Cuando Europa inició su suicidio por austeridad, las becas Erasmus, en la parte relativa a lo que aporta cada estado miembro, fueron una de las más perjudicadas. Por eso, ahora la Comisión saca pecho de las ventajas del Programa y pide a los países que cesen en su empeño cercenador. Habrá quien piense que si no hay dinero, antes habría que recortar esto que otros servicios públicos esenciales, y puede que tengan razón, pero el desprecio al Erasmus es muy anterior, se trata de una inquina precrisis.

Corría el mes de septiembre, como ahora, pero del año 2009, cuando embarqué en un avión con destino a Italia. Esa vez era yo quien iniciaba su periodo Erasmus. Por aquel entonces, cuando la crisis empezaba a ser ya fea pero aún faltaba lo peor, no escaseaban los comentarios de quienes consideraban este programa de movilidad como una pérdida absoluta de tiempo y un despilfarro para sufragar un año sabático a unos estudiantes con mucha gana de fiesta y muy poca de esfuerzo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, como esta sección, para atacar de paso a la juventud, tema muy recurrente en todas las épocas de la humanidad.

Mi Erasmus acabó en junio de 2010. Tres años después publicaba mi segunda novela, ‘La Confesión del Embajador’, un relato histórico ambientado en la Italia del siglo XVII, una trama basada en la historia de un país que descubrí y aprendí a amar en aquel curso. De no haber sido por la beca, jamás hubiera nacido aquella historia en mi cabeza y la novela jamás habría visto la luz. Espero que nadie se atreva a decirme que yo perdí el tiempo allí.

Y sí, estudié bastante poco, pero viajé mucho. Aprendí un idioma nuevo, descubrí cómo valerme por mí mismo en un país diferente, tuve que manejar la plancha, la lavadora y los fogones, algo que nunca antes había hecho, conviví con otra cultura y aprendí a amarla. Hoy en día puedo decir que soy más europeo, más internacionalista, menos sometido al prejuicio, más tolerante y, en definitiva, mejor persona, gracias al año que pasé en Turín. ¿Lo sería de haberme quedado en Valladolid? He de dudarlo, y en cuanto a los estudios, invito a cualquiera con un poco de sensatez a que juzgue el nivel del plan de estudios de la carrera de Periodismo en la universidad de mi ciudad. No vacilo al pensar que me rentó mucho más irme que quedarme.

La Unión Europea camina hacia su destrucción, y el único programa que realmente construye Europa en el corazón de sus ciudadanos más jóvenes es cercenado y despreciado por muchos. Lástima de miopía.

Pero como parece que esos cortos de vista sólo entienden de números y productividad, cabría recordar algunas otras cifras que contiene el informe de la Comisión Europea publicado este lunes, como que cinco años después de graduarse, el paro es un 23 por ciento menor entre los que se fueron de Erasmus que entre los que se quedaron en su país, o que un 64 por ciento de los empleadores valoran a los aspirantes con experiencia en el extranjero, frente a un 37 que no lo aprecia.

En el caso de España es más indignante la oposición al Programa, pues supone una preparación fundamental para vivir en el exterior en un país que prácticamente condena a sus jóvenes a emigrar para poder ganarse la vida. ¿Qué mejor mili que ésta?

Que la miopía no entorpezca una gran apuesta de futuro, que las dudas provincianas que en su día lastraron a Colón o a Galileo no sean las mismas que echen por tierra esta magnífica iniciativa tan amenazada ahora por los recortes y el desprecio de los ignorantes.

¡Basta ya de atacar al Programa Erasmus!