En el verano de 1789, zarpan del puerto de Cádiz (España) las fragatas Atrevida y Descubierta, mandadas por Alejandro Malaspina, en la expedición político-científica más importante de la Ilustración española, con los mejores astrónomos e hidrógrafos de la Marina hispana a bordo.
Alejandro Malaspina era un toscano que decidió seguir la carrera militar en la Real Armada de Su Majestad Católica Carlos III de España, donde los nobles nacidos en el ducado de Parma o en los reinos de Sicilia y Nápoles servían en virtud de una fidelidad caballeresca o feudal. Gracias a su investidura como Caballero de la Orden de Malta ingresó en la Armada española como guardiamarina en 1774.
Malaspina llegó a una España que recorría el camino de la Ilustración con paso firme pero con escollos peligrosos, donde los deseos de unos ilustrados con formación y motivación consciente, chocaban contra viejas instituciones como la Mesta, la Inquisición y los señoríos. Una España abocada a enfrentarse con sus contradicciones internas que el proceso revolucionario francés pondría de manifiesto poco tiempo después.
En Cádiz, una ciudad abierta al Atlántico, al comercio y a las ideas, le llegó a Malaspina la oportunidad de relacionarse con inquietos hombres de ciencia y completar su afán por el saber. Allí se vivía una época de esplendor y progreso que unía la monarquía española con América y las islas Filipinas. Fue en Cádiz donde conocería también a jóvenes marinos de espíritu ilustrado, como Dionisio Alcalá Galiano, con quien más tarde compartirá travesías y horizontes, y también donde se encontraba la Academia de Guardias Marinas donde un ministro de Felipe V había querido proporcionar a la Armada oficiales capaces de estar a la altura de los tiempos, solo que, poco después y más concretamente al final del reinado de Carlos III y sobre todo, en el de Carlos IV, los tiempos no estaban a la altura de esos grandes oficiales
EL PROYECTO
En 1782, siendo ya capitán de fragata, mandó la Asunción con la que viajó a Filipinas, regresando a España en 1784. Desde julio del 84 a septiembre del 86 estuvo inmerso en dos proyectos de preparación científica para completar sus estudios superiores, el Curso de Estudios Mayores y el Atlas Marítimo, completando una eficaz preparación en Astronomía Náutica, entre otras muchas materias, pasando a formar parte de una élite de marinos españoles que fueron sin duda la flor y nata de la Armada, lista que incluía los nombres de Espinosa, Belmonti, Canelas, Alcalá Galiano, Vernaci, todos ellos pasaron a formar parte, poco después, de la Expedición Malaspina.
A continuación realizó un viaje de circunnavegación alrededor del globo, que duró dos años, a bordo de la fragata Astuca que le convirtió en el decimotercer marino que conseguía dar la vuelta al mundo. Fue en el transcurso de este viaje cuando proyectó el que más tarde habría de efectuar con las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, expedición de objetivos científicos que le dieron renombre universal.
Las potencias europeas del siglo XVIII no luchaban en el Pacífico por la gloria nacional y el desarrollo científico. El trasfondo de las expediciones científicas era claramente político, así quedó demostrado con las llevadas a cabo por James Cook, Jean François Galaup, conde de La Pérouse, Louis Antoline de Bouganville….la frontera a batir era esa gran extensión desconocida de agua entre Asia y América con sus archipiélagos y la promesa de un continente todavía por descubrir, convirtiendo aquel océano en un inmenso laboratorio y una vasta escuela para Europa cuyos objetivos no eran ni mucho menos inocentes, digamos que el proyecto nació como una combinación de intereses. No es despreciable el factor de emulación a los franceses y, sobre todo, de los ingleses, los grandes rivales en todo el orbe y especialmente en el Mar del Sur, el antiguo “lago español”.
