Llevo bastante tiempo preguntándome si quienes tenemos la responsabilidad de ser, como diría Hanna Arendt, los representantes del mundo ante los jóvenes, tenemos suficientemente clara la diferencia entre instruir y educar… pero lo pregunto bajito, porque soy consciente de mi ignorancia. Sin embargo miro alrededor continua y lo más ampliamente posible. Y esta reflexión no proviene del aburrimiento sino, por un lado, de las gratas sorpresas que me han dado durante este curso un grupo de alumnos haciendo crecer un proyecto que cobraba cada vez más sentido a medida que los objetivos se tejían y entretejían, al ritmo de su trabajo y, ustedes me perdonarán, de su motivación -es decir, que lo que a continuación expondré está basado en un trabajo concreto realizado por alumnos y alumnas de primero de bachillerato en la materia de Historia del Mundo Contemporáneo-. De otro lado, de mi preocupación por la percepción de una sociedad acostumbrada a instrumentalizar a las personas. Estamos tan habituados a ello que tal vez no tenemos la paciencia, la capacitación o las herramientas adecuadas para proporcionar a nuestros jóvenes las posibilidades diversas necesarias para crecer, para constituirse en proyectos de personas, de ciudadanos libres, despiertos, críticos. O quizás como sociedad no nos interesa. O tal vez que, como personas instrumentalizadas, no nos lo hemos planteado.

¿Por qué pedimos a chavales de catorce, quince, dieciséis años, que muestren unos valores y un equilibrio que muchos adultos a su alrededor no somos capaces de conseguir? En realidad, tal vez sólo les estamos pidiendo que disfracen sus maneras, que maquillen sus deseos para que no resulten perjudiciales para la imagen del estado del bienestar.

¿Por qué planteo ahora esta inquietud en voz alta? Porque la he compartido con otras personas que quieren educar, y conocer su interés me anima a escribir, y porque casualmente me he topado con las interesantes palabras del filósofo y filólogo franco alemán Heinz Wismann, que propone una visión humanista de la enseñanza frente al dominio de la concepción utilitaria de la escuela, sacando a los alumnos de su contexto más inmediato, y como nos dice Galeano, en cierta manera ayudándoles a mirar. De hecho, etimológicamente, educar significa guiar hacia fuera, dar al que aprende los medios para abrirse al mundo.

Creo profundamente, que quienes hemos asumido la responsabilidad de participar en la educación de los niños y de los jóvenes teniendo hijos o dedicándonos a la enseñanza (reglada o no), debemos dejar de limitarnos a instruir, a adiestrar, y comenzar a educar en el sentido más completo y hermoso del término, teniendo en cuenta que son individuos en formación que viven en una sociedad en permanente cambio.

No, claro que no es el camino más fácil, ni el que mejor encaja con la función de consumidores que necesita asignarles nuestro sistema de producción. Si así fuera habríamos tomado ese camino y sobraría esta reflexión.

Pero aunque no sea fácil, existen otras formas de abordar la labor de educar, que si dejan de ser tareas anecdóticas para convertirse en procesos habituales podrán resultar eficaces, como proponía Manuel Férriz en un número anterior de esta publicación citando a Snyder.

Y ¿cómo podemos empezar a trabajar? En primer lugar, para un aprendizaje para la comprensión, que es lo que proponemos, debemos proporcionar un ambiente en el que la escuela y el docente no se limiten a ser transmisoras de información sino vehículo de análisis, reflexión y creación.

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Es necesario estimular diferentes formas de aprender y de expresar lo aprendido y que los alumnos y las alumnas sepan que poseen diferentes estilos de aprendizaje.

No podemos quedarnos en la teoría, y después seguir trabajando como si tanto nuestros alumnos como la sociedad fueran un bloque permanente y homogéneo. Debemos guiarles hacia afuera, proponerles formas diversas de mirar para que puedan crecer, creer en sus aptitudes, conocer su forma de aprender, y desarrollar un espíritu crítico. Finalmente, podrán crear un producto, elaborar un discurso individual y colectivo… Con esta finalidad las diferentes disciplinas deben convertirse en vehículos para abordar asuntos más importantes, como los valores éticos y culturales.

