Algunos pueblos de este vasto planeta tienen la ancestral costumbre de tatuar sus cuerpos con dibujos rituales, lúdicos o identificativos. Muchos de ellos de fuerte simbología social o religiosa y además de belleza artística notable. Unos de los más antiguos e impactantes son los maoríes y sus significados se pierden en la noche de los tiempos y en las aguas de la Polinesia. Las serpientes y monstruos marinos que reptan y reptaron en brazos y piernas y las tortugas y lagartos acomodados en pectorales, omoplatos o nalgas representan aspectos de la vida del tatuado. Tiburones, delfines, flores, lunas y soles, son complementos habituales en los diseños de las tribus polinésicas y con ellos se definen caracteres y actitudes, pero sobre todo prestigio.
No les van a la zaga los africanos, en el antiguo Egipto era una práctica habitual, también en muchas tribus africanas. Tunecinos y marroquíes lo practican. Cabezas, espaldas, pies y manos se engalanan con filigranas dignas del mejor dibujo. Un distintivo de la etnia bereber, sobre todo en las mujeres, son los tatuajes en manos, mentón y frente preferentemente. Las madres diseñan en ocasiones las grafías para sus hijas para protegerlas contra el “mal de ojo” y para curar enfermedades. Y a pesar de que el Corán prohíbe expresamente el tatuaje, las bereberes han encontrado el contraargumento apropiado en Fátima, hija del Profeta.
En otras partes del globo la costumbre de tatuarse no era una práctica común, salvo en excepciones bastante concretas: marineros, piratas, soldados de fortuna, batallones de choque, presidiarios, artistas y un largo etcétera de minorías. No obstante, las mujeres quedaban, generalmente, al margen de tales prácticas. El cuerpo femenino restaba impoluto de grafitis dérmicos, salvo para estigmatizarlas, como la rosa del adulterio y la prostitución.
La nueva moda del tattoo no hace distinciones, hombres o mujeres cubren sus cutículas con los más variados dibujos. Tatuajes egipcios, aztecas, hebreos, chinos japoneses o árabes, hacen las delicias de los usuarios y por vez primera en la historia de la humanidad no se limitan a minorías étnicas, sociales o tribales; hoy, puede llevar el cuerpo tatuado desde el marinero de la canción de Rafael de León al deportista de élite y a la cantante más cotizada.
Pero este verano, viendo en las playas hermosas vestales con impactantes tatuajes en sus esbeltos cuerpos he tenido una extraña reflexión y me he preguntado: ¿Qué ocurrirá cuando cumplan ochenta años? ¿Qué impresión causará sobre sus dermis, gloriosamente arrugadas por el paso de los años y de las experiencias, un dragón japonés o un dios azteca sediento de sangre? La literatura está llena de viejos marinos con corazones atravesados en sus tatuados pechos o de antiguos pistoleros con el nombre de su primer amor y eso tiene bastante de poético. Pero, una simpática y arrugada abuelita de Valladolid luciendo por todo su cuerpo delfines y pájaros tropicales de lejanas islas polinésicas… quizá sea un poco chocante o quizá lleguen a acostumbrarse sus nietos.
En uno de mis relatos históricos sobre los Bernadotte, reyes fundadores de la actual dinastía sueca, cuento que Jean Baptiste Benadotte, ex mariscal de Napoleón y antiguo revolucionario, cuando falleció en Estocolmo, sus ayudantes de cámara descubrieron en su piel un curioso tatuaje que rezaba: “Muerte a los reyes”. Así es la vida, lo que grabamos a fuego o a tinta sobre la piel, puede ser una contradicción para el porvenir.
Pero no me hagan caso, cada uno y cada una, marcan su piel con lo que consideran más oportuno o más bello. Tal vez la viejecita del cuento les diga a sus compañeras de residencia: ¡Qué me quiten lo “tattooau”!
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