De un lado, la tradición oral y ancestral de algunos pueblos andino-amazónicos que llega a formar parte de la propuesta política de los movimientos indigenistas en este país. En segundo lugar, el mundo académico de las Universidades ecuatorianas que se interesa, acoge e investiga el concepto. Y, en tercer lugar, el impacto que produce en la sociedad su inclusión dentro de la nueva Constitución de 2008.

Una posición de puente y mediación intercultural fue ocupada por un indígena kichwa del territorio del Sarayaku Carlos Viteri. Viteri empezó a estudiar antropología a inicios de los años 2000, y desde allí comenzó a teorizar acerca del sumak kawsay, mostrando cómo continuaba existiendo en la práctica del pueblo y tenía un lugar en su imaginario de mundo.

Viteri resumía entonces su comprensión del sumak kawsay indicando que habla de armonía, de existencia armónica, una condición ideal de existencia sin carencias ni crisis, y de la conducta que evita derivar en condiciones aberrantes. Esta armonía tenía directa relación con el modo de existencia del pueblo Sarayaku en su experiencia del territorio selvático en el Amazonas.

Después del reconocimiento constitucional del sumak kawsay/buen vivir y su socialización y enriquecimiento entre los movimientos indigenistas, éste llegó a ser una referencia para todos los pueblos y nacionalidades del Ecuador.

Dicho en forma general, el sumak kawsay/buen vivir cristaliza en tres concepciones diferenciadas. Se lo comprende como otro nombre para un socialismo del siglo XXI; se lo experimenta como una “utopía por construir” -y aquí se produce un planteamiento combinado y traducido donde destacan intelectuales indigenistas, socialistas, ecologistas, feministas, sindicalistas, teólogos de la liberación, y otros-; y una tercera que se autocalifica como la concepción genuina por estar constituida solamente por intelectuales indigenistas. En este panorama, se puede observar que el sumak kawsay/buen vivir se empoderó de buena parte del imaginario político del Ecuador contemporáneo.

En la experiencia más ligada al pueblo kichwa del Sarayaku, nos dice C. Viteri, el sumak kawsay se refiere a un territorio delimitado donde se da un cierto cosmos u ordenamiento de todas las formas de vida, los elementos de la Naturaleza y las divinidades espirituales, que se debe mantener y restaurar. El territorio así habitado muestra tres mundos: el de la huerta o chacra -del alimento cotidiano-, la selva o sacha donde se va a buscar la caza y otros materiales necesarios para la existencia, y el agua o yaku que da tanto el agua indispensable como la pesca.

Desde una perspectiva que en occidente llamaríamos una ética, el indígena kichwa (kichwaruna) debe alcanzar un conjunto de fuerzas anímicas personales -equilibrio, comprensión, visión de futuro-; debe tener y mantener ciertos “valores” como la ayuda, el concejo, la generosidad y también obligación de recibir y escuchar.

En definitiva, el sumak kawsay contiene la percepción de una armonía entre los espíritus de la Naturaleza y la comunidad vital.