Su obra 'Vidas minadas' es un alegato contra la guerra a través de su cámara de fotos

Y con la charla, empiezan las preguntas (de él; al lector, a la periodista y a cualquiera que quiera escuchar): «La relación del periodismo y las empresas está envenenada. Los bancos han comprado los medios de comunicación. Porque si no, ¿cómo se explica que sólo ahora empecemos a saber de los problemas de corrupción de los años 90?, ¿dónde estaban los periodistas durante ese tiempo?, ¿no sabían qué estaba pasando? No se puede criticar porque hay temas tabú. Por eso nadie explicó lo que está pasando hace años».

Según este fotógrafo tenaz y singular –es de los primeros españoles que empezó a trabajar como freelance-, que se financia sus proyectos y que compaginaba el oficio de contar con el de camarero cuando empezó, la situación del periodismo actual «es peligrosísima». Lo explica agarrándose a una cita de Ryszard Kapuściński, aquella que decía que los cínicos no sirven para el oficio de periodista. Según él, el problema está en quienes hoy ostentan puestos de responsabilidad en los grandes medios. «Es difícil ser cínico si trabajas sobre el terreno, si estás en la guerra sorteando zonas oscuras e intentando visibilizar lo que allí ocurre. ¿Qué loco se divertiría viendo la muerte? Allí no están los cínicos. Están aquí, en los despachos. Son quienes dicen que esas historias de gente no les interesan, que no venden y que son muy duras: molestan a los grandes anunciantes».

Héroes de lo local

Pero Gervasio no dispara contra todos los profesionales de la comunicación. «El 95 por ciento de los periodistas hacen bien su oficio. El problema está en el 5 por ciento que dirige. Hoy no hay censura como tal. Es más sutil: se colocan a personas clave en lugares de mando. Son gente pusilánime, contradictoria y, lo peor, no creen en lo que hacemos», afirma. De su crudo análisis salva a los muchos informadores que deben resolver las presiones de la redacción central. «Yo no quiero ser un modelo. He tenido la suerte de trabajar en internacional, donde hay menos anunciantes y menos cortapisas. Aquí, en sus puestos, me habrían cortado la cabeza hace ya mucho tiempo».

No tener pelos en la lengua le ha costado no ser recibido en ciertos medios ni círculos oficiales -que prefiere no citar- y más de una aspereza con sus compañeros de armas. Porque una de las características de este zaragozano de adopción es no callarse. Todavía se recuerda su discurso al recibir el Premio Ortega y Gasset en el 2008, ante la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Allí, ante un público selecto y ante todas las cámaras del mundo, afirmó que sentía vergüenza por un Gobierno que se llamaba progresista y seguía vendiendo armas, las mismas que quiebran los cuerpos y almas que tantas veces ha plasmado en América, Europa, Asia y África. «Me dijeron que fui duro, y no lo creo. Podría haber dicho mucho más. Podría haberlos llamado hijos de puta por duplicar la venta de armas españolas y no lo hice», sentencia con una naturalidad pasmante.

La Universidad fuera de las aulas

La tarde anterior a mi cita con Gervasio me meto en su cuenta de Facebook. Todos los días lanza una frase a su audiencia. Toca un proverbio nigeriano: «Mientras los leones no tengan sus propios historiadores, las leyendas de caza siempre glorificarán al cazador». Pero Gervasio Sánchez no es hoy uno de los camarógrafos españoles más reputados del mundo por lo que dice o por no haber aprendido a morderse la lengua. Si dos casos definen su obra son la coherencia y el compromiso.

Es una actitud que se refleja en la relación personal que mantiene con las víctimas que ha retratado en varios de los puntos calientes del planeta, los lugares de la postguerra de Vidas minadas, un proyecto que cuenta cómo la guerra sesga en trozos la vida a las personas. Gervasio estuvo allí en 1995 y de «las historias que escribió con su cámara de fotos» salió un libro, un homenaje a esas personas y una exposición que todavía rueda por España. Tras ese trabajo, el fotógrafo volvió cinco años más tarde: quería seguir contando para recordar que los dramas de esas víctimas no se acaban cuando se apagan los focos. Cinco años más tarde, cámara en ristre, repitió el viaje por tercera vez en busca de sus personajes. Quería enseñar sus vidas y mostrarles como ejemplo de superación y dignidad. Él dice que son parte de su familia. «Aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que, como Martín Luther King, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas. Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad», dijo el día que recibía el Ortega y Gasset. Hablaba de la mozambiqueña una mujer que perdió las dos piernas con 14 años, Sofía Elface; del camboyano Sokheurm Man; del bosnio Adis Smajic y de la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años.

Esas víctimas, esa gente anónima para los grandes noticieros (y para quienes los consumimos), son personas que a pesar del drama no se dan por vencidas. Esa universidad tan especial es la que pretendió mostrar a su hijo con seis años en África. Viajaron a Sierra Leona para ver a la gente que él muestra con su cámara, a los niños ex soldados.

Miedo a ser impasible

Y aunque ha oído tiros a su alrededor, visto hambrunas, llorado con los desaparecidos de Argentina, Colombia y España y enterrado a grandes amigos que como él cubrían guerras, Gervasio no tiene miedo a los conflictos, lo que de verdad le da pánico la pasividad, dejar de sentir. «Ver poblaciones que mueren por razones ininteligibles en países que están en unas guerras que no entienden, que no saben por qué son ni cuándo empezaron… Me aterra la inmovilidad ante Irak, Afganistán, esos lugares donde la guerra llegó y se instaló: hay gente allí que no saben lo que es la paz». Y de nuevo el entrevistado cambia los. Ahora quiere ser él, de nuevo, quién hace la pregunta: ¿dónde están los ciudadanos que se manifestaban contra la guerra de Irak ante la matanza de Siria?

El motivo para que la gente no salga a la calle, según Sánchez, es que sólo se movilizan cuando son manipulados políticamente, cuando delante de la pancarta aparecen algunos partidos políticos. Cree que así pasó con el «No a la guerra» de Irak. «Instrumentalizaron el sentimiento antibelicista de los españoles, se beneficiaron de él y luego cínicamente sextuplicaron la venta de armas entre 2004 y 20011».

No obstante, cree no está todo perdido. La esperanza, piensa, podría estar en los nuevos medios alternativos que nacidos en los últimos tiempos al calor de la oleado de ERES en los medios generales. «Aunque falta por ver, cuántos persistirán, ya que no es posible hacer periodismo gratis». Gervasio reclama también dignidad para sus compañeros de profesión, algunos de los cuales malviven con 600 euros al mes. Cree que el camino es que el gran público vuelva a pagar por una información de calidad. «Porque  los que ponen publicidad no van a permitir un modelo paralelo e incómodo».

Lula Gómez

 

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