En aquel momento no sabía que aquel avión iba a marcar tanto mi vida, iba a remover los cimientos de todo aquello que había construido durante años: mi seguridad, mi conciencia, mi pensamiento, mi comodidad, mi personalidad…

A lo largo de los cerca de cuatro años que he pasado lejos de todo lo que durante 25 años fue mi hogar, he tenido tiempo de conocer personas diferentes que han cambiado completamente mi concepto de vivir, he vivido experiencias que me han hecho plantearme mi forma de ser, he visto lugares que me han inspirado para crecer.

Ni siquiera puedo decir que haya viajado muy lejos, ni que la cultura o la forma de vida de estos lugares fuera tan diferente, en el fondo, de lo que tenía anteriormente. Tampoco las personas que he conocido provenían necesariamente de lugares lejanos, muchos de ellos de hecho tenían raíces muy parecidas a las mías.

Lo que si puedo decir es que todo ello ha despertado en mi un sentimiento de libertad que jamás había experimentado, la sensación de mirarlo todo desde fuera, a la vez que buceaba muy dentro de mi mismo.

He podido escuchar mucho más de lo que jamás había escuchado, sin dejar por ello de hablar, he mirado mucho a los ojos y he preguntado sin parar. Todo ello me ha llevado a informarme por mi mismo y a querer saber mucho más de muchas cosas, a vivir con menos miedo y más anhelos, a asentar ideas y conceptos,  y, después de darles mil vueltas, incorporarlos luego a mi día a día en forma de principios o certezas.

El salir de mi país supuso para mi el dejar de chocar siempre con un techo al subir una escalera de mano, el darme cuenta de que no estamos tan limitados, de que incluso aunque nos lo pongan difícil aún podemos llegar mucho más lejos, de que nunca hemos de dejar que nadie nos diga que esto o aquello no se puede conseguir, que fracasarás, que se te acaba el tiempo, que es mejor no mirar arriba, porque puedes caerte.

Todo ello supone un gran esfuerzo, no es nada fácil superar el miedo que da no ver el escalón que dejaste abajo, ir separándote poco a poco de tus raíces, de todo aquello que fueron en otro tiempo tu cuerda, tu mosquetón y tu arnés. Te das cuenta de que incluso tiendes a rechazar todo aquello que dejaste atrás, a criticar el mundo que ahora ves desde fuera, a culparles de los límites que no quisieron dejarte superar tan sólo para protegerte.

Supongo que es un proceso normal en la mente humana. Tienes que quemarlo todo y reducirlo a cenizas para poder volver a construir los nuevos cimientos de tu pensamiento, que ahora, sin límites, erige ansioso nuevas metas.

Supongo que involuntariamente piensas que hay que dejar espacio,  y que allí no caben dos mundos. Ya no aprecias que la base de la escalera mantiene en pie la estructura.

Poco a poco, con el tiempo, te das cuenta de que, al mirar atrás, entre la niebla que tu propia inseguridad creó, se empieza a vislumbrar la base de esa escalera, esos primeros peldaños que te conocen mejor que nadie porque los subiste y bajaste muchas veces antes de iniciar la verdadera escalada. Tal vez en un principio no supieron animarte a continuar, por miedo a que cayeras,  pero ahora soportan recios el peso de tu ascensión diaria, te miran desde abajo y te dan seguridad, como si dijeran: “tú sube, que nosotros sujetamos…. siempre sujetamos”.

Supongo que todos estamos en el camino de nuestra propia escalera, y a la vez en la base de las de aquellos a los que amas. La longitud de cada una depende de la visión que cada persona le de a su propia existencia, de los retos que supera, y de las metas que se imponga.

A lo largo de tu ascensión también vas conociendo a otras personas que fortalecen el soporte de tu escalera y que incluso le añaden peldaños con su pensamiento y su visión de la vida.

Incluso a veces, sólo si eres muy afortunado, te encuentras con una persona que te acompaña siempre en la ascensión, y que evita, con su forma de ser y su sonrisa diaria, que caigas, a la vez que te anima cada día a seguir mirando hacia arriba y a crear nuevos peldaños, disipando la niebla que se ve en la cima.

Supongo que al final de la escalera estás tú mismo, y que, cuando llegues arriba, tu propio yo te mirará los ojos, y con una sonrisa satisfecha te dirá: “ahora descansa amigo, te lo has ganado”.

Así que supongo que sólo puedo decir que mantengas la cabeza alta, subas sin miedo y que tengas mucha suerte en tu ascensión diaria.