Es preciso recordar que los viajes de Cook pesaron mucho, pues habían lanzado a Gran Bretaña a unas cotas de prestigio inusitadas en una época en que la ciencia y los descubrimientos geográficos servían al doble propósito de engrandecer, real y simbólicamente, la fortaleza de una nación. Sin embargo, también hay que subrayar que España aún poseía el mayor dominio colonial del planeta; es decir, la Monarquía tenía sobrados motivos para fletar una expedición destinada a investigar e inventariar los recursos naturales y sociales de sus posesiones.
PREPARATIVOS PREVIOS, PROPÓSITOS Y CAMBIOS
La expedición Malaspina fue sin duda la expedición con más riqueza de medios de todas las financiadas por la corona española del siglo XVIII, de índole distinta a las del siglo pasado, en las que la mayoría de los grandes y costosos viajes estaban subvencionados por compañías comerciales, no fue ajena a la situación ya comentada. El viaje, además de contribuir a la gloria de la monarquía con investigaciones científicas y geográficas, tuvo un claro trasfondo político, como el propio Malaspina lo reconocía de forma tajante en el plan que presentó al Ministro de Marina y secretario de Indias Antonio Valdés. Alejandro Malaspina contó con el entusiasta apoyo de Valdés y Floridablanca,y con el beneplácito de muchos científicos notables y acreditados jefes de la Armada que avalaron su proyecto.
Malaspina consigue el permiso para acceder al Archivo de Indias y así explorar la memoria del continente americano con la incierta esperanza de volver de allí repleto de palabras y ciencia como otros lo están de oro. Consulta los relatos de Jean François Galaup, conde de La Pérouse, del matemático Jhon Wallis, de otro explorador como el Conde de Bouganville, James Cook, o los investigadores Spallanzani, Rangone, Pearson y a otras tantas personalidades ilustradas de la época a quienes pidió consejo y ayuda.
Sus pretensiones eran el estudio de las coordenadas geográficas, observaciones de carácter astronómico, trazar cartas hidrográficas, analizar la dieta de las personas embarcadas para luchar contra el escorbuto, la denominada “peste de las naves” e incrementar el conocimiento de las ciencias naturales mediante la identificación de especies desconocidas de fauna y flora, que se incorporarían al conocimiento de los tiempos. Asimismo, también se comprometía a comunicar a la Corte el estado económico y social de las posesiones españolas en América, estudiando el estado de la legislación y su índice de aplicación, y, en virtud de todo ello, proponer las reformas que se considerase oportunas.
Cabe señalar que la expedición no tenía una misión fija, aunque tuviese unos objetivos generales definidos claramente, y que era necesario supeditar estos objetivos a unas circunstancias y prioridades políticas que justificaban una inversión de tal magnitud por parte de la Corona española, que eran la cada vez más amenazante presencia inglesa en el Pacífico y la penetración rusa por la Costa Noroeste, a las que hay que añadir la hipotética existencia de un paso navegable que une por el norte el Pacífico y el Atlántico, cuestión esta última muy importante para los intereses de España, nos referimos desde luego a la noticia que acababa de estallar en Europa, concretamente en la Academia de Ciencias de París que había hecho pública la existencia del paso de Ferrer Maldonado a través del geógrafo francés Buanche, basándose en la legitimidad del viaje realizado por el español Ferrer Maldonado en 1588 desde Nueva Inglaterra al Pacífico desembocando hacia el paralelo 60 de latitud Norte, las órdenes, claras y precisas, que si bien no eran de su agrado ya que había abandonado la idea de viajar hacia esa latitud por no retrasar más a la expedición, tuvo que acatar con celo: tomar posesión de la zona de forma inmediata, en nombre de la Corona de España. En el diario de viaje el propio Malaspina no deja lugar a dudas de la importancia de este hallazgo, de confirmarse el mismo. La orden de cambiar los planes de la expedición la recibió una vez puesta en marcha la expedición en 1791.
