Me gustaría exponer una situación que quizás pueda guardar cierta similitud con los acontecimientos económicos que estamos viviendo.

Imaginemos una universidad cualquiera, en la que con el paso de algunos años los alumnos empezasen a notar que el esfuerzo por superar las pruebas de las distintas asignaturas, y finalmente de la titulación, se vuelve cada vez menos exigente. Seguramente pensarán que algo extraño está sucediendo, pero los aprobados se confirman y al final también acaban contando con la ansiada titulación que les da acceso al futuro que siempre aspiraron. ¿Pensarán que no deben aceptar esa situación porque les priva del esfuerzo necesario y quizás de algún conocimiento importante, ó pensarán que ellos están cumpliendo debidamente con dar respuesta a las exigencias que el sistema les demanda en cada momento?

En cualquier caso, dada la situación, no sólo acaban la carrera a la que siempre aspiraron, sino que animados por la situación, aspiran a nuevas titulaciones que inicialmente no habían considerado tener. A fin de cuentas, más titulaciones seguro que implican una mejor calidad de vida futura.

Sin embargo, al cabo de los años, no se sabe muy bien por qué, esa universidad se ve en el ojo del huracán respecto a sus titulaciones y todo el mundo afirma de repente que las mismas no tienen apenas ningún valor. Para remediar ese estado de cosas, grandes instituciones exigen al Rector de la universidad que obligue a todos los alumnos a paralizar la actividad laboral que estén desarrollando en base a las titulaciones obtenidas, y que empiecen de nuevo con una parte importante de sus estudios desde el principio, con la amenaza de que en caso contrario se verán desposeídos de sus diplomas.

Los distintos catedráticos de las diversas facultades, primeros y principales culpables de la situación al haber concedido alegremente titulaciones sin valorar los riesgos que se asumían, no sólo no entonan ningún mea culpa, sino que son los primeros en presionar y exigir del Rector una actitud dura, contundente e inmediata al respecto, para restaurar la confianza en la universidad y de paso garantizar su situación.

Finalmente, toda una generación de personas se ve desposeída de sus trabajos por la laxitud del sistema educativo, con el agravante añadido de ser señalados como los culpables de haber vivido por encima de sus posibilidades.

Pues perdónenme, pero algo parecido ha ocurrido con el sistema financiero internacional y sus bancos. Han promovido el crédito de forma muy poco rigurosa durante años, al olor de grandes beneficios cifrados en miles de millones de Euros (cifras realmente astronómicas), y ahora que ha estallado el sistema porque resulta insostenible, son los primeros que presionan a los estados (el Rector) para que tome medidas contundentes de austeridad basadas en el sacrificio de los ciudadanos, con la finalidad de que esto les permitan recobrar el crédito para su día a día, en el mercado internacional de deuda. Su argumento es claro: mientras el mercado estime que un estado tiene problemas con sus cuentas, le castigará con primas elevadas a su deuda y colateralmente a sus bancos también, y eso hay que evitarlo a toda costa.

Quizás olviden decir que, como en el caso de España, la deuda del estado no era tan elevada, era incluso baja respecto a la zona euro, pero al sumarle la deuda privada (en la que la partida correspondiente a la de los bancos es la más importante) es cuando se convierte en una deuda agregada realmente elevada.

Es decir, tiro la piedra y escondo la mano, y de paso que la pague el de enfrente.