Esa idea de perder un año me parecía equivocada, sin saber explicar muy bien por qué, hasta que leí un artículo del blog «Vivir a la intemperie», de Pedro Huerta, cuyo enlace incluyo aquí.

Estos pensamientos explican de manera perfecta por qué -podamos cumplir o no los planes y los sueños- estamos viviendo mientras vivamos, y debemos abrazar cada experiencia como parte esencial de nuestra vida. Al leerlos he recordado un texto publicado hace algunos años en mi libro Encuentros, y que me parece oportuno rescatar. Es este:

EL TIEMPO PRESENTE

Nuestra vida se desarrolla siempre en un momento presente, construido por las historias del pasado y que esconde, en las decisiones que vamos tomando, las claves del futuro. Pero también es un reflejo vivo y centelleante de lo eterno.

El presente en el cual vivimos es una suma de momentos, el minuto a minuto actual, en que se ponen en contacto el tiempo tasado de nuestra vida y el tiempo insondable. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, estoy viva; quien las lee está vivo. Ambos existimos en un momento presente que fluye y nos pone en contacto. Estamos llevando a cabo un encuentro entre personas que no se efectúa de manera simultánea sino en un nivel de eternidad.

Hace algunos años comprendí que el tiempo es un lugar. Los seres humanos no podemos separar el ahora del aquí. Ni del cómo y el con quién. Por eso me parece que comprender el valor de los encuentros precisa de ese paso previo que es comprender el valor del tiempo.

Como muchos filósofos nos han recordado, podríamos ser el resultado efímero de una metamorfosis. Seguro que alguna vez hemos pensado en nuestra vida como en la de una mariposa: disfrutamos apenas un minuto de belleza entre esa oruga insegura y feúcha que fuimos en el pasado y la incertidumbre del futuro que desconocemos. Hemos considerado la alegría como un “apenas”, un “ya se fue”, y más de una vez nos ha sorprendido que ese “ya se fue” afecte de igual forma a la tristeza. Tal vez, a estas alturas, la pérdida de seres queridos nos ha empapado con un recordatorio perenne de la fugacidad del tiempo, al modo pesimista de nuestros escritores barrocos: “De la brevedad engañosa de la vida” se titula uno de los más bellos sonetos de Góngora.

A veces paramos un segundo a tomar resuello y entonces nos preguntamos casi sin querer: ¿Qué somos? ¿Caminantes que no se detienen nunca? ¿Piezas del engranaje de la comunidad, el trabajo y la sociedad? ¿Sacos de obligaciones? ¿Entes zarandeados por las circunstancias? ¿Consumidores de los anuncios? ¿Porcentajes de las encuestas? ¿Figuras incompletas? ¿Rescoldos de juventud? ¿Proyectos de ancianidad?

Pues bien, cada uno de nosotros, así en singular, es una persona única. En su ahora, en su hoy. No somos mariposas, pero si lo fuésemos, nuestra vida sería la de un ser bello y pleno que despliega sus alas y sabe volar mientras dure. Por eso debemos comprender que nosotros, como las mariposas, somos un presente.

Constituimos una parte esencial de nuestro entorno y a través de los encuentros aportamos sentido, con frecuencia sin saberlo, a la vida cotidiana de muchas personas. Sin embargo, venimos escuchando desde hace siglos un refrán estoico que nos trata como si fuésemos granos de polvo: “nadie es imprescindible”. ¿Cómo que nadie? Al menos, y tirando por lo bajo, todos lo somos para que la realidad sea exactamente como es. Cada uno de nosotros es fuente de valores, espejo en el que alguien se mira, encarnación de un alma eterna. Vivimos y, por tanto, estamos en tránsito, abiertos a las mil posibilidades de los encuentros, pero siempre y en toda circunstancia completos, dignos y plenos. Cada ser humano es, ahora mismo, un presente imprescindible.

Carpe Diem no significa “goza de un instante que no vuelve” sino “eres el dueño de tu día”. Si el “ahora” es el momento en que entran en contacto el tiempo y la eternidad, entonces es también la ventana desde la que nos mira Dios.

La vida solo tiene una dirección: hacia adelante. El presente es el lugar donde se halla la ruta. Es bueno disponerse cada mañana a abrazar los encuentros que traiga consigo la jornada, sean o no los que esperamos, porque ellos escribirán la canción del tiempo.

Carmen Guaita es autora del blog carmenguaita-saladeprofesores.blogspot.com