No vean en el título ningún prejuicio para historias pendientes de decisiones judiciales. Tendrá que ser la Justicia quien tenga la última palabra. Sin embargo, fiel a la entrada de este artículo, me gustaría analizar  el comportamiento humano y por ende el de la sociedad actual. Y cuando hoy hablo de sociedad me refiero a la opulenta, a la occidental, como se llama a sí misma; a la sociedad de los medios económicos, la de la educación y la formación; a la de los derechos y a la de las teóricas libertades.

En esta sociedad responsable y culta, según nuestros propios baremos, surgen individuos que desprecian todo, salvo sus propios instintos. Sujetos despreciables que pasan a cuchillo a su hija de dos años para vengarse de su mujer; senderistas capaces de acosar gratuitamente a un inocente jabato en los Picos de Europa hasta hacerlo despeñarse por un barranco sólo para divertirse, o borrachos que acosan y violan en grupo a una joven para culminar una jornada festiva. Capítulo aparte merecen los asesinos de mujeres en presencia de sus propios hijos. Toda esta gente, toda esta manada, es la muestra de que la Humanidad está todavía evolucionando. Que lo haga para mejor o para peor, dependerá de nuestra actitud frente a esos miserables.

Sí alguien ríe las gracias a  los niños que acosan a sus compañeros de clase, si muchos torturan a los animales y les matan por placer, si hay gentes que excusan a los bárbaros porque su víctima sigue viviendo después de intentarle joder la vida, si hay quien todavía se cree aquello de “la mate porque era mía”, si algunas mujeres imaginan que cambiaran a su pareja, demasiado celosa y exageradamente posesiva, después del matrimonio; si hay pájaros espinos que se escudan tras su sotana para pervertir y abusar de críos; si aguantamos que se nos insulte por ser diferentes… Si seguimos consintiendo todo esto, nuestro destino está sellado: volveremos a las cavernas. Seremos de nuevo una manada irracional, perversa y neuronalmente escasa. Seremos como ellos.