En aquellos andares que quedaban tatuados en el suelo que pisaba, a modo de cernícalos que seguían mis pasos, y voces que por entre las nubes escuchaban a las mentes novísimas…

Desparpajo del saurio que me miró a la cara, soleado sobre el verde de la tunera, como preguntándome quién era… quedándome pensativo y mirándote para ver si tú también te habías percatado, siendo tu respuesta una sonrisa, sin lugar a dudas fue la que me enamoró de manera indeleble, haciendo que hasta el mismísimo Tiempo (¡me lo confesó en un momento de desequilibrio!) nos celara.

Flor te pensé en aquel mismo instante y tu desnudo me imaginé adhiriéndose a mí cual abrigo transparente… sentí como la poesía surgida de tu entrega anegaba todo en derredor de jadeos y con versos improvisados respondí a tu dulcísimo encanto. Hiciste, aún me pregunto cómo, que me sintiera como pasajero sobre nubes que destilaban sapiencia, herederas de bibliotecas ancestrales, anteriores a la de Alejandría, con libros que se abrían según lo que mi pensamiento les dictara.

Atrevida mezcolanza de aromas y colores, no apagados por el paso de los abriles, que se reinventó bajo el sol que entraba por ventanas abiertas a lo inimaginable, dejándonos su impronta a modo de lienzos salpicados a lo Pollock, lumínicas composiciones expuestas en un museo colgado de un clavo oxidado sito entre los rescoldos silentes de la hoguera que allí nos inventamos… lo teórico se hizo práctica y lo inhabitual reiterado…

¡Qué fácil fue lo que hasta aquel instante creímos complejo! 

 

Juan Francisco Santana Domínguez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.