Con este planteamiento filosófico, el genial Alejandro Casona ponía las tintas en su obra teatral “La barca sin pescador”, cuyo argumento seguro que todos ustedes conocen, pero que voy a resumir para dar empaque al artículo.
El protagonista se arruina con la Bolsa y el diablo le tienta proponiéndole que la fortuna le será devuelta y con creces, si vende su alma. Sin embargo, con esta acción, condenará a muerte a un desconocido. Ricardo firma el documento y en aquel instante una ráfaga de “viento negro” despeña a un ignoto pescador por el acantilado. Para no cansarles, les diré que la obra termina bien y que les recomiendo su lectura.
Hay otras representaciones artísticas y literarias basadas en la pregunta filosófica y moral de Rousseau. Hacer daño a distancia, sin ensuciarnos las manos, y sin remordimientos, simplemente para alcanzar beneficios, es un tema tan actual que asustaría al genial e ilustrado autor del Contrato social, donde expone: “El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado” y yo añadiría: encadenado, sobre todo, a sus propias debilidades.
Por todo lo expuesto voy a hacerles otra pregunta filosófica y moral: Si supiésemos que en un nada remoto continente, pongamos África, miles de niños mueren cada día de hambre y lo vemos y escuchamos diariamente en los medios y tenemos el poder, la fortuna, o la influencia política, religiosa o institucional, para evitar con algún gesto o con una firma, alguna de esas muertes… ¿QUIÉN DE NOSOTROS NO APRETARÍA EL BOTÓN?
Pues bien, aunque parezca mentira; aunque se pudran toneladas de alimentos cada día en el mundo; aunque en los almacenes de las multinacionales farmacéuticas les caduquen los medicamentos; aunque repitamos que no se venderán armas a facciones o gobiernos que atenten contra su pueblo; aunque la FAO se desgañite… Nadie aprieta el botón.
Cerca de mil millones de seres humanos pasan hambre y mientras escribo este artículo han muerto mil niños en África – diez mil diarios – .Somalia está torturada y los israelíes pretenden destruir unas placas solares, que dan luz y vida a 300 personas en una aldea palestina, porque se montaron sin los permisos pertinentes… permisos que nunca les hubiesen dado. Eso sí que son crisis y no que pensemos en lo que harán con sus indemnizaciones los directivos de las Cajas de tan infausto recuerdo por su aborrecible gestión.
No, no se arregla la cosa con los veinte euros de cada uno, que hay que depositar en las arcas de los bancos bajo sospecha y de dudoso destino. Se trata de que los gobiernos cumplan sus compromisos con los Objetivos del Milenio, ¿qué ha sido de ellos?, nos preguntábamos hace ya meses.
Desde estas líneas pido que se empiecen a apretar botones para salvar del hambre y de la desesperación a tantos y tantos seres humanos; sobre todo a los niños, inocentes víctimas de sociedades de mucha bolsa y poca entraña. Pensemos que el día de mañana a los supervivientes de los campos de refugiados, a esos niños que hoy lloran de hambre, alguien les puede pedir que aprieten el botón… y no va a ser el diablo, o tal vez sí.
El averno también necesita directivos y poderosos sin escrúpulos y muchos de ellos ya firmaron en su día.
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