Pero al poco, aparecieron las sombras de tanto entusiasmo y la ciencia se dio cuenta de que, siendo geniales las observaciones de Mendel, como ciertamente lo fueron, había comportamientos hereditarios que no acatan sus leyes. Una visión más ponderada se encontró que también la fortuna se había aliado con él, puesto que el material manipulado por el monje agustino, el guisante, exhibe rasgos escuetos y sencillos de observar, como el color y la rugosidad.
Fue a comienzos del pasado siglo que se inicia el estudio de la célula (unidad microscópica que agrupadas en tejidos forman los organismos vivos), que en su interior encierra una estructura diferenciada, el núcleo, formado, a su vez, por una macromolécula formada por cierta sustancia química, el célebre ácido desoxirribonucléico o ADN, dispuesta en forma de bastoncillos, los cromosomas, descubiertos en 1842 por von Nageli.
Este hallazgo fue otro nuevo hito en el camino hacia el dominio de la herencia, hacia la conquista del mundo feliz de Huxley. Pero habrían de pasar muchos años para que esta esperanza lograra nuevos impulsos. Así, Morgan, en 1910, descubre que los cromosomas son los portadores de los genes encargados de trasmitir el que, se supone, es el código genético de los progenitores. Más adelante, en 1966 el español Severo Ochoa logra la síntesis del ácido ribonucleico.
Tras diez años de arduos trabajos, se descifra todo el material genético contenido en las células de un organismo, el genoma humano, considerado el auténtico libro de la vida y en cuya interpretación se deposita la esperanza en un mundo sin enfermedades
A partir de aquí se suceden hallazgos en cascada: se fabrica la primera molécula artificial, se logra la primera clonación de bacterias, se establece la primera secuenciación del ADN, como pasos previos a la producción de proteínas humanas en bacterias. En 1981, se hace el primer diagnóstico prenatal y en 1982 se crean los primeros organismos transgénicos (organismos vivos creados artificialmente mediante manipulación de sus genes). Todo ello da paso al establecimiento de la llamada ingeniería genética, consistente en manipulación de segmentos de ADN de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal e incluso humano) para introducirlos en el material hereditario de otro. Ejemplo de ello es el maíz transgénico que se cultiva en España y que lleva genes de bacteria que le permiten producir una sustancia insecticida.
Toda esta serie de hallazgos culminan el día 26 de junio de 2000, fecha cumbre en la historia de la genética, ya que, tras diez años de arduos trabajos, se descifra todo el material genético contenido en las células de un organismo, el genoma humano, considerado el auténtico libro de la vida y en cuya interpretación se deposita la esperanza de un mundo sin enfermedades.
Al mismo tiempo, estas conquistas de la genética preceden el advenimiento de lo que actualmente se entiende por manipulación genética, que no es otra cosa que el empleo de técnicas dirigidas a modificar el caudal hereditario de alguna especie, con fines variables, desde la superación de enfermedades de origen genético (terapia genética) a la meramente experimental (conseguir un individuo con características no existentes hasta ese momento).
Con estos fantásticos hechos, en nada puede extrañar que el orgullo científico se disparara y que se considerase inminente el gobierno de un mundo libre de taras, pesares e incertidumbres, porque el estudio del material genético permitiría toda una serie de maniobras: desde el reconocimiento de una malformación cromosómica hasta su remiendo o sustitución por otro capaz. Toda una serie de malabarismos que habrían de traer inevitablemente la supresión de muchas enfermedades ante las que hoy estamos indefensos. Y, aún sin tener en cuenta las objeciones morales que todas estas perspectivas plantean (relativas al derecho de privacidad, a la inseguridad, a la ausencia igualdad de oportunidades, al derecho a la contratación de seguros, etc.), muchas son las actividades, aparte de la medicina, que esperan disfrutar del beneficio de los logros conseguidos. Tal es caso de la producción agrícola (con nuevos productos transgénicos) o la lucha contra la delincuencia, entre otros.
A diferencia de lo creído en un principio, los genes no transportan órdenes inmutables, sino que el ambiente podía propiciar cambios que impidieran el ejercicio adecuado de su función
Paralelamente a los hallazgos mencionados, tenían lugar otros que ensombrecían las esperanzas. Y es que, básicamente, la genética fundamentaba su solidez en la creencia de que los cromosomas y genes eran piezas fijas a la espera de su observación y manipulación posterior, creencia que pronto se demostró inexacta. El ambiente, las condiciones externas y muchas otras causas, aún desconocidas, podían activar unos genes, desactivar otros, y modificar la función. A diferencia de lo creído en un principio, los genes no transportan órdenes inmutables, sino que el ambiente podía propiciar cambios que impidieran el ejercicio adecuado de su función. Pero es que la acción ambiental introduce tal número de variables que complican extraordinariamente lo que antes prometía ser una simple tarea mecánica. Tanto es así, que se hubo de implantar un nuevo término, Epigenética, para denominar la parte de la genética que estudia la acción de las condiciones externas sobre la activación o desactivación de los genes.
