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Los incrédulos en los bienes de este mundo
somos a menudo favorecidos y no sabemos
a qué deidad elevar nuestras gracias.
Una muchacha, por ejemplo, que vale un potosí:
La esmeralda brillante que arde en los ojos
de la mujer que hemos servido sin constancia,
son bienes de este mundo, pero también de otro,
Invisible, intangible, por lo menos no mensurable,
que tiene la carga de la vida en momentos de peligro.
Los incrédulos en los bienes de otro mundo,
también somos a veces favorecidos:
Mérida, Klee, Ricardo, una línea, una luz suya
nos aherroja el pensamiento
y nuestro pensamiento es carnal, de peso completo.
No imaginamos nada mas allá de la tapa de los sesos,
como si esa comba ósea fuera el firmamento
de nuestro perdido cielo.
Solo queremos nuestro cuerpo, nuestro placer,
actuamos como animales de costumbre inmediata,
aprovechamos nuestro tesoro como desquite de la razón
contra todo posible delirio avasallante.
Hemos perdido lo que ganamos
y apostamos tristemente en lo que no creemos.
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