1426680354_220858_1426706649_sumario_fotogramaSi la pretensión del autodenominado “Estado Islámico” y la de sus intolerantes seguidores es desesperar a una sociedad como la tunecina que camina a la democracia, con mayoría musulmana y orgullosa del Islam como cultura, el hecho nos parece más aberrante todavía.

Algunos dirán, ya sucedió en otros atentados recientes, que Occidente solo se queja cuando las víctimas son occidentales, o aquello de que las bombas de los países desarrollados matan mucho más que los atentados de los yihadistas. No vamos a defender desde aquí ni la guerra ni el ojo por ojo, pero sí aborrecer a quienes matan a gentes inocentes, hundiendo en la ignominia a su devoción y a sus pueblos en la miseria moral y económica. Porque la primera consecuencia que traerá a Túnez el atentado a los turistas, será una drástica reducción de las visitas al país con la consiguiente merma de ingresos. Los yihadistas tunecinos han atentado contra ciudadanos extranjeros, contra su pueblo y contra ellos mismos.

Sin embargo, hay muchos culpables y hay que buscar en el fondo de todo esto a los verdaderos instigadores y beneficiarios de  esta situación. Yo me pregunto: ¿Qué hemos hecho con la sociedad actual para que miles de jóvenes, musulmanes de nacimiento, de convicción o de oportunidad, vean como salida regímenes autoritarios, intolerantes y fanáticos? ¿Quiénes les soportan económicamente? ¿Quién les vende las armas? ¿Quién impone con la apariencia de justicia esos pensamientos ortodoxos vedando la libertad de expresión, de culto y de opinión?

El otro día firmé una petición para que el ministro de Economía alemán en su prevista visita a Arabia Saudí, se interesara por Raif Badawi, un bloguero que  escribía sobre cuestiones sociales, religión y política, en un país que presume de ser amigo y aliado de occidente y colaborador de los magnates, mangantes financieros, incluso reyes occidentales. De fortunas siderales que dedican a ampliar negocios y capitales. El castigo para Raif ha sido digno de la Edad Media: diez años de prisión y mil latigazos. En su benevolencia, las autoridades saudíes, solo le suministran 50 latigazos a la semana hasta que lleguen a los mil. Su crimen, según sus jueces, fue insultar al Islam.

Cuando, el vicecanciller alemán aterrizó en Arabia Saudí, pidió públicamente la liberación de Raif, avalado por 1,3 millones de firmas de todo el mundo, antes de reunirse con el rey Salman. Pero es difícil comprender que se sigan manteniendo acuerdos y carantoñas con un gobierno irrespetuoso con los Derechos Humanos. Sí esta tropelía la realiza un país sin gas natural, sin petróleo, sin recursos y sin dinero, les estaríamos poniendo verdes, y no quiero hacer ninguna analogía con la bandera saudí, pero al tratarse de países ricos no se les exige un mínimo de estética democrática.

Por eso difiero de los que piensan que el terrorismo islámico es la forma que tienen los pobres extremistas musulmanes para contrarrestar las judiadas, nunca mejor dicho, que les hace occidente. Pero tampoco estoy de acuerdo con aquellos que piensan que el Islam es el nuevo enemigo y tenemos que salvarnos de una Guerra Santa, imponiendo por la fuerza nuestro modo de ver la vida; esto sería ponernos a la misma altura que los intolerantes.

Nos quejamos de que nuestra juventud se vuelva extremista en la defensa de unas creencias y unos ideales que les son ajenos. Y eso tiene que hacernos meditar. La pregunta se torna muy simple: ¿Qué hacemos para evitarlo? ¿Somos capaces inculcarles grandes ideales y ofrecerles convincentes oportunidades? ¿Tenemos patrones de conducta social y valores superiores a los que esgrimen los yihadistas? Yo creo que sí, pero no están entre la oferta del capitalismo.

El atentado de Túnez vuelve a ser terrorismo de consecuencias. Son las resultas de la falta de respuestas que hoy tiene occidente para con su juventud, es decir, con su futuro.