{salto de pagina}
La imposibilidad de desentenderse del influjo del ambiente vertió un jarro de agua fría sobre el entusiasmo inicial, porque la aceptación de que las condiciones externas al gen pueden perturbar la función del material genético, supone la introducción de incontable número de factores a tener en cuenta. Cualquier manipulación genética en el terreno médico se complica extraordinariamente habida cuenta de que el número de variables en juego es prácticamente infinito
Pero, supongamos que la manipulación genética alcanza los objetivos previstos. ¿Acaban aquí las dificultades? En modo alguno. En la última década, unos investigadores perfeccionaron una técnica que permite reconducir quirúrgicamente la inervación procedente de unos centros cerebrales a otros, por lo que el animal de experimentación, en este caso un roedor, puede recibir en su centro auditivo un tren de impulsos nerviosos procedentes de la corteza visual, lo que determina que una zona cerebral que estaba genéticamente preparada para ser sensible a los estímulos auditivos pase a ser capaz de captar y de organizar percepciones visuales. Es en atención a estos hechos, que complican aún más las cosas, que se ha introducido el término de neuroplasticidad para designar la disciplina que se ocupe del estudio de las influencias del medio ambiente sobre la estructura del tejido cerebral, considerando al cerebro cada vez más como un órgano dinámico, abierto y capaz de recibir, registrar y conservar los efectos del entorno. Con lo cual ya podemos admitir la posibilidad de que factores externos pueden alterar aquello que una acertada manipulación genética hubiera logrado.
Todo lo hasta aquí mencionado hace referencia solo a una parte del problema. Pero hay otra más. La medicina trabaja con entidades nosológicas que cree tener firmemente establecidas, muchas veces por el hecho de haberlas bautizado con un nombre. Pero un análisis ponderado arroja pronto dudas sobre la certeza inicial. Porque, si cuando, por ejemplo, hablamos de esquizofrenia no estamos seguros ni siquiera del fenómeno a que nos referimos, ¿cómo podremos encontrar una solución genética a algo cuya existencia ignoramos? Ha debido ser el entusiasmo de la fiesta que ha impulsado a algún atrevido a vaticinar que los avances de la genética permitirán resolver determinados padecimientos (algún tipo de dependencia, depresión, esquizofrenia, psicosis maníaco-depresiva, diabetes, etc.), sin caer en la cuenta que las mencionadas entidades, siempre inespecíficas, son extremadamente variables en su manifestación y curso, desconocidas en su etiología y extraordinariamente unidas a tal cúmulo de factores ambientales, que hay que infantilizar mucho el proceso mental para creer que una simple corrección en el palillo de un cromosoma resuelva lo que toda una existencia ha venido gestando.
Es evidente que los avances en genética abren para el progreso de la humanidad un horizonte de expectativas inimaginables hace escasas fechas
La moda del conocimiento estadístico es otro de los vicios de la experimentación médica. También, la simplicidad de muchos de sus planteamientos tendentes a la sustitución del conjunto de factores presentes en una observación por uno de ellos, de forma que operando con él sufren la ilusión de poder modificar el conjunto a su antojo. Ejemplo de ello es el estrés, cuadro muy complejo en el que interviene no solamente la presión de las condiciones ambientales actuales sino otros que parecen no estar presentes, como la biografía, la personalidad, la educación, etc. Tal es así que, en la experimentación, todo ese complejo conjunto queda simplificado en un preparado, el cortisol, supuestamente presente en la mayoría de los estados de estrés, y cuya administración pretende reproducirlos fielmente.
Un antecedente de todo este proceder lo hallamos en la célebre máquina de la verdad, inexplicablemente vigente en la actualidad. En su fundamento está la misma ingenuidad: un concepto tan abstruso como es el de la verdad ha quedado sustituido por las oscilaciones de la presión y ritmo cardíaco. En ello, como en casi todo, la experimentación médica no obra sino apropiándose de los enormes avances de la física, en la ingenua convicción de que, como los ingenieros, también los médicos pueden utilizar los medios técnicos con la misma sencillez, ignorando que aquéllos se ocupan de tareas que, pese a su espectacularidad e ingenio, contienen un número asequible de variables. El ingeniero despliega su acción en proyectos concretos, se apoya sobre bases más o menos fijas y buscando un función determinada, como sería la construcción de un puente; sin embargo, el campo médico es siempre la persona: un cúmulo de factores en interacción e interdependencia, que limitan sus posibilidades de éxito a intervenciones particulares como sería la reposición del cristalino, la implantación de una válvula cardíaca, etc., lo que en modo alguno desmerece el extraordinario avance experimentado por la ciencia médica.
Con lo referente a la genética ocurre como ha ocurrido siempre que se comunica un avance en medicina. Tan alta es la necesidad de esperar un milagro que se está dispuesto a dar por buena cualquier noticia que camine en la dirección de calmar la angustia de la vida. Con razón se dice que la fe retirada de la religión halla en la medicina un destino sustitutivo.
En síntesis, y enlazando con el título del artículo, es evidente que los avances en genética abren para el progreso de la humanidad un horizonte de expectativas inimaginables hace escasas fechas. También parece atinado pensar que los éxitos que de su empleo se deriven estarán en dependencia inversa al número de variables que trate de atender. En medicina, donde el número de variables es incuantificable, las posibilidades de logros fantásticos son ciertamente escasas. De todas formas, no obraré como mi profesor de física que, tratando de la gravedad, la aceleración y la velocidad, afirmó que sería imposible llegar a la luna, justo cuando apenas doce años más tarde, creí advertir en la sonrisa del astronauta americano, además de la plenitud por el éxito, una cierta sorna para quien fuera mi amable profesor.
Onsimo Fernández Rubio. Médico Psiquiatra