Seguramente nunca conseguiremos un Pacto por la Educación, pero el panorama que salga de las urnas deberá lograr acuerdos que consoliden algo de estabilidad para el periodo formativo de los niños y jóvenes.
En los extremos del arco académico, la Educación Infantil y la Formación Profesional conforman los pilares del éxito total de un sistema educativo. Los países más avanzados de Europa supieron verlo hace décadas y todavía lo entienden del mismo modo: invertir en ambas es abrir ventanas hacia un mejor futuro. Concederles la máxima relevancia es acertar.
Posiblemente el acuerdo más factible sería el que pusiese en valor para los próximos años la Formación Profesional. Así nos lo demandan los elevados índices de desempleo juvenil, pero también la necesidad de aumentar la cualificación profesional en un mercado cuyos requisitos para el empleo están en continuo cambio. Parece mentira que todavía hoy poseamos una de las tasas más elevadas de Europa en graduados universitarios y de las más bajas en titulados de FP. Parece mentira que hablemos con la boca pequeña de unos estudios superiores que son superiores a todos los efectos. Y que sigamos obligando a que centros cuyo profesorado y objetivos son excelentes clamen por los medios adecuados para mantenerse en vanguardia.
Las titulaciones de Formación Profesional garantizan desarrollo, productividad y mejora del empleo. Deberían ser valoradas por las familias y convertirse en uno de los elementos fundamentales de las políticas de educación.
A ver…
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