De hecho, la expedición Malaspina se constituyó con el nombre de “Viaje científico y político alrededor del mundo” y aunque Alejandro Malaspina fue el “alma máter” de la expedición, es preciso recordar que contó con la inconmensurable ayuda del otro gran promotor de la expedición, José Joaquín de Bustamante y Guerra, y no podríamos pecar de pretenciosos si la expedición se le conociera con el nombre de “Malaspina-Bustamante”.
El proyecto recibió la aprobación de Carlos III, dos meses exactos antes de su muerte. La expedición, que contaba con las fragatas Atrevida y Descubierta, zarpó de Cádiz el 30 de julio de 1789, llevando a bordo a la flor y nata de los astrónomos e hidrógrafos de la Marina española, como Juan Gutiérrez de la Concha, acompañados también por grandes naturalistas y dibujantes, como el profesor de pintura José del Pozo, los pintores José Guío y Fernando Brambila, especialista en perspectiva, el dibujante y cronista Tomás de Suria, el botánico Luis Née, los naturalistas Antonio Pineda y Tadeo Haenke (la calidad de la tripulación no se reducía a su dotación científica: asimismo participó en la expedición Alcalá Galiano, que moriría heroicamente en Trafalgar), Bustamante y Guerra como segundo Comandante, Dionisio Alcalá Galiano, José Espinosa y Tello, Cayetano Valdés, Ciriaco Cevallos, Bauzá y Cañas y un largo etcétera; se seleccionaron 204 marinos que acompañaron a 2 médicos, 2 capellanes, un cartógrafo, cuatro pilotos, seis dibujantes y tres naturalistas, y aparte de algunas deserciones, sólo hubo 20 muertos en los cinco años que duró la expedición. Los navíos fueron diseñados y construidos especialmente para el viaje y fueron bautizados por Malaspina en honor de los navíos de James Cook Resolution y Discovery (Atrevida y Descubierta), dos nuevas corbetas de 350 toneladas, con un armamento de 22 cañones y capaces para una dotación de 100 hombres cada una de ellas, construidas en La Carraca (Cádiz).
EL VIAJE
Con José de Bustamante al mando de la “Atrevida” y Alejandro Malaspina en la “Descubierta” las corbetas se hicieron a la mar, como hemos comentado, desde Cádiz, el 30 de julio de 1789, pasando por la Islas Canarias y el archipiélago de Cabo Verde, y cruzando el Océano visitaron el puerto de Montevideo, levantando después la carta del Río de la Plata. Recorrieron las costas de la Patagonia, recalando en el puerto Deseado, para más tarde alcanzar las Malvinas. Tras avistar la Tierra del Fuego, y doblar el Cabo de Hornos que marca el límite norte del Paso Drake (Estrecho de Hoces), el mar que separa Sudamérica de la Antártida. Así definiría el propio Alejandro Malaspina la navegación por el cono austral:
” Por estos desangelados parajes no convienen los rumores de ultratumba. La costa del Fuego se muestra alta y nevada, ocultando valles y llanuras coloreadas por una vegetación multicolor elevada sobre una capa de nieve que anuncia el ocaso estival. Alcanzarán los 52 grados de latitud, y en esa región soplan vientos temibles apodados «los cincuenta furiosos»; luego, llegados al paso Drake, rugen «los sesenta aulladores», con olas cortas y empinadas arrastrando incontrolados icebergs que amenazan destruir las frágiles embarcaciones solo con pensarlo. Son contornos inciertos, donde la nada lo envuelve todo resquebrajando el ánimo del navegante, que sospecha el peligro de una naturaleza indómita. Acechan el frío, el hambre, la soledad, el naufragio. Y cuando la mirada busca el polo, un campo de hielo inunda el pensamiento, la desconfianza aumenta y cualquier esperanza se diluye imaginando un mar sólido insuflado de vida por el viento. Aventurarse por el océano austral es temerario, pero no hay marcha atrás. Ni es la primera vez ni será la última. Así se planificó y se ejecutará tal cual. No se construyeron estos barcos para sucumbir a los elementos, al menos en esta ocasión”.
