No sabemos quién, las teorías son diversas, un acto de sabotaje -los expertos y los datos disponibles así lo apuntan-, ha hecho reventar los gasoductos Nord Stream. Si fueron galgos o podencos poco importa, salvo a ellos; lo importante ahora sería escapar de sus dientes. Sin embargo, estamos atrapados en nuestra propia levedad y somos carne de cañón, de frío y de hambre. Tres estadios que no preocupan a los poderosos.

Si hay heridos o pandemias, subirán su precio las multinacionales farmacéuticas; si hay hambre, nos encontraremos alzas de precios en todos los mercados europeos, dominados por las mismas marcas; si no hay combustible, las eléctricas y las grandes refinerías harán su agosto; si hay muertos lo harán las funerarias; si se precisan más armas se forrarán las industrias armamentísticas.

Las bombas caen en sitios lejanos, pero aquí, no lo duden, también estamos en guerra. La silente y mortal contienda de la que los mandatarios no nos quieren ni hablar.

La guerra silenciosa la notaremos en nuestras carteras y en nuestras almas. Se nos puso a prueba con la pandemia y nuestra resilencia fue notable. Pero no es lo mismo la capacidad para superar circunstancias traumáticas que amanecer ateridos de frío y con el estómago vacío. Paradójicamente quizás ahora comprendamos mejor a esas gentes que pululan en las grandes ciudades buscando un cajero donde dormir, tal vez ahora sepamos qué sienten los desarraigados y los infelices que llegan a nuestras costas. Quizás ahora entendamos lo que sucede en el llamado Tercer Mundo y no cambiemos el canal de televisión al ver a sus niños muriendo de hambruna.

Tal vez ahora sintamos justa indignación ante la situación, en nuestro mundo ¿desarrollado?, por las gentes que no pueden encender la calefacción ni dar de comer a sus hijos. Tal vez, en vez de admirarles, sintamos ahora repugnancia por las fortunas escandalosas, por los beneficios desorbitados, por las evasiones de responsabilidades tributarias. Irritación por esos indecentes que defienden todo eso, por las bravuconadas fascistas y por los dictadores de pacotilla.

Y sobre todo, por aquellos que teniendo responsabilidades siguen en un cómodo silencio y no nos miran a los ojos y nos dicen: Eso es la guerra, solo que ahora nos toca vivirla a nosotros.