Serían poco más de las ocho de la mañana. Como cada día, me preparaba junto a mi padre para salir de casa y encarar una nueva jornada; él en su trabajo y yo en mi instituto. A esas horas la televisión solía estar sintonizada en uno de tantos informativos matinales y, como una noticia de última hora, los periodistas nos contaron el estallido de unas bombas en la estación de Atocha, en Madrid. No había ningún dato de heridos o fallecidos. No imaginábamos lo que se venía encima.
A partir de ahí, las nuevas noticias llegaban a cuentagotas en medio de las clases, algo inédito en mi trayectoria escolar, pero no era un día como los demás. Los propios profesores, sobrecogidos con lo que empezaba a confirmarse, estaban pegados al transistor, el cual vomitaba terribles nuevas que nos iban trasladando en una espiral de estupor e incomprensión. Finalmente, en clase de inglés llegó el más duro de los mazazos: 200 muertos, escupió la radio, que por un día emitía noticias en lugar de ejercicios de listening. Más tarde las pruebas forenses rebajarían la cifra de fallecidos a 191, pero el impacto psicológica quedaría ahí, recordando que se trataba del mayor atentado terrorista de la historia de Europa (con más víctimas que en el atentado de Lockerbie, aunque menos mortales que en aquel).
La clase de ética, a última hora de la mañana, sirvió para hacer un ejercicio empático aterrador, representar a las víctimas, algunas de ellas muertas, otras mutiladas, otras con familiares difuntos. Al día siguiente, mientras la mentira del Ejecutivo sobre la autoría de los atentados comenzaba a desmoronarse en vísperas de unas elecciones generales, recuerdo cómo todos los alumnos nos reuníamos en una concentración a la puerta de nuestro instituto en recuerdo de las víctimas. Era viernes, cuando volviéramos el lunes, habría que añadir la muerte de un agente mientras trataba de detener a los terroristas en Leganés y un cambio de Gobierno.
Fueron días intensos que ninguno olvida, pero que tendemos a recordar especialmente cuando el calendario llega a esta fecha de marzo. Es nuestra naturaleza humana. Cada vez que se cumpla un aniversario redondo de la tragedia, rememoraremos una y otra vez qué hacíamos aquel 11 de marzo en el que España se desangró.
Sirvan estas líneas como reconocimiento a todas las víctimas.
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