A comienzos de 1790 alcanzaron las aguas del Pacífico y, ascendiendo hacia el Norte, llegaron a las Chiloe, Valparaíso, Conquimbo, la isla de Juan Fernández, declarado uno de los diez lugares más aislados del mundo, y a sólo 674 kms del continente, y de allí llegaron también a El Callao, donde permanecieron desde el 28 de mayo, fecha de su arribo, hasta mediados de septiembre de 1790.
De acuerdo con los proyectos científicos de la expedición, todas sus visitas fueron acompañadas de viajes de estudio al interior para recoger información. A principios de octubre de 1790 alcanzaron Guayaquil donde permanecieron poco más de un mes y donde recibieron las noticias atrasadas de una Europa revolucionaria convertida en polvorín y del frustrado atentado contra el Conde de Floridablanca, para partir posteriormente hacia Panamá donde observaron y estudiaron los niveles de ambos océanos para albergar la posibilidad de construir un canal que comunicara el Atlántico y el Pacífico, pasión esta de los europeos desde que Núñez de Balboa descubriera el mar del sur en 1513.
En diciembre de 1790, las corbetas partieron de Panamá y surge un problema de espacio y tiempo que Malaspina soluciona separando la trayectoria de las dos corbetas (enero 1791); la “Atrevida” viajaría directamente hacia Acapulco y San Blas, donde se prepararían las futuras etapas de la expedición, y la “Descubierta” inspeccionaría las costas de Guatemala y Nueva España para encontrarse finalmente las dos corbetas en Acapulco, donde permanecerán veinte días, tiempo suficiente para recoger las órdenes remitidas desde Madrid, embarcar a los oficiales cartógrafos Espinosa y Cevallos y aprovisionarse de leña y agua.
Con las órdenes expresas, el 1 de mayo de 1791 parten hacia su destino, la campaña del noroeste, y en pocas jornadas rebasan los 27º de latitud, para a mediados de mes superar los 50º, donde el frío se hace más intenso pensando en la inquietante presencia de los rusos en Alaska, y con mayor precisión que Cook en su momento, el 27 de junio alcanzan los 59º de latitud Norte y el puerto de Mulgrave, casi dos meses después de salir de Acapulco.
En las cercanías de Mulgrave, cerca de la costa, los expedicionarios descubren una serperteante entrada similar al terreno descrito por Ferrer Maldonado. Examinada, comprueban que el canal desemboca en una inhóspita bahía conformada por una enorme masa pétrea cubierta de hielo que nada tiene que ver con la imaginada puerta hacia el Atántico. La bahía recibe el nombre de Bahía del Desengaño. La comitiva toma posesión del lugar. La tradicional botella enterrada en la playa junto a una moneda que identifica a la nación propietaria para que el afortunado testigo que la encuentre tenga precisas noticias del reconocimiento.
Durante su estancia en la zona descubrieron dos islas, Haenke y Pineda, además de estudios etnológicos sobre la población indígena y midiendo la altura del monte San Elías y las peculiaridades de su glaciar, al que dieron el nombre de Malaspina, y que hoy todavía se conserva. Se adentraron hasta el paralelo 60, encontrando más de lo mismo, es decir, rocas y hielo rumbo del Polo Norte en las inmediaciones de un Ártico desesperanzador en la idea de encontrar un canal interoceánico. Desde aquí, regresaron al Sur camino de la Bahía del Príncipe Guillermo hacia su destino, el archipiélago de Nutka, donde atracan el 13 de agosto de 1791 encontrando una fortificación compuesta por la tripulación de la fragata Concepción y una compañía de voluntarios de Cataluña, en unas condiciones humanitarias y sanitarias bastante desfavorables, aunque se conservaban un orden y disciplina muy adecuados, y ello pese a encontrarse abandonados a su suerte por una corona irresponsable más preocupada de que los ideales revolucionarios no le apartasen del trono que de aquellos hombres, sabiendo además que era una colonia reciente disputada agriamente a los ingleses que frecuentaban aquellas aguas, y asediaban constantemente a las tropas allí establecidas.
