Me acababan de subir del paritorio y todo parecía estar bajo control, sólo habían transcurridos unos minutos, cuando el doctor, la enfermera y mi acompañante abandonaron la habitación. Una soledad absoluta llena de misterio y felicidad me embriagaba.

Repentinamente, sentí como mi mundo se iba vaciando y una sensación placentera me iba invadiendo.

Quería gritar, pero no podía. De mi mente se alejaban los recuerdos enturbiándose y entre mezclándose con dispares pensamientos.

Me alejaba, me iba yendo de este mundo, sintiendo la felicidad de un sueño y de una paz indescriptible, borrándose de mi mente todos los recuerdos; y así, inicié un viaje a través del abismo de los tiempos, adornado con cientos de pinceladas negras en el cielo.

Unas débiles palabras salieron de mi boca.

-Madre, no veo, madre, me muero.

En la lejanía, las voces de socorro recorrían como punzadas mi estremecido cuerpo.

-Inyección intravenosa  -dijo una enfermera- !La perdemos!

Mi debilidad era tal que nada me importaba, sólo quería descansar y dejarme llevar.

Sentí un ligero pinchazo en mi brazo y una cálida mano sujetando mi cara.

-!Está volviendo! -Gritaron.

Regrese de un viaje que nunca inicié. Mi tren, ese día, se paro y ahora está ahí, aguardándome silencioso en una imaginaría estación, quizás la estación de la vida, la que determina si nuestra hora llegó.

Mi grito silencioso de socorro el infinito alcanzó. Desde entonces, cada día recuerdo que mi vida es un regalo del cielo.

Vive amigo mío, no odies, no generes rencor, no acumules resentimientos, ni seas avaro con tu riqueza, porque el viaje será en un tren sin equipaje donde irás tú y la paz de tu interior.

María del Carmen Aranda es escritora y autora del blog mariadelcarmenaranda.blogspot.com