barriles diarios (Mbd) que actualmente consumimos, ¿donde se encuentra la respuesta a tantas fluctuaciones?. Antes de sacar conclusiones, veamos cual es el panorama que tenemos delante.
Como hemos visto, la evolución del mercado del petróleo ha sido muy azarosa desde sus inicios, estando dotado su precio de un elevado porcentaje de componente geopolítico. Para hacernos una idea exacta de las obvias influencias macroeconómicas que tiene, hemos elaborado una serie de gráficos que nos ayudaran a entenderlo mejor y así, en el primero podemos comprobar como existe un importante desequilibrio entre las áreas con más altas cotas de consumo y las que cuentan con mayor producción. Pero además el gráfico 2 nos muestra como nuevamente, las mayores reservas de petróleo (probadas y probables) se concentran fuera de las áreas más desarrolladas, lo que inevitablemente genera un importante grado de incertidumbre sobre un suministro vital para la economía mundial. Si echamos un vistazo al número 3, estaremos visualizando el previsible futuro del petróleo bajo las siguientes hipótesis:
a) reservas admitidas por todos los analistas del sector.
b) consumos estimados en base a un incremento sostenido anual del 1,5%, es decir, totalmente factible.
c) respeto de no exploración y posible extracción de yacimientos en reservas naturales del planeta como pueden ser los dos polos o Alaska.
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Pues bien, bajo estas premisas es evidente que aun a pesar de admitir porcentajes elevados de oscilación en estas cifras por la dificultad de prever a treinta años, el momento en el que se alcanzará el cénit de la producción petrolera (momento en el que quedarán menos reservas que lo ya consumido, es decir, la cuenta atrás) lo vivirán nuestros hijos. Con este horizonte no es de extrañar que periódicamente surja el nerviosismo en este mercado, que cualquier rumor sobre posibles incidencias en el suministro se traslade a los precios, e incluso que se propugnen y adopten medidas totalmente inaceptables para acceder a un cierto grado de control sobre las regiones productoras.
¿Que medidas realistas podemos aportar para aliviar las tensiones que se ciernen sobre el horizonte del petróleo?
Tal como refiere el gráfico 4, en la distribución de fuentes de energía utilizadas actualmente existe una gran preponderancia del petróleo sobre todas las demás, y lo que es peor, las proyecciones de los organismos internacionales para el año 2030 sitúan esta proporción en términos prácticamente similares a los actuales.
Parece como si nos empeñásemos en mantener los ojos cerrados ante lo inevitable.
La opción más pragmática pasa por rebajar la presión sobre el petróleo mediante el consumo de otras fuentes de energía actualmente viables (rentables para su explotación) como pueden ser el gas natural y los biocombustibles.
En el primer caso únicamente la falta de unas infraestructuras tan extensas como las de los derivados del petróleo merman su enorme potencial de utilización. Además, si comparamos las reservas de petróleo y gas natural vemos que estas últimas casi quintuplican las primeras, con una duración estimada de más de 70 años con el ritmo actual de consumo.
En relación con los biocombustibles, estamos ante un producto inagotable debido a que su obtención se produce a partir de materias orgánicas, por ejemplo de origen vegetal, e incluso de los propios desechos urbanos. Su uso no está todavía extendido porque no existen las infraestructuras necesarias y porque su limitada implantación no permite que su fabricación se generalice hasta hacerla competitiva como alternativa a las gasolinas en el caso del etanol ó al diesel en el caso del biodiesel.
Imaginemos que a partir de 2015 los hidrocarburos que se consumen en el sector transporte se sustituyen al 50% por biocombustibles y que la mitad de los consumidos por la industria se cambian por gas, automáticamente ahorraríamos un 31% de las previsiones de consumo de petróleo, lo que a su vez implicaría una mayor duración de las reservas.
En ambos casos estamos rebajando la presión sobre los precios del petróleo al tomar cuerpo la existencia de alternativas fiables, y paralelamente se genera mayor valor añadido en la economía mundial con la creación de nuevas infraestructuras gasistas, dotando además al sector primario de los países desarrollados de una opción de futuro, mediante la producción de vegetales para la obtención de biocombustibles.
Como pueden observar, no hemos propuesto alternativas basadas en imposibles, sino más bien opciones ya en uso en la actualidad pero necesitadas de un pequeño empujón de voluntad política para ser llevadas a cabo.
Su adopción relajaría las presiones sobre el crudo y de paso tendrían dos efectos paralelos de elevada importancia: conseguiríamos más tiempo para desarrollar energías limpias y renovables por un lado, y con el consumo de gas natural y biocombustibles rebajaríamos las emisiones de CO2 a la atmósfera en más de un 27% a nivel mundial. Estoy convencido de que si nuestros hijos pudiesen opinar, apostarían por ello.