Nos basamos en los conceptos de Inteligencias Múltiples y de Trabajo Cooperativo. Tomamos como referencia el estudio que de los tipos de inteligencia aporta Nilson Machado, ampliando los de Gardner.

No son propuestas que, unidas o por separado, los profesionales de la enseñanza con una mínima inquietud no hayamos leído en otras ocasiones. Mi reflexión y mis ganas de compartirla, como decía al comienzo, surgen a partir de la energía que puedo ver en los ojos de mis alumnos, y la motivación y las emociones que me comunicaron a lo largo de una visita guiada por Ricardo Calero a la exposición Latidos del Tiempo, que nos impresionó profundamente a todos y que nos llevó a trabajar durante cinco meses de forma individual y en equipo.

Dejaré de lado los objetivos y métodos específicos de la materia de Historia para referirme a los asuntos aquí tratados. Me parecía interesante, dada la edad de los alumnos y el interés que estaban mostrando, que eligieran su propio camino para resolver los problemas planteados

. Aquí el problema que se nos planteaba era expresar una reivindicación, indignación, una esperanza, u otras emociones, encuadradas en un contexto y acompañadas de una forma más o menos explícita de ver y de pensar la Historia.

Los alumnos saben que tenemos diferentes formas de aprender y expresar, y en una parte importante del proyecto tenían la posibilidad y la libertad de elegir cómo preferían hacerlo, así como de requerir la responsabilidad y la autonomía de cumplir su parte del trabajo. Seleccionarían la forma, los materiales, el contenido, el soporte… para expresar su experiencia, sus emociones, y los conceptos que habían comprendido. Serían capaces de crear su propio discurso, que integraría lo aprendido sobre historiografía, el exilio, la guerra civil, el maquis, la represión, la situación actual en Sierra Leona, los desaparecidos en Chile, las técnicas de historia oral… Y decidirían cómo iban a expresar sus conclusiones.

Partieron empíricamente de la imagen como una representación de objetos, acontecimientos, sensaciones, no como una sustitución de todo ello. Era un punto de partida para un aprendizaje comprensivo. Mediante todo este proceso, comunicamos nuestras experiencias, nuestras emociones, y nuestra forma de pensar así como nuestros conocimientos

. En los proyectos individuales que eligieron estos alumnos y alumnas, se vieron reflejados los diferentes estilos cognitivos. Y al explicarlo a los otros, nos dimos cuenta de que habíamos creado una sensibilidad común, y enriquecimos nuestro proyecto individual con los de nuestros compañeros, y nos dejamos motivar para crear un nuevo discurso, ahora común, y proponer una exposición conjunta que tuvo, como hilo conductor, las imágenes, las palabras, la reflexión sobre la Historia, y la memoria. Reinventamos el camino de la memoria para unir nuestras metáforas.

Como vemos, se fomenta el trabajo cooperativo en el que se crea un objetivo común, de modo que el fin propio coincide con el del grupo y cada uno asume su responsabilidad. El rol del profesor cambia, para convertirse en mediador y motivador. Esa cooperación no se ciñó únicamente a las tareas de investigación y creación, sino que todo el equipo se encargó de elaborar la lista de materiales y el presupuesto, así como de ir de compras y colaborar en los proyectos individuales de otros compañeros, porque teníamos un objetivo común que era la exposición de lo que los alumnos y las alumnas habían llamado Pinceladas de Historia: por el recuerdo.

Esta pequeña aportación, no pretende ser una solución, es un ejemplo, una mínima luz necesaria tras la crítica. Necesitamos otras formas. Necesitamos humanizar los espacios donde se construyen las personas, por ello es imprescindible ayudarles a mirar, y sembrar el espíritu crítico. Y para eso debemos mirarles a los ojos.

Consuelo Casas Matilla