Cabe decir que, poco tiempo después, tras la tercera Convención de Nutka en 1794, firmada por el entonces Duque de Alcudia , Manuel Godoy y Álvarez de Faria y el Barón de Saint Helens por parte del Reino Unido, permitieron que en 1795 las fuerzas españolas evacuaron Nutka el 2 de abril de 1975 , en presencia de un representante de cada país, se izó la bandera británica y se declararon devueltos a este país los “Edificios y Distritos de terreno”, sin precisarlos. No obstante, es necesario dejar constancia aquí que Malaspina dejó constancia en su informe de la vital importancia de aquel asentamiento español.
Después de quince días de estancia en Nutka, emprendieron viaje hacia Monterrey y Acapulco, para salir de nuevo el 2 de diciembre de 1791 con destino al archipiélago de la Filipinas, siguiendo la ruta del Galeón de Manila llegando a Manila el 25 de marzo de 1792.
Tras pasar por las islas Marshall y las Marianas, isla de Guam, y visitar varios puertos, la “Atrevida” llegó hasta Macao y a su regreso continuaron hasta la Tierra Austral del Espíritu Santo, Nueva Zelanda y las islas Vavao en el archipiélago de Los Amigos, hoy conocido como Tonga, donde arribaron a finales de mayo de 1793. Posteriormente, retornaron a las costas del continente americano, tocando los puertos del Callao en el Perú y Talcahuano en Chile. Doblaron por segunda vez el Cabo de Hornos, esta vez de Oeste a Este, reconocieron el archipiélago de las islas de Diego Ramírez en Chile, a 56º32,2′ de latitud sur y a unos 100 kilómetros al suroeste del Cabo de Hornos, y que son consideradas el punto más austral del continente americano, siendo también la tierra más cercana al territorio antártico del mundo.
Posteriormente recorrieron las costas orientales de las Malvinas, llegando a Montevideo donde se reunieron las dos fragatas, ya que se habían separado antes de cruzar el Cabo de Hornos. De Montevideo, emprendieron el regreso a España rumbo de la Azores y arribando al puerto de Cádiz el 21 de septiembre de 1793.
Se habían empleado cinco años en lo que resultó ser un modelo de organización y eficacia sin parangón, con un coste estimado en dos millones de reales.
En numerosos ensayos se ha expresado la opinión de que pese a los espectaculares logros de la expedición se perdió gran parte por la nefasta gestión administrativa española, ignorante con la ciencia, lo que sin duda condujo en el futuro a la dependencia científica de España respecto a otros países, pero, a pesar de Godoy, el informe no se destruyó.
Aquel informe enciclopédico que Malaspina entregó al gobierno español como conclusión a su viaje científico y político alrededor del mundo fue publicado por primera vez en 1885 por el marino Pedro de Novo y Colson con el nombre de Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida, al mando de los Capitanes de navío don Alejandro Malaspina y don José Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794. En él, se detallan 70 cartas hidrográficas y náuticas, más de ciento cuarenta mapas, trabajos sobre el magnetismo terrestre y la gravedad, habían inspeccionado las más ricas minas de Méjico y Perú y examinado sus recursos productivos y sus métodos de extracción, habían recogido innumerables pliegues de herbario de unas 14.000 plantas, estudios fisiológicos de más de 500 especies botánicas y minerales, gran cantidad de minerales y animales, cerca de un millar de imágenes de tipos étnicos, paisajes, flora y tradiciones representadas en dibujos, croquis, bocetos y pinturas. De la gran parte de todo ese material que acumularon en esos cinco años, no se ha conservado más que lo que hemos expuesto aquí, ya que desgraciadamente, algunos materiales, como ciertas observaciones astronómicas y de historia natural, se habían perdido para siempre.
