El Banco Central Europeo, ahora que la inflación ya está en el 10%, despertó de su prolongado sueño de un año y tiró de la manguera: la subida de tipos de interés. Lamento decir que el BCE llega demasiado tarde, y mal, para apagar este incendio.

Es tarde porque el asunto se veía venir desde hace un año —al menos—, y mal porque las tasas de interés no detienen la causa de esta inflación (que no es de demanda sino de oferta) y por el contrario, como veremos a continuación, pueden empobrecer aún más a los países del euro.

A algunos más que a otros. Vamos por partes.

Desde hace un año se observa un aumento en la demanda y los precios de los combustibles fósiles en todo el mundo (petróleo, gas y derivados). La recuperación de las economías tras la pandemia no hizo más que acelerar un problema de fondo que viene de lejos: los límites a la extracción rentable de estos recursos con el actual sistema económico. Un problema que se ve agravado por la aparición de un mega consumidor e importador global; porque la globalización capitalista ha convertido a China en la fábrica del mundo para, entre otras cosas, subordinar a los trabajadores de los países más ricos.

En este escenario —bastante predecible— el mecanismo diseñado en la Unión Europea para fijar los precios mayoristas de la electricidad, y más aún con el oligopolio de los combustibles, trasladó y amplificó la inflación a hogares y empresas. No fue la demanda desenfrenada de los consumidores lo que hizo disparar los precios, sino los precios los que ahogaron a los consumidores.

Inflación de costes que proporciona a las empresas energéticas unos beneficios extraordinarios a costa de los ingresos de los hogares y de la difusión de la inflación al resto de actividades productivas. Precisamente a los dos costaleros (hogares y empresas) a los que la subida de los tipos de interés perjudicará aún más.

¿Qué se podría haber hecho hace un año?

Pues cambiar el mecanismo de fijación de los precios mayoristas de la electricidad para que no se muevan al ritmo del gas natural (la excepción ibérica es solo un parche), y, en vez de seguir con las demandas electro intensivas, con la recuperación del carbón y ciclos combinados e incluso con alegrías nucleares, impulsar un súper plan de estímulo de las renovables (solar, eólica, biomasa, etc.) no subordinado al complejo fósil-nuclear y basado en una base local y asociativa.

Sin olvidar un trasvase radical del modelo de mercancías por carretera a otro ferroviario, y del coche privado a los medios colectivos. Cosas en las que hemos estado mirando para otro lado durante décadas. Un puñado de miopías sistémicas que ahora no pocos intentan esconder tras la “guerra de Putin” para no enfrentar las causas de fondo.

Eso sí, el BCE, con la subida de los tipos de interés, puede estropear aún más las cosas, y lo mismo puede decirse de las medidas de reducción de impuestos en España para los carburantes y la electricidad, así como las subvenciones universales a los precios (nuestros 20 céntimos). Que además de debilitar al sector público, no ayudan a frenar la demanda. En estas cosas no es fácil sorber (barato) y soplar (ahorrar) al mismo tiempo.

La elevación de los tipos de interés empujará a nuestras economías a la recesión. Algo que debería preocupar a países como España con una tasa de paro muy alta desde el primer momento (quizás Alemania pueda afrontar mejor este riesgo con una tasa tres veces inferior).

La recesión vendría provocada por los mayores costes de endeudamiento de las familias (por ejemplo, las ya hipotecadas) y de las empresas. Con un IPC desbocado, la demanda y el consumo de los primeros se hundirían, mientras que los segundos procederían a despidos o a alimentar la bola de nieve inflacionaria. En ambos casos muchos se verán perjudicados y muy pocos se verán favorecidos. Por supuesto entre estos últimos tenemos a los accionistas y plutócratas del sector financiero que surfean el temporal de la inflación dando sus asesores lecciones al resto.

Crecen también los costes de endeudamiento del Estado y el caldo de cultivo de la prima de riesgo, aunque el BCE prometa que seguirá comprando en el mercado secundario la deuda vencida de los países más endeudados —como España— que ya tenía en su balance.

Aun así, con la ralentización de la economía y las contraproducentes rebajas de impuestos, los Estados tendrán dificultades para endeudarse y así financiar las políticas selectivas (de estímulo de algunas actividades, y de apoyo a algunos ingresos) que deben aplicar para que la inflación no agrave de forma asimétrica la distribución de riqueza.

Por ejemplo para financiar la revalorización de los salarios y pensiones que dependen del Estado que no debiera bajar de un 7 % inicial para 2023, con el compromiso de pagar el 3% restante (hasta el 10% del IPC) junto con la revisión de 2024.

A lo que hay que sumar dos partidas no menos importantes.

La primera debería ser la compensación a los trabajadores del sector privado por la diferencia entre el incremento medio de sus salarios y la inflación de este 2022, al menos para todos aquellos que estén por debajo del doble del SMI (salario mínimo interprofesional). No vaya a ser que el único control de precios permitido en la sacrosanta economía de mercado sea el control del precio del trabajo. La segunda sería una ayuda selectiva a los costes energéticos del sector agroalimentario a cambio de un pacto para reducir la gran brecha especulativa entre los precios recibidos por los agricultores y los precios pagados por los consumidores.

Los peligros, las medidas equivocadas y las alternativas que acabo de resumir nos sitúan ante —al menos— tres rupturas respecto al rampante consenso de décadas: el llamado centrismo neoliberal.

Primera: Contra la patética adaptación al colapso climático y la gestión de la “transición energética” por los mismos que nos metieron en el colapso ambiental y la bomba inflacionaria (y que ahora hablan de la nuclear como puente limpio). Porque los mercados y el beneficio empresarial en el sistema energético son incompatibles con un horizonte energético sostenible en el planeta.

SegundaContra los recortes de impuestos (el dinero en el bolsillo) como jarabe mágico contra la inflación. Pues sólo un presupuesto público fortalecido (progresivo y no regresivo) puede aliviar los ingresos de los menos pudientes, y ser garante de servicios básicos para una vida digna sin que el sector público se subordine a los acreedores y sus intereses.

Tercera: Porque estamos comprobando que el ajuste a la baja de la globalización neoliberal no garantiza unos suministros básicos (alimentos, medicamentos, digital, energía,…). Lo que nos aconseja impulsar la resiliencia del tejido productivo local y más cercano, y abandonar el cosmopolitismo zombie de la “competitividad”.

 

Albino Prada, Consejo Científico de Attac. Publicado originalmente en infoLibre.