Querían coordinar acciones para enfrentar la crisis alimentaria que afecta a varios países del área, así como analizar el impacto de esa crisis en África y Asia y sus efectos en Latinoamérica.

Las causas de la crisis son conocidas. La producción actual de alimentos es insuficiente para atender la demanda provocada por el crecimiento económico de India y China, países que suman más de un tercio de la población mundial y cuya producción de alimentos es inferior al consumo interno que genera tal crecimiento. Cada año, estos dos países suman a decenas de millones de personas al consumo de más y mejores alimentos. Los biocombustibles son otra causa, al usar cereales vitales en la dieta humana -como el maíz- para alimentar automóviles. También el cambio climático, con sequías que destruyen los cultivos y huracanes que los arruinan. El proteccionismo de los países ricos, en fin, que arruina a millones de agricultores.

Los cálculos realizados apuntan a que, en los próximos años y décadas, la humanidad necesitara duplicar la producción de alimentos, lo que requerirá aumentar las áreas de cultivo y, muy especialmente, mejorar las técnicas de explotación agropecuaria, de forma que se cubra la demanda alimentaria sin agotar los recursos naturales.

En las circunstancias del caso, cabe meditar sobre la responsabilidad y la oportunidad que tiene una región tan vasta como Latinoamérica, para ponerse al frente de un esfuerzo mundial para resolver este problema. La región tiene, hoy, unos pocos Estados amenazados de hambre -Haití el que mas-, pero este hecho es mas resultado de la desigual distribución de la riqueza y de la carencia de inversiones estratégicas, que no de impedimentos naturales. Ocurre lo contrario. Latinoamérica posee en abundancia tres de los once factores que posibilitan la producción masiva de alimentos: clima, buenas e infinitas tierras y agua abundante. Faltan dos: uno, que los gobiernos comprendan las posibilidades que ofrece la demanda mundial de alimentos (y la aprovechen para salir de la pobreza y el atraso). Dos, que asuman el reto, pendiente desde hace casi 200 años, de realizar una revolución agraria, que permita hacer de la región un granero del mundo.

Latinoamérica tiene 20 millones de km2 y 530 millones de habitantes. China e India suman 12,8 millones de km2 y 2.400 millones de habitantes. A esta extensión territorial debe restarse la poco fértil meseta tibetana y los infértiles desiertos. Bangladesh, con 144.000 km2, tiene 150 millones de personas. Nicaragua, con 130.000 km2, posee 5,5 millones de habitantes. Japón casi no posee tierras agrícolas y Corea del Sur es montañoso en un 80%. Los recursos hídricos de esta región, además, están en su límite o lo han sobrepasado.

Latinoamérica tiene los mayores índices de agua per cápita del mundo. Suramérica esta cruzada por ríos inmensos, como el Orinoco, el Amazonas y el río de la Plata. Nicaragua, en su relativa pequeñez, alberga un lago de 8.000 km2 y otro de 1.000, además de generosas corrientes que van al mar Caribe. A ello debe agregarse la interminable longitud de sus costas, que se proyectan libres sobre el océano Pacifico y, en el sur, también sobre el Atlántico.

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En otras palabras, Latinoamérica posee los recursos necesarios para producir cada ano centenares de miles de toneladas de alimentos con que proveer al mundo. Falta que los gobiernos entiendan la oportunidad, pues todo lo que se produzca en alimentos encontrara fácilmente mercados en América y Asia. Países como México o Venezuela son deficitarios en la producción, en tanto que China e India rozan los límites de su capacidad productiva y todos ellos poseen excedentes monetarios. Latinoamérica y Asia son, mas que nunca, regiones complementarias. La superpoblada y agotada Asia necesitaría de la despoblada y rica Latinoamérica, mientras Latinoamérica necesita de inversiones y mercados asiáticos que sean motores seguros de crecimiento y desarrollo.


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El mayor obstáculo para que esto suceda radica en la pésima distribución de la tierra, es decir, en un anacrónico latifundismo, que mantiene paralizadas las economías y las sociedades. Asumir el reto alimentario requiere reiniciar una revolución agraria, que es algo bastante mas profundo que el reparto simple de tierra. Una revolución agraria implica reformar la tenencia de la tierra, proveer recursos financieros e introducir tecnología punta para producir con máxima eficiencia. Es abrir caminos que unan las zonas productivas con las áreas de acopio y estas con carreteras y puertos. Es educar a los productores en las bondades de la asociación cooperativa (tan exitosa en Europa), enseñándoles a organizarse solidariamente. Es introducir sistemas de nacionalización en el uso del agua, para gastarla menos y aprovecharla más; es reforestar cuencas de ríos y lagos, para cuidar el precioso líquido. Se trata, en definitiva de sacar a la región del siglo XVIII y situarla de golpe en el XXI.

No será fácil, pero tampoco imposible. Falta aunar voluntades en un enorme, necesario y urgente esfuerzo productivo, que permitiría resolver grandes males de la región y contribuir a paliar el hambre en el mundo. El factor mas incierto de cualquier inversión es la existencia de mercados suficientes. Hoy hay mercados y fondos. Solo falta poner manos a la obra y comprender que es la hora de producir.