No decía nada con respecto a su identidad, era un hombre, ¿o quizá un ángel o un profeta o un visionario? Por su apariencia, sumamente humilde, con una camisa blanca y un pantalón vaquero, roto por varios sitios, pensé que era uno de esos vaqueros que hoy en día se compran ya con sus roturas, que aumentan con su uso; su ropa, a simple vista, muy sencilla y, seguramente, desgastada por los muchos lavados, pero inmaculadamente limpísima, como si hubiera sido tratada con un baño de polvo de estrellas que hacían que todo su ser se iluminara, o al menos a mí me lo parecía.
Me sorprendió verle en aquella esquina, conocida, curiosamente, según la vox populi, como la de los logros milagrosos, en la que antaño, según la tradición, se podía ver, ya avanzada la noche, una mujer, que nadie conocía, que regalaba una rosa blanca a todo aquel que ante ella se parara. También se cuenta que regalaba alegría y que en las caras de los que se acercaban a ella se reflejaba una sonrisa que tardaba en borrarse. No escribo esto desde la perspectiva de un creyente pues, como bien saben, sólo soy un ser que al libre albedrío adora y que al amén reniega.
Volviendo al hombre que regalaba esperanza, decirles que bajo su antebrazo izquierdo pude divisar un libro, con visos de haber sido leído y releído, cientos o quizá miles de veces. Su autor se podía ver en el lomo: Nietzsche. ¿Pero quién era aquel hombre y aquella mujer que otrora se colocara en la misma esquina? No sé por qué me vino a la mente lo que dicho autor alemán escribiera en su obra “Aurora, Reflexiones sobre los prejuicios morales”, casi a fines del siglo XIX: “¡Nada es más propiamente vuestro que vuestros sueños!
¿Fue realidad o simplemente un sueño, uno más de un convencido soñador, lo que hoy he compartido? Me sumerjo en las dudas y en ellas continúo, ávido de encontrar a la Esperanza, las respuestas, convencido, como decía mi admirado Bertolt Brecht: “Las convicciones son esperanzas”.
Tengo la convicción que esos seres, mujeres y hombres, hombres y mujeres, que regalan esperanza se encuentran en muchas esquinas, aunque para algunos sean seres invisibles, transparentes ante una inmensa mayoría, como los pobres que piden limosna o los que duermen bajo la luz de la luna en un duro banco de cualquier parque o sobre cartones en las aceras o debajo de un puente o en un cajero, ¡qué incongruencia!, de una entidad bancaria.
Quizá te hayas cruzado con esos seres que regalan esperanza, sentados en un muro o en un cajón sacado de un contenedor de basura o simplemente pases a su lado, y sin apenas percatarte, sintiendo que te colmas de eso que se llama ilusiones o expectativas de que casi todo es posible si así lo deseas.
También pensé que lo sucedido era un mensaje de esperanza sacado de mis sueños, para así afrontar lo que está sucediendo y que el mal sea solo pasajero, como pasajera es la propia vida, y queden atrás los lamentos y desgracias que hoy en día asolan a gran parte de este mundo, de esta Tierra que clama cuidados para ella y tolerancia para todos los que en ella ansían encontrar su sitio y llevar a cabo sus sueños y deseos de mejora. ¡Quizá se trate de eso, simplemente!
Juan Francisco Santana Domínguez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.
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