Los rebrotes de la pandemia continúan en España y en otros países de Europa y del mundo. La gente pasea con cierto temor por las calles, plazas, jardines y parques de la ciudad o habla con familiares, amigos o vecinos a cierta distancia sin poder estrecharle la mano.
No, este verano no es igual al anterior. No hubo Sanfermines donde los jóvenes y no tan jóvenes corren delante de los toros bravos, ni se celebraron gran parte de las fiestas populares de pequeños pueblos (fiestes de prau) o de grandes ciudades. Los aficionados del Real Madrid no celebraron en la plaza Cibeles la flamante copa de Liga 2019/20. Poco antes, en primavera, se suspendieron las tan populares Fallas de Valencia, la Semana Santa de Sevilla y el Rocío.
Aunque se pretenda disimular, la gente tiene miedo y se la ve triste pues tienen miedo a que el coronavirus de nuevo vuelva a segar miles de vidas de ancianos, jóvenes y niños (los últimos contagiados fueron niños de 12 años en un campamento de Soria). Se dictan medidas restrictivas para evitar la proliferación de este maldito virus por parte de los gobiernos autonómicos, medidas muy bien planificadas sobre el papel pero que, en la vida diaria, no se cumplen ni por parte de los ciudadanos (jóvenes sin mascarilla y apiñados celebrando fiestas privadas y saraos) pues piensan que ellos no serán los siguientes en la lista de afectados por el COVID-19, ni tampoco las llevan a cabo las propias administraciones que las dictaminaron y aprobaron.
El calor del verano aprieta como las necesidades de las personas que están en el paro o los ancianos mal atendidos en algunos geriátricos o solos en su casa contemplando, desde su ventana, el atardecer. Los políticos, al final, no se bajaron el sueldo como habían prometido al inicio de la pandemia. La Comisión de la Unión Europea me temo que seguirán discutiendo la cantidad a repartir entre sus miembros y en qué condiciones nos llegará los miles de millones de euros prometidos a España.
Mientras tanto, nuestro rey emérito se dedica a contar los miles de billetes de euro que tiene a buen recaudo o acaricia, como un niño de cinco años, las monedas, joyas y lingotes de oro junto con las perlas que no regaló a su amada Corina.
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