Es obligado escribir sobre la catástrofe natural que se ha cernido sobre la ciudad de New Orleáns o las poblaciones de Biloxi, Mobile, Pass Christian…, un acontecimiento que puede asemejarse al terremoto que acaeció a principios del siglo pasado en San Francisco. Lamento profundamente lo ocurrido, en este tercer milenio septiembre no es un buen mes para el pueblo norteamericano. Debemos hoy realizar una doble mirada sobre esta ciudad herida – una retrospectiva y otra prospectiva.
NEW ORLEÁNS:
CIUDAD FRONTERIZA
Los grandes ejes vertebradores del transporte de mercancías y de la economía de los Estados Unidos son el río Mississippi (mici se-pe en la lengua indígena o río grande) y las líneas de ferrocarril. La razón de la fundación de New Orleáns es económica y su crecimiento y expansión se la debe al río Mississippi, curso fluvial del que depende en mayor medida el transporte de la producción agrícola del medio oeste, de materias primas y energéticas. El origen de esta ciudad está en el control de la ruta del comercio desde el Canadá, colonia francesa en el Nuevo Mundo, hasta el golfo de México, que era de capital importancia para Francia. Por ello financió una expedición con el fin de crear una colonia en Louisiana. Ya a mediados del ochocientos el río se convirtió en una supervía fluvial; de modo que la ciudad fue centro de mercancías y de cosechas, y también de diversión y juego. Por ello una de las imágenes que identificaba a la ciudad era la del buque de vapor, imagen que pervivió hasta el completo desarrollo del ferrocarril. Las primeras colonias se establecieron a principios de 1.700 en lo que hoy se conoce como Biloxi y Ocean Springs. Primó la razón económica en la elección de su emplazamiento cuando Jean- Baptiste Le Moyne en 1.718, haciendo caso omiso a los consejos de los ingenieros del rey y del consejero regente de la época, escoge como origen de la ciudad lo que hoy se conoce como la avenida Esplanade. El primer trazado de New Orleáns es del 1.722 y está constituido por una cuadrícula ortogonal de sesenta y seis manzanas de igual dimensión. La ciudad se convirtió en 1.723 en la capital de Louisiana como consecuencia de la destrucción de Biloxi en un incendio.
El “espíritu de frontera” es una de las características propias del habitante de los Estados Unidos. La experiencia fronteriza – la expansión de la frontera hacia el oeste, marca para siempre el carácter norteamericano.
Aparece el mito de la frontera cuando en 1.890 todo el territorio de los Estados Unidos está conquistado y empieza un gran proceso de colonización hacia el Oeste, donde esta ciudad jugará un papel relevante.
A finales del XIX existe todavía un pensamiento dual y, en cierta forma contrapuesto, entre aquellos que idealizan el mundo agrario donde se reconoce una América agrícola y protestante y otros, la América que acoge las masas católicas y judías de la “nueva inmigración”, que ya desde fines del setecientos defienden la industrialización y propugnan la ciudad-fábrica como utopía del capitalismo empeñado en edificar un sistema económico que no se base ya en la tierra sino que esté realizado e idealizado por las máquinas. Es la época del maquinismo, que influirá tanto en la utopía del movimiento moderno que se gestó en la culta Europa.
En esta América agrícola aparece en los inicios del XX la música del jazz, que es buen ejemplo del concepto fronterizo y del mestizaje cultural de esta hermosa ciudad, representación de una combinación de ritmos africanos y caribeños sobre estructuras melódicas españolas y francesas.
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LA DECONSTRUCCIÓN DE LA CUNA DEL JAZZ
La ciudad antigua, siempre la más longeva, aparece como ejemplo de resistencia a la tempestad en este terrible drama que es un huracán, naturaleza rebelde y descarnada. Afortunadamente la mayor parte del patrimonio histórico que está en el barrio histórico, sito en la parte alta de la ciudad y por encima del nivel del agua del río y del lago Pontchartrain, se halla intacto al paso del huracán. El Vieux Carré mantendrá para la humanidad el acerbo arquitectónico y cultural de una de las ciudades que mejor sintetiza la propia historia de los Estados Unidos. Los antiguos nos enseñan que la ciudad se debe construir desde el sentido común y en convivencia con la naturaleza, y todo ello a pesar de la osadía en la elección del lugar que hizo Jean Baptiste Le Moyne, señor de Bienville. Me refiero al concepto “en convivencia” porque el hombre desde de sus inicios ya perdió el respeto por la naturaleza, y lo más que hoy se puede aspirar es a una adecuada convivencia hombre-hábitat natural.
