Picio, belleza que sólo los elegidos comprenden, en lo hondo, protegida por los humedales que inundaban tu desequilibrio, tras la máscara que en otro te convierte; en este mundo que huele a miedo, te mueves entre los entresijos de la misericordia, de seres que no saben a quien tratan, cuando ayer al acercársete huían despavoridos ante lo que consideraban un sacrilegio, un engendro parido por los infiernos.

No es sólo belleza lo que a al ego enaltece, de lo que se desearía disfrutar, aunque sólo en sueños fuera, y sí es suprema belleza lo que en el fondo se atesora, lo que tanto al escucharte nos hace amarte, lo que al todo llena de prebendas, lo que hace que me diga, cuando te pienso, que estoy en Ferney, rodeado de libertad y de abandono, lo que al humilde Yo hace feliz eternamente. No te he conocido de cerca, Picio, pero me imagino toda la belleza que en el fondo atesoras y de la que sólo unos pocos se percatan porque “la belleza es como te sientes interiormente, y se refleja en tus ojos. No es nada físico”, como diría la mítica belleza por excelencia, e inteligencia, Sophia Loren.

Eres tú, en esencia belleza incomprendida, el que se muestra al desnudo, tal como en realidad debiera ser tratado pues nada en ti ha cambiado más el rostro que se oculta, tras la mascarilla que cubre tu máscara, ¡sí, tu máscara!, mantiene en ti vivo el deseo de ser aceptado y así sueñas en los sueños que otrora te trazaras, los del niño que jugaba con los caracoles que nacían con el barro buscando la compatía.

Cuanto dolor el acumulado en tu mochila, tan llena de nada y de deseo de que nada se descubra, hacedora de bondades que jamás salen a escena. No te dejan hacer el papel que desearas, el de protagonista, de valores inusuales. ¡Perdone el Poder al que a ti te señala cuando a pie te prendiste del descampado! Cuando creíste que nadie te miraba, mostrándote tal cual, al desnudo, con las beldades por tus banderas que tuvieron que ser recogidas. ¡Cuánta necedad al rechazar lo visible perdiendo la posibilidad de disfrutarte!

Es necesario pensar en que “la mitad de la belleza depende del paisaje, y la otra mitad del ser humano que lo mira”, algo así decía el escritor chino Lyn Yutang y yo estoy totalmente de acuerdo con él y para conseguirlo, según decía Voltaire, en el final de Cándido, su obra cumbre, “pero tenemos que cultivar nuestro huerto” y ello conlleva que en él todas las plantas, incluso las que no tengan flores, deben tener cabida, logrando con ello que la belleza se multiplique hasta el infinito haciendo que todo el jardín se aproveche de esa sensación que se llama sentirse pleno y partícipe de los logros de los otros porque al fin y al cabo con ellos, de alguna manera, el conjunto y todos y cada uno de los elementos que lo forman, de manera indiscutible, se ven beneficiados pues son parte, sumamente importante, del paisaje al que aludía Lyn Yutang, haciendo que todos se vean salpicados por los logros de los Otros, convirtiéndolo, más hoy en día que nunca, en un necesario Nosotros.

Juan Francisco Santana es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.