Durante el proceso de Malaspina en 1795 se habían pretendido eliminar los materiales de la expedición, que, sin embargo, fueron preservados en la Dirección de Hidrografía del Ministerio de Marina. La ambición del proyecto y la calidad del material estudiado supusieron una obra cumbre en el desarrollo de la Ilustración española, 20.000 documentos en aproximadamente un millón de páginas de información manuscrita, reducidas a siete volúmenes. A través de sus diarios y escritos, tuvieron cabida los distintos aspectos de la realidad del imperio, desde la minería y las virtudes medicinales de las plantas hasta la cultura; y desde la población de la Patagonia hasta el comercio filipino.
De esta forma culminaba, siguiendo los principios de la Ilustración, la experiencia descubridora y científica de tres siglos de conocimiento del Nuevo Mundo y la tradición hispana de relaciones geográficas y cuestionarios de Indias. Y lo hicieron bajo una fórmula característica del período ya que, influenciado en el carácter científico y naturalista de la Ilustración, lo que Malaspina hizo en realidad fue componer una auténtica “física de la Monarquía”.
La importancia de aquella expedición colocaba a Alejandro Malaspina al mismo nivel que las realizadas por Cook, La Pérouse y Bougainville. El valor y méritos de los logros científicos españoles igualaba a de los ingleses y franceses, o incluso los superaba, aunque hasta tiempos más bien recientes, no se ha sabido dar la importancia de la inmensidad de aquella expedición, ni la historia la ha sabido colocar en su sitio.
Malaspina consideraba fundamental eliminar los obstáculos al comercio establecidos por el monopolio aplicado por los españoles que se caracterizaba por la prohibición del comercio interregional, con medidas de liberalización insuficientes en este campo. Lo paradójico del caso es la inmensa fortuna gastada por la Corona española para el gasto de una expedición de la que se extrajeron conclusiones que chocaban frontalmente con los intereses metropolitanos basados en la dominación política y el férreo control mercantil que sólo enriquecía a unos pocos. Los informes emitidos en este tema, habrían podido proporcionar guías de conducta que hubieran podido ser estudiadas y aplicadas en la mejor manera, pero fueron desechadas de pleno. Malaspina no podía concebir la idea de gobernar tan vasto territorio en esas condiciones, sin tan siquiera conocerlo ni conocer a sus gentes, y así lo expresaba en su Diario de Viaje:
“…Es necesario conocer bien América para navegar con seguridad y aprovechamiento sobre sus dilatadísimas costas y para gobernarla con equidad, utilidad y métodos sencillos y uniformes (…) Es preciso fijarse en la naturaleza de las posesiones de la Corona de España, en las condiciones sociales que la unen entre sí, de los motivos de su formación, estado actual y métodos para conseguir su bienestar… es necesario conocer la población indígena y la población emigrante, respetar sus costumbres… Los impuestos deben ser suaves y las leyes menos intrincadas y quebradizas…”.
Malaspina no proponía un cambio brusco en la política colonial de la Corona de España, proponía más bien el estudio sistemático de cuatro puntos que él consideraba esenciales para su buen gobierno, que eran el estado actual del comercio entre las colonias y España, la situación y adecuación de los puertos dirigida a una modernidad ilustrada, la capacidad militar de las colonias, ya que las tropas destinadas en esos territorios, en muchas ocasiones se encontraban desamparadas de forma esencial, véase como ejemplo Nutka, por no nombrar a otros, y sobre todo, analizar los sistemas de gobierno más adecuados para cada una de las colonias.
En una de sus cartas escribía:
“…Espero poder servir al Ministerio si quiere tratar de un sistema general sobre principios sólidos y duraderos. El comercio, la defensa y la legislación de América jamás podrán entenderse a fondo mientras no se recorran, como acabo de hacer, sus principales establecimientos sin preocupaciones de imitaciones, intereses o reglas fijas…”.
