En primer lugar está escrito en tercera persona, o sea que se acerca más a lo que hoy se llama autoficción. En segundo lugar, no es una relación estricta de hechos sino que, además de novelada, está pensada, es decir que Zambrano incluye en ella pensamiento, valoración de las situaciones, no ya personales, sino sociales y políticas. En tercer lugar, y en su segunda parte, la decantación hacia la filosofía es radical, apartándose completamente de lo que podría llamarse biografía, sea auto o ajena.

Hablaré principalmente de la primera parte, pues sobre la segunda requeriría páginas y páginas para analizar o resumir su pensamiento. En esa primera parte narra su infancia, de la que habla someramente, y sobre todo su juventud, sus estudios, la influencia de su maestro José Ortega y Gasset, su militancia, no política sino social, junto a otros jóvenes que aunados a los “maduros”, es decir algunos intelectuales ya consagrados por cátedra o labor escrita, como el citado Ortega, Besteiro, Jiménez de Asúa, Marañón, etc, recogieron las inquietudes de cambio social y político en España a partir del año 29 del pasado siglo. Y abarca con todo ello hasta la proclamación de la 2ª República, porque lo que es curioso es que de ella, de esos apenas 5 años de libertad en nuestro país, casi no habla, saltando en el tiempo hasta el exilio obligado y lo que ello significó.

Esta obra la escribió María Zambrano para participar en un concurso literario en Francia, premio que no obtuvo (se lo dieron a Czeslav Milosz) aunque el presidente del jurado la telefoneó para comentarle el agrado que le produjo su escrito y lo que le hubiera gustado que ella se llevase ese codiciado premio. Habría solucionado algunos de los problemas económicos que, excepto en México, donde dio clases en la Universidad de Morelia, siempre agobiaron a la pensadora desde que salió de España.

Lo excitante para cualquier lector de hoy que emprenda la labor de empaparse de esta obra es que contrasta con algunas de las ideas que hoy tenemos sobre la 2ª República y sus intelectuales. La tensión, no solo ideológica, que hoy hay en el país, y que cada uno de sus responsables achaca a los demás, no se daba si no era en pequeños grupos y sobre todo, entre las clases proletarias. Hoy son estas clases, en mi opinión, las que más exigen tranquilidad y acuerdo entre los dirigentes, y son estos los que se empecinan en pugnas (más basadas en aspiraciones a sillones o mantenimiento de ellos que en verdaderas oposiciones de ideas, ideas que contienen sobre todo puyas en contra y no verdaderas propuestas políticas), mientras entonces, y siempre según describe Zambrano, era al revés.

La filósofa niega continuamente que hubiera deseos revolucionarios. Si bien los anarquistas tenían una buena mayoría entre los trabajadores en algunas regiones como Cataluña o Andalucía, y la afiliación de miembros al Partido Comunista era muy mínima, sí es cierto que hubo algunos dirigentes socialistas (Largo Caballero, Araquistaín) que tenían mucho de marxistas, pero la gran masa del país, según ella, no tenía aspiraciones de cambios radicales, llegando a asegurar que de haber tenido el país una monarquía (un monarca) más flexible y conocedor de las verdaderas ansias populares, quizá se habría podido conservar el trono. Es decir, que según la tesis de Zambrano, había más aspiraciones de libertad en todos los aspectos, de separación Iglesia-Estado, de eliminación del caciquismo, por ejemplo, que de revolución alguna, e incluso de república.

Cuenta cómo los intelectuales de entonces, de tendencias derechistas o izquierdistas, hablaban entre ellos y discutían. Ni se ignoraban unos a otros, ni se insultaban, respetándose aunque disintieran profundamente. Zambrano llegó a colaborar en la revista Azor, donde también colaboró Max Aub, ambos en nada sospechosos de fascismo alguno. Pero lo curioso es que la revista Azor era de corriente falangista y había sido fundada, entre otros, por Luys Santa Marina, jefe de Falange en Barcelona. Y colaboraron, por supuesto, sin negar ni disimular sus ideas.

Cuantos hoy magnifican esa 2ª República y quisieran verla como sistema político nacional, deberían recordar que la primera característica que tuvo fue la de la libertad, como especie de isla soleada entre dos barbaridades. Y la libertad no siempre es fácil, pues pasa por el respeto a los demás, por la discusión y no el ninguneo precedido por el insulto. Deberíamos leer a quienes vivieron aquello, incluso a quienes tuvieron opciones políticas contrarias a nosotros, para conocerlo y poder opinar, no pregonar mitos ni quimeras que solo campean en los cerebros de esos perorantes.

Miguel Arnas Coronado es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.