Ambas podrían considerarse consecuencias de la opción neoliberal de Estado mínimo desde la presidencia de Reagan ya hace cuarenta años. De considerar la pobreza como resultado natural de no haberse esforzado lo suficiente (una milonga meritocrática). Y del afán de reducir la factura fiscal de las empresas aun a costa del deterioro del capital público (desde autopistas a investigación, y desde redes de comunicaciones a centros educativos).

El diagnóstico de los nuevos inquilinos de la Casa Blanca parece asumir que ambas brechas son suicidas para la que fuera primera economía del mundo. La segunda brecha porque impide competir con rivales –como China- que invierten en capital público e infraestructuras mucho más desde hace mucho tiempo. La primera brecha porque deslegitima y corroe el sistema, poniéndolo a los pies de los caballos de variados telepredicadores no del todo previsibles.

Se impone, por tanto, invertir para competir e invertir para no excluir. Se mire como se mire se trata de favorecer el retorno a casa, después de las numerosas alegrías deslocalizadoras de la opción más barata y, al mismo tiempo, que –dentro de casa– el 1% no se crea con derecho a quedarse en sus bolsillos con casi todo el pastel de la producción nacional.

En palabras del presidente Biden a finales de este mes de marzo, un retorno “por trabajadores estadounidenses con productos estadounidenses… otorgar a las empresas créditos fiscales para ubicar la fabricación y la producción aquí en los Estados Unidos”. Todo un reclamo a un pacto social interno. Como diría Antón Costas, un reclamo para civilizar el capitalismo norteamericano. Del que debieran tomar buena nota los contumaces neoliberales que campean en nuestra Unión Europea.

Para paliar la galopante exclusión social de aquel país el Estado acomete un Plan de Rescate de casi dos billones anuales. Tanto para paliar los efectos de la pandemia sanitaria como de la prolongada pandemia social (The American Rescue Plan). En él se aborda la vacunación acelerada y la resiliencia del sistema de salud pública de aquel país, así como una reapertura segura del sistema educativo. Sanidad y Educación públicas.

Y frente a la crónica pandemia social se despliega un abanico de programas –por un billón de dólares– para reforzar las rentas y cobertura de necesidades básicas de las familias más débiles. El 85% de los hogares recibirán (cuatro miembros) cinco mil dólares anuales, extensión del seguro de desempleo, ayudas al pago de alquiler o de primas de seguro sanitario, ayudas alimentarias, ayudas específicas universales e incondicionadas para familias con hijos menores, apoyo a los cuidados infantiles fuera del hogar… En fin, una panoplia de parches a la rampante devaluación globalizadora –laboral y de ingresos– que venía paliándose con el endeudamiento privado que reventó en la crisis de 2008.

Pero como quiera que las causas de fondo de esta pandemia social se encuentran en la deslocalización y abandono neoliberal de la producción nacional, la nueva administración no ha tardado en presentar un Plan de Empleo para Estados Unidos dotado con un esfuerzo presupuestario también de dos billones, en este caso para los próximos ocho años (American Jobs Plan).

En su discurso de presentación, el presidente Biden enfatizó que esperan crear más de cuatro millones de empleos de calidad al año. Para corregir la penosa situación de las infraestructuras de transporte (carreteras, puentes, aeropuertos), para adaptarse a las incertidumbres y amenazas del cambio climático, para una internet de calidad accesible para todos, la eficiencia energética de edificios, la red de asistencia social, o el reforzar la I+D. Y siempre, de nuevo, el regreso a casa: “Vehículos eléctricos limpios y vehículos de hidrógeno aquí en los Estados Unidos, por trabajadores estadounidenses con productos estadounidenses, con créditos fiscales para ubicar la fabricación y la producción aquí en los Estados Unidos”.

En este caso planteando, de frente, una inflexión con la secesión y devaluación fiscal del 1% y de las multinacionales norteamericanas: “Vamos a subir el impuesto de sociedades. Fue del 35%, que es demasiado alto. Todos estuvimos de acuerdo, hace cinco años, debería bajar al 28%, pero lo redujeron al 21%. Lo volveremos a subir a hasta un 28%… Solo hacer eso generará $ 1 billón en ingresos adicionales durante 15 años”. Lo que supone, al menos, haber tomado buena nota de la experiencia de la secretaria de Estado Hillary Clinton cuando se preguntaba: “¿cómo puedes negociar con mano dura con tu banquero?”. Eso: al menos no perseverar en ampliar la deuda con el prestamista chino.

Más complicado aún es este otro pasaje de su discurso: “¿Un bombero y un maestro pagando el 22 %? ¿Amazon y otras 90 corporaciones importantes están pagando cero en impuestos federales?”. Una línea roja sobre la movilidad de unos (bomberos) y otros (milmillonarios) que en una plutocracia global como la norteamericana va a tener un complicado equilibrio.

Veremos el recorrido de su envite. Tanto en el bando republicano de aquel país como en los sectores empresariales embarcados en la deriva cosmopolita asiática que algunos calificamos como Chimérica. Sostiene Biden que su estrategia “nos pondrá en una posición para ganar la competencia global con China en los próximos años… [porque] … hay muchos autócratas en el mundo que piensan que la razón por la que van a ganar es que las democracias ya no pueden llegar a un consenso; las autocracias lo hacen”.

Lo que está por ver es si aún se está a tiempo de ganar ese consenso dentro de Estados Unidos. O si bien buena parte de su plutocracia económica y política ha renunciado ya a considerar el espacio nacional como determinante para sus negocios. Dicho de otra forma: si la deriva neoliberal globalizadora de Reagan es reversible. Si se puede volver a los Estados Unidos de entre 1933 y 1980.

Las primeras reacciones son significativas: “Los políticos deberían evitar crear nuevas barreras a la creación de empleo y el crecimiento económico, especialmente durante la recuperación”. Han manifestado en un comunicado la organización Business Roundtable, que reúne a los presidentes ejecutivos de 181 de las mayores corporaciones de Estados Unidos, Apple, JPMorgan Chase y Amazon entre ellas.

Mientras tanto en China donde operan muchas de estas empresas, en lo que Bill Gates llama capitalismo libre de fricciones, siguen sin tener ninguna duda de que enriquecerse es glorioso, y que la inclusión social puede esperar allí al año 2050. Sobra decir que son muy complacientes con los cosmopolitas, siempre que sean externos.

Albino Prada, Miembro del Consejo Científico de Attac. Publicado originalmente en infoLibre.