No proponía medidas específicas concretas, pero si dejaba traslucir con determinada insistencia las necesidades de romper con las medidas que impedían un libre desarrollo de los pueblos, dejando de considerar a las colonias como un mero depósito de riqueza para uso exclusivo de la metrópoli, y administrar la producción de esa riqueza de una forma más equitativa en vistas a un desarrollo común.
Era pedir demasiado a una Corona desinteresada en el bien común, y a una clase dirigente que la rodeaba demasiado interesada en su bien particular. Lo cierto es que Malaspina, al poco de su regreso, fue ascendido a Brigadier, pero su informe, jamás trascendería más allá de las fronteras que separan el ideal y la intención de la soberbia del poder. Nunca se le permitió que su informe llegara a manos del rey.
PREPARACIÓN DEL INFORME Y DIVERGENCIAS DE OPINIÓN
Después de su llegada a Cádiz, Alejandro Malaspina se vio agobiado por la inmensa tarea de elaborar y ordenar el extenso informe de la expedición, y aprovechando la amistad que tenía con el padre Gil, a quien Malaspina había conocido en Cádiz, y se había vuelto a encontrar con él en el domicilio del Ministro Valdés antes de su expedición, así como en una reunión que tuvo con el Cónsul de Suecia. Pues bien, Malaspina solicitó su colaboración, debido a la amistad que les unía.
Una vez que Malspina recibió la aprobación del Gobierno de Godoy para la edición y publicación del diario de viaje convertido en informe, y haber escrito a Manuel Gil exponiéndole su ideal sobre el orden de las noticias y sugerencias así como de la organización general de la obra, Gil aceptó el encargo, pese a que tenía ciertas dudas, después de haber solicitado el consejo de Manuel Godoy, quien le informó de que no le agradaban ni las formas ni el contenido global de la publicación temiendo por el interés general del Estado, debido a su propósito de denunciar públicamente los errores de la Administración española en su política colonial.
DECADENCIA, CONSPIRACIÓN Y CAÍDA EN DESGRACIA
Un Real Decreto, de fecha del 26 de julio de 1795, nombró a Gil colaborador de Malaspina. El padre Gil se percató muy pronto de las divergencias políticas que existían entre él y Malaspina. Que ambos tuvieron graves discrepancias en lo referente al esquema general de la obra debe ser cierto, ya que por Real Decreto de 28 de septiembre de 1795, se alteró el plan inicialmente previsto: los argumentos políticos y económicos de Malaspina quedaban ahora resumidos en forma de memorias separadas y secretas para uso de los Ministerios. Previamente, y con fecha 20 de septiembre de 1795, Gil escribía a Valdés, ministro de Marina, explicándole cómo creía él que debía redactarse la obra y planteándole sus discrepancias con Malaspina, discrepancias que desde luego las había, y después del real decreto de 28 de septiembre, Malaspina empieza a perder su particular batalla en presentar sus argumentos directamente al rey, y su ideal de poder participar en el Gobierno, tal y como parece le habían dejado ver con anterioridad, Parece ser que gentes de la confianza de Godoy le habían sugerido la posibilidad de que sustituyera a Valdés en el ministerio de Marina, como muchos años después confesaría, y empieza a sentirse decepcionado, como así se lo muestra en una carta a su amigo Paolo Greppi, decano del Cuerpo Consular en Cádiz, a quien le hace saber que Godoy, el Sultán, como llama Malaspina al Ministro de Carlos IV, era a su entender el culpable de que aquella monarquía a la que había servido durante tantos años, llevara ahora el lastre de la decadencia, nombrando que la culpabilidad de su ascenso (Godoy) debido a las oscuras intrigas, lo mismo que a centenares como él, ensombrecía el horizonte de una Nación digna y la prosperidad de todo un imperio.
