Es lógico que integrantes, socios y aficionados de un club deportivo se alegren de una victoria y más si esta tiene cierta relevancia o transcendencia pero lo que no es tan lógico es que el resto de los ciudadanos tengan sus intereses hipotecados mientras dura la celebración.

Los estadios de fútbol están para eso, para que en estos se practique el deporte que, al menos en España, más enardece a las masas. Pero parece que dichas estructuras no son suficientes para contener lo que a la postre deriva de un partido, y entonces es necesaria la vía pública. Ahora bien, esta no sólo pertenece a unos cuantos aunque estos sean miles y aunque la ocupen únicamente por unas horas que suelen coincidir con las nocturnas. Hay quien tiene que sufrir pacientemente a que los ánimos de los hinchas se calmen y todo vuelva a recobrar un cierto orden porque tienen, por desgracia para ellos, su lugar de residencia en las proximidades de los lugares elegidos por estos. Y asimismo hay quien tiene que resignarse a dar un rodeo o sufrir un atasco porque sencillamente la autoridad ha cortado el paso a los vehículos a esa determinada zona.

En España viven muchas personas a las que no les gusta el fútbol o mejor dicho son ajenas y, sin embargo, nadie les facilita el que simplemente puedan descansar. También hay muchos extranjeros que nos visitan por unos días y en el mejor de los casos se llevan en la retina una imagen muy diferente de aquella que pensaban encontrarse.

Un amigo comentaba que el día que termine la carrera piensa ir con sus compañeros a Cibeles o a Neptuno y allí dar rienda suelta a su estado anímico vociferando y expresando abiertamente su satisfacción. Naturalmente lo decía en broma porque él mismo era consciente de que sería exhortado a abandonar la plaza o incluso detenido por la policía si persistía en su empeño.

Ahora bien, cabe preguntarse, ¿cuál sería la reacción de la colectividad si esa costumbre se extendiese a otros deportes? ¿O es que los aficionados al baloncesto, al balonmano… no tienen derecho? Menos mal que la idea no ha calado en otras mentalidades deportivas porque en caso contrario habría que armarse de paciencia. Parece que lo del fútbol es otra cosa y como tal se contempla de un modo diferente incluso por las autoridades.

Aunque ya hay quien ha dicho que el deporte con mesura es bueno para la salud pero que si es desmesurado se convierte en enemigo público, al menos para la mental, se sigue abusando y sobre todo del balompié.

Los clubes de fútbol deben millones de euros a las arcas del Estado, pero aún así todo son facilidades y asimismo lo son para los que viven este deporte con pasión; de hecho, un aficionado no sólo puede expresar lo que siente extramuros sino que puede también tocar el claxon, por ejemplo, a la hora que le venga en gana y muy alejado de donde se ubica la celebración. El mismo claxon que puede ser objeto de multa si no ha habido un partido de por medio.

Ya en la antigua Roma los emperadores veían en los juegos un alimento para la plebe que les distraía de asuntos mayores, y el fútbol es hoy día ese mismo alimento imaginario tan necesario para la sociedad.

No sé lo que sucedería si se tomasen medidas para que nuestras plazas emblemáticas no sean invadidas por una multitud que porta unos determinados colores, pero seguro que muchos de los que nos gusta el fútbol nos alegraríamos de no sufrir los inconvenientes que acarrean determinadas modas.