Uno de esos momentos sucedió un par de semanas antes del comienzo de las vacaciones de verano. Fue una tarde cuando, al terminar la comida, don Luis abrió su carpeta, extrajo las últimas cartas que habían llegado y fue nombrando uno por uno a los afortunados. Digo afortunados porque algún que otro sobre escondía en su seno esa estampita tan interesante que se llamaba duro, cinco pesetas nada menos.
Sonó mi nombre. Y lo mejor fue que no rompió mis ilusiones: una estampita de cinco pesetas se escondía en el pliego de la cuartilla en la que mi madre me contaba los últimos días. Por fin llegó el momento de la despedida. Fin de curo. Fueron abrazos incontables entre compañeros que, por primera vez en nuestra vida, habíamos compartido comidas, paseos y chucherías.
Luego llegaron los abrazos con hermanos, padres, amigos del pueblo, saludos vecinales y demás momentos en que recuperamos nuestra recordada vida tradicional. Mientras llegaba el sueño de cada noche comenzó el verano regando nuestros corazones de ilusiones, imágenes y recuerdos. Había sido el primer curso en que estudié una nueva asignatura cuyo nombre sólo me había sonado hasta entonces a diversión y fiesta: la música. De siempre tuve y sigo teniendo un oído enfrente del otro. Vaya que me costó sudores conseguir un aprobado que satisfizo mis deseos. ¡Un seis en Música!
Un seis que, por encima de su valor, llenó días después mi corazón de amor por algo que hasta entonces había despertado mi alegría y poco más. Llegó ese día inolvidable. Era julio, comienzo de la temporada de siega y trilla. La era mostraba su círculo perfecto de trigo recién segado. Espigas de trigo brillando entre la paja esperaban la labor de trilla. Dos mulos rebosantes de fuerza y vitalidad comenzaban a ponerse nerviosos previendo la labor de todos los años. ¿Tendrán memoria estos animales? Me pregunté.
Desde luego, lo parecía, sus miradas clavadas en el trillo se debatían entre el desagradable trabajo que esperaba en la era hasta separar el trigo de la paja gracias a su agotador trotar tirando del trillo tiempo y tiempo y la ilusión por ver terminada aquella tarea y poder disponer en breves días de una nueva cosecha devolviendo la plenitud a su despensa anual: el pajar.
Fue al comenzar la agotadora tarea, la trilla, cuando viví ese momento inolvidable del que les hablé más arriba. Comenzó la trilla. Mi padre deja adivinar en su rostro viejos momentos del corazón. Sentado a sus pies, en el trillo, vuela mi imaginación. De su garganta surge una vieja copla que, según me confesó al terminar, la oyó, muchos años atrás, en boca de su abuelo.
-Cante de trilla- dijo al comenzar:
A esta mulilla torda
le gusta el grano,
aligera y no comas
que viene el amo.
Que viene el amo, niña,
que viene el amo,
a esta mulilla torda
le gusta el grano.
Autor Manuel Cubero, miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional, Capítulo Reino de España
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