En una carta escrita a su propio hermano le hace saber el estado de ánimo en que se encuentra y le hace saber que no sólo las pensiones y el dinero sino también los honores se prodigan de tal modo y a gente de tal calaña, que la abyección es el mejor modo de distinguirse, y la adulación, las bajezas y la ignorancia son los únicos objetos que rodean la Corte. Comenta que al mismo tiempo que se licencia al pequeño número de soldados que componen el ejército, se nombran cuarenta tenientes generales y otros tantos mariscales de campo; no se paga a la marina y mientras tanto, se devora el erario. Dice que habiendo un Príncipe de la Paz, se está a punto de entrar en guerra con los ingleses, y que no hay otra cosa que esperar sino la sangre de los pobres, capaz de producir las más extraordinarias convulsiones…Las previsiones de Malaspina fueron clarividentes.
Apenas un mes más tarde de la carta que hemos mencionado anteriormente, Malaspina opta por la que a la desesperada podía ser su última opción, la conspiración palaciega para derrocar al valido, pero se dió de frente con todo un consumado maestro de este arte que tiene toda la información de todo lo que ocurre en el reino, Godoy, quien es puntualmente informado el día 22 de noviembre de 1795 de las intenciones del marino para hacer llegar a los monarcas los documentos que denunciaban su política, y es finalmente detenido acusado de complot contra el Estado. Con Malaspina también fueron presos el Padre Gil, la Marquesa de Matallana, dama de la reina, y los dos sirvientes de Malaspina, Juan Belengui y Francisco Merino, a los que pronto se puso en libertad “a condición de que no residan en Madrid ni en los sitios reales”. El 27 de noviembre, con rapidez inusitada, Godoy consigue de Carlos IV la convocatoria urgente de una sesión del Consejo de Estado, para juzgar a Malaspina.
No sólo cometió el error de dejar innumerables rastros de su conspiración sino indicar también, en una representación enviada a fray Juan de Moya, Arzobispo de Farsalia y confesor del Rey, las personas que, a su juicio, deberían formar parte del nuevo gobierno una vez que Godoy fuese desterrado por Carlos IV a la Alhambra: el gabinete propuesto por Malaspina estaría dirigido por el Duque de Alba que ostentaría, además, la secretaría de Gracia y Justicia; contaría también con Antonio Valdés, como secretario de Marina e Indias; con el conde de Revillagigedo (destituido del virreinato de Nueva España donde le sustituyó el cuñado de Godoy) como secretario de la Guerra y Hacienda; y, finalmente, con Gaspar de Jovellanos, quien ocuparía la presidencia del Consejo de Castilla.
Malaspina fue condenado a diez años de prisión, en el castillo de San Antón, en La Coruña, de los que cumplió poco más de la mitad. En estos seis años Malaspina no dejó de proclamar su inocencia y de pedir a sus amigos que intercedieran por él, pero fue en vano, incluso después de la destitución de Godoy y su sustitución por Saavedra, aunque luego retornaría a dirigir los entramados del Estado nuevamente, señal de que en realidad, nunca los había dejado.
FINAL
En 1802, fue puesto en libertad, gracias a la intermediación del propio Napoleón, condenándolo al destierro a su país, como si España no hubiera sido nunca su país, aquel por el que tantas veces se jugó la vida, aquel por el que tantos años se embarcó en busca de una ciencia desechada, un país del que no se olvidaría incluso en su destierro, Malaspina se propuso rehabilitar su nombre y se ofreció a Carlos IV, como última prueba de lealtad, para poder así regresar a España, ofrecimiento que obtuvo la negativa por respuesta. Mientras tanto, las noticias que recibía de España seguían siendo graves y tristes: su amigo Bustamante, compañero en la expedición, había sido acusado de conducta innoble; el valeroso almirante Gravina (con el que coincidiera Malaspina en su juventud en el Colegio Clementino de Palermo) había sufrido una fuerte derrota en el cabo Finisterre, presagio del desastre de Trafalgar; también recibió la noticia de la muerte de Fernando Brambila, pintor de las láminas de la expedición.
El 9 de abril de 1810, después de un cáncer de colon que se le había manifestado ya en su presidio de San Antón, falleció Alejandro Malaspina.
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