Me parece oportuno hacer referencia a la “convivencia” existente entre la ciudad y el agua. Esta convivencia se realiza a través de los diques que regulan y administran esa relación. Inversiones millonarias y vigilancia perpetua son dos criterios básicos para garantizar la seguridad de la ciudad. Ambos fallaron en New Orleáns por la despreocupación de la administración central y federal americana que hizo caso omiso a los informes y las advertencias que presagiaban este terrible desenlace. Los primeros pobladores siempre se asientan cerca del agua como elemento fundamental para la vida y la movilidad. Los pobladores de las costas holandesas, quinientos años antes del nacimiento de Jesucristo, levantaban ya sus casas sobre colinas de arena para salvar el nivel de las inundaciones. Ya entonces se había perdido el respeto al agua; y desde entonces larga ha sido la relación ciudad-agua, de ello tenemos ejemplos paradigmáticos como el de Venecia – con sus problemas de eutrofización de las algas, el de México – que se hunde inexorablemente sobre una laguna pantanosa, o el de los pólderes holandeses – que están en permanente amenaza con las crecidas de los ríos Mosa, Rin y Escalda… El hombre sobrevive desafiante por encima de la naturaleza.
Otro aspecto relevante a destacar es el que hace referencia al
cambio climatico, su influencia en el caso que nos ocupa parece real. Lo anterior y el bombeo permanente de agua del subsuelo de New Orleáns, que ha evitado en el tiempo una correcta sedimentación natural y con ello afianzar el terreno para generar barreras naturales protectoras frente a los huracanes, se ha traducido en convertir en más vulnerable la ciudad frente a las lluvias y los vientos huracanados, cada vez más frecuentes a consecuencia del
calentamiento global de la atmósfera. Hoy la ciudad deconstruida espera, adormecida por el reciente holocausto, despertar con soluciones urgentes para su revitalización.
LA GRAN OPORTUNIDAD
Decía un poeta que las grandes penas nacen grandes y luego menguan, al igual que las grandes cosas nacen pequeñas y luego crecen. La mejor forma de vencer un proyecto fallido, que es la suprema enseñanza, es con la ilusión de un nuevo proyecto. La adversidad se combate siempre con nuevos proyectos. Aprovechemos esta gran oportunidad desde una mirada serena y exigente. Estudiemos errores y aciertos sin emplear nuestro tiempo en buscar culpables, de ello se ocuparan mal como siempre los políticos para perpetuarse, dediquemos nuestro esfuerzo, ilusión y pasión en construir una ciudad diferente. Hay que resituar al hombre en la ciudad, en cierta forma rehumanizar la forma de habitarla.
Aprovechar esta oportunidad supone poner en tela de juicio el sistema de planificación que se ha venido desarrollando de forma masiva durante los últimos cien años, que ha supuesto la sustitución del ciudadano peatón por el vehículo y la telemática. No merece la pena reconstruir la ciudad del jazz de la misma manera como se hizo.
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Hay que romper la inercia del territorio. Hay que reflexionar sobre nuevas actuaciones en el espacio urbano, desde esta tribuna proponemos para New Orleáns tres ideas para el debate:
> 1 Evitar la ciudad baluarte frente al agua: dejar entrar el agua cuando así lo requiera la naturaleza, a través de un sistema de esclusas que revalorice el límite entre el tejido urbano y el agua – límite por lo común degradado por la descomposición de los flujos mercantiles históricos que necesitan mutar para adaptarse a la actual lógica de los mercados globales.
> 2 Utilizar el nivel inundable para integrar en él los sistemas de transportes públicos. Discurrirían ocultos y aparecerían cuando se requieran en superficie para situar los intercambiadores nodales. Plantear sistemas de transporte urbano que funcionen con energías renovables y limpias.
> 3 Utilizar la corteza terrestre, nivel planta baja o nivel de las aguas, para el disfrute del peatón, a modo de gran espacio público para el trabajo, el ocio y la relación humana.
La participación ciudadana se hace imprescindible en este empeño. No olvidemos al ciudadano. Todos podemos entender que las decisiones finales tendrán un contenido técnico y económico indiscutible, más en los Estados Unidos donde la iniciativa es fuertemente privada, pero sin considerar al ciudadano la ciudad volverá a ser lo que ya ha sido. New Orleáns es un ejemplo doble: por un lado el de la ciudad corrupta, donde impera la desigualdad, el desorden, la delincuencia y el juego; y por otro el de la ciudad de la tradición histórica centenaria, de la alegría de vivir a pesar de todo, de la música, del encuentro y del mestizaje cultural.
En relación a la única música autóctona del país, el arquitecto Le Corbusier en 1.935 después de un viaje a los Estados Unidos escribiría: “Catequizados en las plantaciones de Louisiana por pastores de las más diversas procedencias, los negros aprendieron cánticos y canciones populares. Folklore del mejor cuño…En ellos la profundidad del África ecuatorial siempre está lista para salir a la superficie”; “El jazz, como el rascacielos, es un acontecimiento y no una obra concebida. Son las fuerzas presentes. El jazz está más adelantado que la arquitectura…”. Hagamos que suene de nuevo la música, y con ella construyamos la ciudad soñada. El Sur también cuenta.