Estos días, España ha sido el escenario del culto a la muerte. La necesaria exhumación de los restos del dictador, devuelve un poco, queda mucho por hacer, a la normalidad democrática de aquella guerra incivil. Era ineludiblemente obligatorio devolver la dignidad a todos cuantos compartían su lugar de reposo con su matador y a los que siguen aguardando en las cunetas. Ya está hecho y se acabó, que descanse en paz quien no supo darla ni a su pueblo ni a los muertos.

Sin embargo, todavía hay muchos interesados en marear la perdiz, como Francisco Mahuenda o Eduardo Inda, que andan predicando que si la familia del dictador ha metido un gol al gobierno, que si la bandera, que si las cinco rosas… Por otro lado, los políticos opositores critican a diestro y siniestro el acto, que si honores de estado, que si el banderín que cubría el ataúd… Todos y cada uno de los comentarios son brindis a la galería como campaña de las próximas elecciones, o como opiniones personales.

Lo que vi yo, lo que vimos todos, fue un desolado Valle  con media docena de coches con los familiares del exhumado, tratando de no pasar del todo desapercibidos. Hicieron lo que se esperaba que hicieran, grititos de ¡profanación!, posturitas y ¡al fin!, declamar por la democracia, ¡cómo ha cambiado esta familia! Nada, como dice Mahuenda, de la simbología de las cinco rosas del Cara al sol, todos sabemos que el ideario joseatoniano no era el de Franco y le importaban las cinco rosas, lo mismo que los dirigentes falangistas que se quitó de en medio. Tampoco la bandera del águila de San Juan, él empezó su golpe de estado con la bandera republicana, la cambió por la monárquica y al final escogió la que le vino en gana. Los símbolos para Franco, eran, como las lealtades, papel mojado. Él iba a lo suyo. Por eso los fantasmas vivos le importaban menos que nada, por muchos vivas que hoy le den. Y los fantasmas de los muertos, desgraciadamente, no pueden torturarle como se merecería. Tampoco le queda la familia, me han contado una anécdota que todavía tengo que comprobar su veracidad, pero que la expongo porque tiene su gracia.

Al parecer, cuando los familiares se agolparon en la cripta de Mingorrubio, alguien, me dicen que una voz femenina, lanzó un lastimero: ¡Ay!, ¡Si pudiéramos quedarnos para velarte por siempre abuelo! Cuando fueron a salir del panteón, la policía había cerrado la entrada porque sospechaba que se había grabado la inhumación. Cuando los Franco trataron de abrir la puerta y no pudieron, una voz, esta vez masculina, gritó: ¡Coño abuelo, que todo te lo tomas en serio! El resto ya lo conocen.

Lo que sí sé, aprovechando estas fiestas de apariciones y de difuntos, es que por los alrededores del Valle se escuchan estas noches suspiros de almas en pena, algunos aseguran haber visto a un teniente coronel, otros a un benedictino; los más, a gentes con banderas preconstitucionales, no se asunten, son fantasmas del pasado.