En nuestra sociedad hay cada vez más delincuentes que acumulan delitos y siguen libres para seguir perpetrándolos impunemente. No me refiero a aquellos que traspasan un determinado límite ya que con estos el sistema, al menos, es menos tolerante; eso sí, si consigue ponerlos bajo sus redes. Me refiero a los comunes, a los que saben que en este país no sale tan caro ser malo.

Puede que a los gobernantes, los que están, los que han estado, les resulte cómico que a un ciudadano le roben la cartera, el bolso, el móvil… o cualquier otro objeto de más valor pero seguro que a la víctima le parece una auténtica tragedia cuyos “personajes” principales son la pérdida económica y los riesgos e inconvenientes que acarrea.

Proclamamos que vivimos en democracia y en un estado de derecho pero entonces, ¿cómo se encaja que una minoría tenga en jaque al resto de ciudadanos? Personas que cada vez tienen que emplear más dinero en protegerse en sus casas y estar cada día más alerta cuando pasean por las calles, cuando se desplazan en transporte público o cuando acuden a los lugares de ocio.

Hace muchos años escuché a un comisario decir que si no se tomaban medidas preventivas, España sería en el futuro un paraíso para los narcotraficantes y que asimismo se convertiría en portal abierto para otros países. Ahora, ahí están las estadísticas y los hechos que avalan la clarividencia de aquel profesional.

Todavía estamos lejos de lo que acontece en otros lugares que todos tenemos en la memoria pero, como pasó con la droga, es solo cuestión de tiempo que los ciudadanos se vean abocados a organizarse por su cuenta para crear grupos en defensa de sus intereses y repeler esa lacra que crece como la mala hierba sin que la propia policía, una de las mejores, pueda hacer mucho por cambiar la situación, ya que detiene una y otra vez a los reincidentes y ve como su trabajo es infructuoso porque son puestos en libertad.

La psicología de ese tipo de delincuente sí ha evolucionado mucho y también la del propio delito. Ahora la mayoría justifican sus actos porque piensan que tienen derecho a ganarse la vida, y los más enajenados se meten en las casas asegurándose previamente de que esté el dueño porque con una paliza conseguirán mejor lo que pretenden. Como ese ejemplo podrían ponerse infinidad, donde los protagonistas son también los menores que se han sumado a los actos delictivos haciendo el mismo daño, ante la pasividad de un sistema que en ese sentido tiene más lagunas que Ruiduera.

La lógica dicta que quien la hace la pague y no siga en la calle robando, asaltando, intimidando… para lograr su objetivo.

No se puede vivir tranquilo con esa espada de Damocles encima de la cabeza, porque ya se tienen infinidad de problemas de otra índole, y saber que el único consuelo es la esperanza de que si te toca, la herida no sea grave.

Es una desgracia que los ciudadanos honrados tengan asumido que en algún momento pueden ser ellos las próximas víctimas, y una pena que también los turistas sufran la situación.

Es la gente honrada la que se debe proteger con todas las garantías posibles y esa protección vendrá únicamente de la mano de una voluntad política firme que no permita que un individuo, un grupo, un clan o una mafia actúen impunemente a plena luz del día o por la noche.

No se puede recluir al delincuente desconocido pero es estúpido no hacerlo con el que se conoce, únicamente porque la ley sea insuficiente o por otras razones que la mayoría no entendemos.

Si tenemos la mala suerte de que nos roban una vez y vuelven a robarnos al día siguiente, lo lógico es que sea otro ladrón y no el conocido habitual de la propia policía.

Creemos que la institución penitenciaría contempla la reinserción como fin último, pero parece que este precepto no se desee aplicarlo a este tipo de delincuentes. Mientras, ellos se dedican a lo que saben hacer sin plantearse cambiar su modo de pensar y por ende sus actos.