Para ello se utilizaron 2.000 cubiertas (donadas por la Cámara de Neumáticos), 5.000 botellas de vidrio, 2.000 metros cuadrados de cartón y 8.000 latas de aluminio (materiales que en buena parte fueron reunidos por residentes en la zona). En este caso, como no se trata estrictamente de un edificio de bioconstrucción, también se recurrió a materiales tradicionales, como maderas y vidrios (que son dobles, con una cámara de aire y gas inerte), más los paneles solares, tanques que almacenarán el agua de lluvia y molinos de viento.
Con la intención de exhibir esos materiales empleados se creó “la ventana de la verdad”; al abrirla se advierten gomas, latas y botellas (es un rectángulo de pared que no fue revocado). A los costados de las dos puertas de la entrada aparecen como iconos con reminiscencias del arte de Gaudí unos “troncos” de árboles que -en realidad- están conformados por una fina columna interior de hormigón, maderas y latas de bebidas, todo revestido con cemento pintado en tonos pardos.
En la obra, que comenzó el 1° de febrero, trabajaron unas 200 personas, entre voluntarios, becados y estudiantes procedentes de varios continentes que pagaron una membresía para acceder a la academia montada en el predio y aprender la técnica constructiva junto a los técnicos de Earthship Biotecture, empresa creada por el arquitecto estadounidense Michael Reynolds, y a través de la cual desde hace 45 años se dedica a la construcción de viviendas autosustentables; sus edificaciones están diseñadas para generar energía eléctrica, calefacción, agua corriente y alimentos orgánicos.
Reynolds, quien estuvo en Uruguay durante todo el mes de febrero hasta que se terminó con los trabajos para montar la estructura de la escuela, ya tiene realizadas en Sudamérica tres obras y durante años experimentó con diferentes materiales hasta encontrar un sistema constructivo basado en desechos, como llantas de vehículos, botellas de vidrio o de plástico y latas de aluminio de bebidas… Agrupando a estas últimas con alambres, patentó un ladrillo; también escribió tres libros con los conceptos, planos y formas de construir sus “naves terrestres”.
Sistemas de soporte
El edificio escolar implicó la aplicación de cinco principios además del uso de materiales “basura”: la recolección de agua de lluvia, el sistema solar, el reciclado de aguas grises (las que se usan en piletas de baño y no contienen materiales orgánicos sino químicos como detergentes), el reciclado de aguas negras (las que contienen materiales orgánicos, por ejemplo de los baños), y la producción de alimentos en una huerta diseñada dentro de la construcción, en el corredor que en los hechos es un invernadero y se sitúa entre la fachada y el ingreso a los tres salones de clase y los baños. La condición sustentable de la edificación se explica precisamente porque en ella se genera energía eléctrica, calefacción y agua corriente.
La temperatura del edificio oscilará entre los 18° y los 25° sin necesidad de recurrir a equipos de aire acondicionado y en el cuarto de electricidad se observa un tablero general que organiza y distribuye la energía que está en los paneles (que cargan unos con radiación solar y otros con luz solar); también están las baterías, conversores de corriente y protectores para rayos. Este hito cerrará un proceso de unos cuatro años desde que un grupo de personas, nucleadas en la organización sin fines de lucro Tagma (término que surge del griego y significa “algo que se une de manera ordenada para formar una unidad”) llevó adelante el proyecto.
El terreno en que se encuentra la escuela lo donó la Intendencia (Ayuntamiento) del departamento de Canelones y el proyecto fue declarado de interés nacional por el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (Mvotma) y el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), mientras que la construcción contó con el auspicio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República (Udelar).
Niños, padres y vecinos participaron del proceso previo de la obra, ayudando a recolectar los materiales. El ahorro de materiales tradicionales, sustituidos en un 60% por desechos, disminuye los costos de construcción. “Impulsamos el proyecto con la convicción de que el trabajo en equipo de diversos actores de la sociedad, en la persecución de un fin común a través del compromiso con la educación y la resignificación de la relación entre el hombre y el ambiente, posibilitará la concreción de una forma de vida más sustentable para todos”.
De esta forma la gente de Tagma ha querido conformar un espacio de encuentro vinculando a una organización como Earthship Biotecture, que aporta el método constructivo, con el sector público (organismos del Estado), el sector privado (financiación e involucramiento de importantes empresas) y la sociedad civil (comunidades, proyectos, sector académico)… “De esto trata una escuela sustentable, de innovar desde los cimientos”, dicen.
“Los niños son los mejores agentes de cambio y la mejor manera de sembrarlo, porque en definitiva es un cambio de mentalidad que hay que ir sembrando en la población; lo que van a vivir esos niños en esa escuela que reutiliza el agua, tiene una huerta orgánica… es una forma de aprender sobre la sustentabilidad, viviéndola”.
En lo que resta de marzo, Tagma, Earthship y distintas organizaciones trabajarán en la finalización de la obra, la huerta, paisajismo y demás.
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